Ginebra

El extraño caso de Barceló en Venecia y la realidad

El extraño caso de Barcelóen Veneciay la realidad
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Este es el Pabellón de Barceló. No es el Pabellón de España. Es decir, aquí no se presenta la última propuesta de un artista que comparte lenguaje con el universo contemporáneo del arte y que viene a contrastar su obra con especialistas de medio mundo. No. Aquí se muestra a Barceló, como si él estuviera al margen de todo –tampoco se pierde nada–, en su propio tiempo, con sus obsesiones, en ese anacronismo que los vuelve diferentes a todos. Podría ser un artista del siglo XIX que presenta sus pinturas en un Salón. ¿Y qué? Incluso él mismo es diferente al modelo al uso de artista: no va con ese estiramiento minimalista al que no le falta ningún detalle en la vestimenta y además le gusta la paella, y tiene detalles que en la Bienal de Venecia se pueden entender como una provocación si quedara algo de inocencia.
Cerámica en la Bienal
Por ejemplo: nada más entrar al Pabellón encontramos una gran peana de madera con cinco piezas de cerámica. ¡Cerámica en la Bienal! A la izquierda, el primer cuadro se titula «Marejadilla». ¡Un cuadro con título y todo! Un cuadro con título que indica lo que es. Pero no es una provocación. Barceló muestra su obra más reciente, pinturas y cerámicas, en un momento en que la pintura, y no digamos la cerámica, ha desaparecido de ésta y de todas la bienales del mundo.
«Debo de ser el único que tiene pintura y cerámica en la Bienal... lo acepto –dice con una sonrisa noble y maliciosa a la vez–. A menudo, he tenido la sensación de ir a contracorriente, pero está bien, qué le vamos a hacer. Es lo que hay». Esta es su obra y su tiempo parece ser otro. Delante de las grandes piezas de cerámica –de la colección Barbier Müller –habla de que tienen incrustadas lava del Vesuvio y que para hacer algunas se ha metido dentro de ellas y en otras, de formas más suave, ha metido a su mujer. «Ésta tiene arcilla roja con manganeso... me gusta saber que utilizo un material que ya empleaban los griegos». Y cuando está delante de un cuadro que representa a un gorila pero que en realidad es un autorretrato («La Solitude Organisative», 2008) y que ve toda la luz que cae de las claraboyas del techo (cualquier museólogo eficiente lo denunciaría), dice alegre: «Me gusta ver los cuadros dándole así la luz, con accidentes o incidentes. Que le dé el sol como si estuvieran en mi casa o en el taller».
En cuanto al gorila, son dos en realidad, comenta: «Verse como un gorila no está mal. Es la evolución». Es un Barceló en estado puro, retozando en el origen de las cosas. No está de vuelta: está en la prehistoria. Hay una serie de cuadros basados en el río, en ríos africanos, acabados en el pasado mes de marzo, realizados con carbón sobre pigmento mineral, un material como en el que se empleaba en las pinturas de las cuevas de Chauvet. Esta serie la empezó pintando la polémica cúpula de la ONU: la base del lienzo fue preparándola con la pintura que caía del techo.
Pintura negra
Prehistoria, griegos, Picasso... Dice que después de la obra en la Catedral de Palma, «con tanto exceso, quería pintar con algo básico». Así que utilizó papel de periódico y pintura negra. Su referencia es Picasso y las obras que, en 1980, hizo con diarios. Sus referencias están todas en la historia del arte y en su vida más privada. Las preguntas alambicadas las resuelve con una sencilla respuesta.
Delante, pues, de «Marejadilla», que representa un mar encrespado como afilados cuchillos que recuerda mucho a la técnica que empleó en la cúpula para la ONU en Ginebra, explica: «Representa el mar porque es irrepresentable, como decía Mallarmé, y utilizo la fuerza de la gravedad, de manera que las olas se ven diferentes desde cada lado. Junto a ese cuadro hay una pintura de nombre «Mare del Nord». «La madre de mis hijos es holandesa, por eso se llama Madre del Norte».
En total, una veintena de pinturas y cerámicas, además de una mesa con libros que ha estado leyendo recientemente: Vinyoli, Gamoneda, Onetti, Miquel Bauçá. Barceló ha dedicado una sala a un escritor y pintor de culto al que no llegó a conocer, el francés François Augiéras (1925-1971), de corta pero atropellada vida, autor de una novela, «Le Vieillard et l'enfant», que roza el amor carnal por los niños.
La selección de las obras reunidas en esta exposición la ha realizado el propio Barceló junto a Enrique Juncosa, amigo y director del Museo Irlandés de Arte Moderno de Dublín. Un comisario muy especial, porque fue primero el Ministerio de Asuntos Exteriores el que eligió a Barceló para el Pabellón Español de la Bienal y luego éste quien propuso a Juncosa de comisario, cuando el protocolo normal es el contrario. El pabellón ha contado con un presupuesto que ronda aproximadamente los 800.000 euros.