Nueva York
El «Supermartes» no puede con el SuperCusto
Custo volvió a demostrar la sólida personalidad de un concepto de moda que renueva constantemente sin perder su identidad.
Por una vez, esta semana en Nueva York no se hablaba tanto de trapos como de fútbol, de política y de si Obama será el nuevo Kennedy o Huckabee la nueva profecía. Para empezar, la victoria de los Giants en la Superbowl convirtió el cruce de Broadway con Canal Street en una fiesta, o lo que es lo mismo, concentración de hinchas, policías por centenas y los chinos escondiendo los logos de Vuitton. Coincidió esto con el Supermartes, de ahí que el carnaval de Manhattan consistiera en lucir la camiseta del equipo vencedor y pegarse a la CNN para ver como ganaba Hillary. Por cierto, que Marc Jacobs ya se ha postulado y vende camisetas con la cara de Mrs. Clinton a 35 dólares.
El caso es que, tras el super resacón, llegó el Miércoles de Ceniza para mostrarnos que en esta ciudad, tan descreída como parece, las iglesias se abarrotan lo mismo que las tiendas, todos con su cruz en la frente y el iPhone en la oreja porque a Dios rogando y con el mazo dando.
Raperos con mucho oro
Entre medias de este jaleo, Super Custo volvio a demostrar en la Semana de la Moda que su trabajo sigue disparado y ya sin titubeos: la Prensa internacional abarrotaba la carpa de Bryant Park a la espera de que el diseñador abriera fuego mientras un montón de raperos atendían a los «flashes» desde la primera fila. Imposible decirles quiénes eran, pero para que se hagan una idea, aquí los que cantan rap, hip hop y tal son como nuestros toreros, bien lo sabe Víctor Lenore: estrellas de relumbrón con mucho oro bling-bling y mucha acompañante estupenda, tanto que todas parecían Rihanna y Beyoncé.
Tan de moda está lo negro, será por Obama, que Custo arrancó el desfile con tal color, aunque luego se animara con su flúor habitual, lo mismo cosiendo trocitos de tela para crear un abrigo que cambiando las plumas de marabú por los flecos de vinilo en vestidos de «flapper» posmoderna. Aunque lo mejor fueron los trajes de chaqueta con faldas de tubo y americanas de cintura de avispa, como si Veronica Lake hubiera nacido el otro día y prefiriera ser replicante en vez de novia de gangster. Los pantalones pitillo se mantienen, aunque alguna pata de elefante intentara hacerles sombra, y los estampados tenían esta vez un «déjà vu» a arte del que cuelga en las paredes del MoMa, a constructivismo ruso, a Kandinsky y hasta a Delaunay, sólo que pasado por esa máquina del tiempo que Custo usa para su certera conquista del espacio.
Otra cosa. Los náuticos de los chicos, en charol o en terciopelo pero de horma clásica, confirmaron lo que los escaparates ya muestran en Nueva York; el regreso triunfal –en versión indie, por supuesto– de los zapatos de suela y cordones blancos que durante tantos años fueron paradigma de lo pijo. Y no es para sorprenderse: hasta los amigos de los Strokes van con sus Sebago por Brooklyn –eso sí, Sebago con pitillo y sin calcetines– mientras los negros dan en el blanco tal si fueran los Kennedy con su aristocracia bling-bling.
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