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El ritmo del bienestar

La Razón
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uede servir la célebre y tumultuosa portada del «Sargent Peppers» como punto de partida para realizar un diagnóstico sobre nuestro malestar cultural? ¿Y puede éste a su vez acompañarse de una disertación metafísica sobre el problema de la acción en la era del triunfo de los simulacros? No frunzan tan rápidamente el ceño: José Luis Pardo lo ha intentado, y con éxito. Desde luego, era cuestión de tiempo que una escritura como la suya, obsesionada por cuestionar los vestigios de pureza de las retóricas perversas frente al ámbito público, terminara por reflexionar sobre la contaminante y carnavalesca promiscuidad inaugurada por la mal llamada cultura de masas. Ese inaudito escenario desestructurado y no jerarquizado del que, entre otros factores, es expresión y síntoma significativo la aparición de los Beatles. Guiado por la poderosa imagen de este «totum revolutum», «Esto no es música», una obra rizomática, polifónica, de estructura muy compleja, deja entrever varios planos de significado, no obstante, profundamente entrelazados.

 

Acción y ficción

En primer lugar, diciéndolo en términos groseros, una finísima reconstrucción de alto voltaje metafísico sobre el problema de la diferencia entre la acción y la ficción. Una reflexión que no puede sino desplegarse en torno a otros tópicos filosóficos fundamentales como el de la historia, el lenguaje y el tiempo, y que de algún modo se encadena con la obra anterior de Pardo: «La regla del juego». En este punto, resulta sugerente advertir cómo el «tour de force» propuesto termina reivindicando a Platón como un personaje falsamente «perfeccionado» por la tradición y también injustamente anatematizado en la rebelión de las cavernas contemporáneas azuzada, primero por Nietzsche (o por Oscar Wilde en el terreno artístico), y luego por Deleuze.

Desde este eje, sólo aparentemente «vertical», la obra propone una reconstrucción crítica –y atípica– de ese recurrente desprecio «aristocrático» de la cultura popular que explota el miedo a la irracionalidad de la «masa» o denuncia su grosero resentimiento relativista como coartada para conservar su propio –y más sutil– resentimiento hacia la esfera de lo común. Aquí, de algún extraño modo, Pardo logra descender al «underground» de la «Cavern» de los Beatles tras una ardua ascensión a las fuentes solares del platonismo. De ahí que muestre la inutilidad de realizar un diagnóstico del malestar cultural a la luz de las categorías excluyentes de la «alta» y la «baja» cultura, estériles clichés que ocultan e impiden acceder a ese nuevo escenario contemporáneo contaminante –¿cómo es posible comparar a Brando con Einstein, a Wilde con Mae West…?– del que es expresión la carátula del «Sargent Peppers».

A partir de aquí, resulta sugerente confrontar el relato que va desgranando el autor no sólo con la sintomática denuncia de Ortega en «La rebelión de las masas», sino con los recientes discursos revisionistas respecto al mayo sesentayochista auspiciados por los intelectuales franceses reunidos en torno a «Sarko». El resentimiento no es siempre cosa de los «otros», del mismo modo que la cultura pop, producto de la ciudad a diferencia de los integrismos «folk» –que se lo digan a Dylan–, también es música.

Lo interesante es comprobar cómo el ensayo termina cuajando desde el punto de vista formal. No era nada fácil un intento como éste de mezclar y agitar las fórmulas del ensayo cultural –aquí la estrategia recuerda mucho al «Rastros de carmín» de Greg Marcus– y la disquisición más filosófica.

Impulsado, por un lado, por una escritura poco común por su fluidez y agilidad y sostenido, por otro, por un laborioso esfuerzo de constelación caleidoscópica, Pardo crea pasajes brillantes. Doy tres ejemplos: la digresión en torno al «off beat» de «Bird» –Charlie Parker– uno de los «leit-motiv» del libro; la interpretación de la canción de McCartney «She´s leaving home»; y la descripción del encuentro en el epicentro del nihilismo entre «Sissi» emperatriz y el anarquista Luigi Lucheni.

Todas ellas cuestiones importantes, sin duda, pero que desembocan en un emotivo homenaje a los «Fabulous Four» y sus canciones. La banda sonora, según Pardo, de un momento histórico en el que el Estado del bienestar aún no había empezado a desmantelarse por el ruido de las identidades «victimizadas» o por el grito del «I can´t get no satisfaction»: ese empeño, presuntamente radical, pero definitivamente impotente e «imposible», parafraseando al autor, de ya no anhelar una sociedad mejor, sino de algo «mejor que la sociedad».