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De jueces y soledades

La Razón
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l juez Gómez Bermúdez no necesita abuela. Ya tiene a su esposa que le ha escrito un libro entero para ponerle por las nubes por ese proceso que yo no tengo la menor intención de discutir pero que, como todo el mundo sabe, se caracteriza por ignorar quiénes fueron los cerebros (no diré los «autores intelectuales») del 11-M. Hay gente que no tiene sentido de la medida ni del ridículo. Podrá decirse que la de ese juicio ha sido una sentencia difícil, complicada, trabajada, correcta a lo sumo. Todos esos calificativos los podemos admitir quienes no tengamos ánimos ni vocación de «juzgar a los jueces». Pero de ahí a afirmar -a «sentenciar»- que se trata de una «sentencia ejemplar» -como aseguran los propios artífices de ésta y como ratifica ahora Elisa Beni- va un trecho ligerillo. Y no digamos ya las palabras que usaba en su día la fiscal para calificarla. Olga Sánchez llegó a decir temerariamente que se trataba de una sentencia que «había asombrado al mundo». Y es que si hubo algo de asombroso en esa sentencia no era precisamente para cosa buena. Olga Sánchez tampoco necesitaba abuela.

Lo lógico es que ese tipo de elogios que se están vertiendo sobre ese juicio los hagan las víctimas, los comentaristas, los juristas, los compañeros de profesión a lo sumo, pero no los mismos interesados y menos cuando se está hablando de un proceso al que no quedaba otro remedio que considerar por lo menos «limitado» antes del libro de la mujer de Gómez Bermúdez. Porque a partir de ese libro hay que considerarlo otra cosa pues en él se rompió el elemental principio de la confidencialidad como la existencia del propio texto lo prueba. Gómez Bermúdez es un juez que no consultó sus dudas con la almohada sino con su santa. Y su santa no es tampoco una periodista que ha hecho un trabajo de investigación sino «la señora de» que ha contado lo que su marido largaba en casa. La santa de Gómez Bermúdez es como el mayordomo de los Urquijo hasta en las exageraciones. Porque luego está ese título hiperbólico de la obra: «La soledad del juzgador».

Para justificar lo injustificable -o sea el libro y su título melodramático- la señora de Gómez Bermúdez carga las tintas en la supuesta presión que sufrió Gómez Bermúdez en persona. Y es que no hay presión ni soledad porque exista expectación en torno a un juicio-espectáculo que encara unos atentados espectacularmente crueles ni porque algún medio de comunicación haga sus pesquisas o tenga sus propias tesis ni porque las víctimas y un Partido Popular quieran ir hasta al fondo de las responsabilidades. Presión hay sobre los jueces del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco contra cuya decisión de juzgar a Ibarretxe se ha pronunciado desde todo el arco de los partidos nacionalistas hasta Izquierda Unida y el partido del Gobierno, desde el Fiscal General hasta la fiscal jefe de dicho tribunal, desde ex fiscales que ya no pintan nada hasta el Decano del Colegio de Abogados local por no citar a ciertos analistas de la prensa vasca que va de resistente y de constitucionalista por la vida. Eso sí que es presión aunque no se acuerde nadie de esos magistrados. Eso sí que es soledad y no la de Gómez Bermúdez. La única presión que este buen hombre ha sufrido es la de su mujer para que le contara chismorreos. El problema del «juzgador» Gómez Bermúdez no es precisamente la soledad sino la compañía.