Sevilla
Antonio Molina: «Este año la gente mira mucho pero se monta poco»
Cochero
Calle Costillares. Una del mediodía. Antonio Molina y su yegua «Flamenca» aguantan estoicamente el sol de justicia que cae sobre un Real que se despereza tras la intensa actividad de la jornada anterior. Aún no hay demasiados feriantes ni carruajes. Las cocinas de las casetas se preparan para atender convenientemente a los socios, y los propietarios de las atracciones aprietan las últimas tuercas antes de reanudar la marcha.
Pero Molina ya lleva seis horas de trabajo a sus espaldas. «Estoy aquí desde las siete de la mañana y me voy a mi casa todos los días a las doce de la noche», asegura este algabeño mientras se bajan los últimos clientes. Lleva 25 años en el pescante de su modesto carruaje enseñando la Feria a los extranjeros y sevillanos que quieren lucir facha mientras que los viandantes miran con desdén. Sombrero de ala ancha, botos altos, reluciente camisa blanca. Este cochero de la vieja escuela hace su particular balance de la fiesta. «La crisis se está notando muchísimo. Este año la gente mira mucho pero se monta poco», sostiene, aunque «los primeros días de Feria había mucho tráfico», tanto como el de la cercana avenida Juan Pablo II, que conforme avanzaba el mediodía era un hervidero de coches que venían del Aljarafe al calor de la manzanilla.
Los precios oscilan entre los 60 y los 90 euros por un paseo de una hora por el recinto. «Al mediodía es más caro porque hay mucho más ambiente. Cuando va atardeciendo la gente se recoge y el paseo es más baratito, ideal para familias menos pudientes que quieren darse el gusto».
Testigo mudo de tantas conversaciones y tratos, «Flamenca» cuenta los minutos para llegar al abrevadero. «Se porta de categoría. La cuido mucho durante el año porque es la que nos da de comer», afirma mientras se suben nuevos clientes a los sillones y regatean el precio para exhibirse en el escaparate sobre ruedas.
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