Artistas
En chanclas
El debate está en la calle, a ras de suelo para ser precisos. Chanclas sí o chanclas no, he ahí la cuestión. A mí, y perdonen si me paso la línea estilística de este periódico por la gomilla del bermuda, me encantan las chanclas para arrastrar los pies por el asfalto derretido, para hacer frente al tórrido julio con los bajos al fresco y para airear los pulgares inferiores por mucho que digan menudo asco cuatro licenciados de almidón. Y sí a las bermudas y sí a que cada cual vaya por la Gran Vía como le salga de la riñonera, que no está la cosa para ponerse pimpollo.Estemos de acuerdo con que la moda, poderosa arma sobre todo publicitaria, dicta unas normas fenomenales para que cada temporada vayas hecho un pincel. Guayaberas, sombreros panamá, dandismo de cine negro y morritos de chico Martini tal si la vida fuera un catálogo impreso en Saint Tropez. Pero la realidad, queridos míos, es otra: cuando aprieta el calor, no hay camisa de Prada que resista al rodalillo. Así los sofocos, uno, envidioso por naturaleza, siempre se ha lamentado de por qué las mujeres pueden ir a trabajar con gráciles vestiditos de algodón y cómodas sandalias mientras que a nosotros nos asfixia la dictadura del mocasín y la camisa remangada. La vida de chico Martini sombrero en ristre nos martiriza como si éste fuera un castigo ímplicito por no haber nacido mujer. De ahí que, igual que ellas convirtieron la minifalda y el pantalón en causa de revolución, ahora toque hacer lo propio con lo nuestro. Chancla o muerte venceremos.
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