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En Xinjiang se enquista el odio a la espera de una nueva rebelión

En Xinjiang se enquista el odio a la espera de una nueva rebelión
En Xinjiang se enquista el odio a la espera de una nueva rebeliónlarazon

Urumqi- El ciclo-taxi de Alí sube renqueando por las cuestas del barrio de favelas de Cangfanggou. Junto a las vías del tren, una familia musulmana lava su alfombra. En el otro extremo, al final de un mugriento callejón «edificado» sobre un vertedero, pasan la mañana las gallinas, un grupo de ancianos reunidos en torno al té y varios niños que no van a la escuela. No disponen de agua corriente, ni de luz eléctrica, ni por supuesto de televisión. Tienen por hogar cuartuchos de 10 metros cuadrados con goteras, una estufa de leña oxidada y un techo de hojalata reforzado con cinta de embalar. La escena podría estar sacada de Afganistán si no fuera por lo que se ve en el horizonte: el centro financiero de Urumqi, sus relucientes rascacielos, sedes de bancos, hoteles de lujo y escuelas de negocios, todos con letreros escritos en chino y, unos pocos, también en uigur o inglés. La pobreza es lo que menos preocupa ahora a los habitantes de este suburbio de la capital de Xinjiang. Están razonablemente satisfechos con su modo de vida, dicen, pero temen que cambie a peor. «Trabajo en un restaurante chino. El dueño me paga y es amable conmigo, pero no he ido a trabajar desde el domingo porque no me atrevo a pisar la ciudad. No sé si conservaré mi empleo. Muchos estamos en la misma situación aquí», asegura un muchacho de 19 años que, como el resto de sus vecinos, accede a hablar a cambio de que no se publique su nombre, ni se tomen fotografías de su casa. «Defenderemos nuestra casa» «Por primera vez estamos contentos de tener cerca a la Policía», bromea el «líder» de la comunidad. «Prometieron que intentarían defendernos y lo están haciendo, pero dicen que si la cosa empeora, tendremos que salir corriendo. No lo haremos: estamos preparados para defender nuestra casa», sostiene el patriarca de la favela ante las miradas curiosas de un remolino de hombres, niños y mujeres. Las autoridades de Urumqi creen que muchos de los radicales que iniciaron las violentas protestas del domingo (asesinando brutalmente a decenas de han) proceden de barrios como éste y de ciudades y pueblos cercanos. Los habitantes de Cangfanggou lo niegan y tienen una ingeniosa manera de responder acerca del sentimiento nacional. «No nos importa cantar el himno chino y ver cómo se iza la bandera». «Si en vez de los chinos estuvieran los americanos, haríamos lo mismo y estaríamos contentos», responde el «líder», desatando las carcajadas del resto. El Gobierno considera toda declaración pública a favor de la independencia como un «acto de traición al pueblo», delito castigado severamente por el código penal. Heridas profundas Ahora que el Ejército se ha hecho con el control de la ciudad y la tensión ha empezado a disminuir, muchos en Urumqi miran hacia el futuro. Incluso la más vieja de la «reunión» razona en estos términos. «Cuando yo era joven había menos chinos, pero siempre han estado aquí» (Los han eran un 6% en 1945, ahora son un 40%). En esta aldea siguen quedando siete familias y nunca hemos tenido problemas, aunque no mezclamos la sangre porque no son musulmanes, como tampoco la podemos mezclar con un americano. Pero creo que nunca volverá a ser lo mismo entre nosotros», explica con la ayuda de su nieta. Desde los despachos de Pekín, Shanghai y Hong Kong, los analistas han llegado a conclusiones parecidas a las de esta anciana desdentada: en el mejor de los casos, las heridas de Urumqi tardarán en cicatrizar y los militares tendrán que seguir formando al sol durante mucho tiempo si quieren que la espiral de odio no vuelva a comenzar.