Venezuela

Futbolista

La Razón
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Decía Antonio Ordóñez que no hay ex-toreros. El torero se retira y sigue el torero. El torero compra una ganadería, y no es ganadero, sino torero con ganado. El torero muere cuarenta años después de matar su último toro, y ha muerto un torero. El torero es siempre presente y el futbolista tan sólo mientras está en activo. Cuando cuelga las botas, el futbolista ingresa en el pasado. Menos don Alfredo. Con sus ochenta años vencidos, su cachaba, su cadera atornillada y su corazón avisado, don Alfredo sigue siendo el futbolista por definición. El mejor, el más grande, el gran señor del deporte más popular del mundo.

Niño era cuando lo vi por primera vez. El estadio de Chamartín emergía entre solares y desmontes. La gente se vestía de domingo para ir al fútbol. La portería del sol y la de la sombra. Coñac y humo de puro mezclados en el ambiente. Las avalanchas. Y un dios rubio y algo calvo que lo dominaba todo. En el palco, el perfil griego de un manchego tremendo, sabio y cachondo, don Santiago Bernabéu, el otro artífice del milagro del Real Madrid. Un Gento jovencísimo, Juanito Alonso, el portero guipuzcoano, y Rial, que jugaba como cantando tangos, maravillosamente.

Años más tarde, cuando el Real Madrid declinaba, Di Stefano, Puskas y Gento, visitaron al Presidente para recomendar el fichaje de Eusebio, el prodigio portugués del Benfica. El portugués, que le había soplado las últimas copas de Europa al Real Madrid, ya se veía de blanco. Pero aquella mañana el Presidente estaba malhumorado y cazurro, y no quería reconocer el declive de su mejor obra. «Lo siento. No quiero jugadores negros ni que tengan bigote». Un año más tarde fichaba a Didi, negro y con bigote, y Eusebio se quedó en un sueño. El dios rubio se acercaba a su final y Pelé era el nuevo rey. Rey, pero no dios.

A don Alfredo lo secuestran en Venezuela. Y el mundo se paraliza. Ya liberado, don José María Pemán le escribe un romance, prácticamente inédito. «Alfredo se ha evaporado,/ nadie sabe dónde está,/ si estará chutando lunas/ sobre las nubes del mar./ ¿Cuya es aquella pareja/ que así suspira al pasar?/ Son Bernabéu y Saporta/ que parece, según van,/ un matrimonio sin hijos,/ sin poderse consolar./ Las porterías del mundo/ esperan a su galán,/ doncellas del violador,/ ineses de su Don Juan».

Una discusión a destiempo con Bernabéu y algún desacuerdo táctico con Miguel Muñoz marcan la salida de don Alfredo del Real Madrid. Un año en el Español y aquel partido primero de la Liga en Sarriá contra el Real Madrid, con el dios blanco vestido de «periquito». Abrazos a Puskas y a Gento, como diciéndoles: «¡Qué raro me siento!». Años que pasan y Florentino Pérez que acierta plenamente en dos decisiones. Contratar a Zidane y nombrar a don Alfredo Presidente de Honor del Real Madrid. Ahora, Ramón Calderón le ha organizado el homenaje mundial que merecía. El acto de desagravio al mejor de todos que nunca disputó un Mundial. Ésa era la sombra. Pero ni el Real Madrid, ni el fútbol español ni el europeo serían lo que hoy son sin don Alfredo. Así se lo han reconocido todos. Él es el espíritu indomable del mejor club del mundo.

Le mando un abrazo lleno de cariño y gratitud, don Alfredo. Me hizo feliz de niño y me ayudó a comprender que el talento sin trabajo no sirve para nada. Es usted el futbolista. Y después, «naide», y luego, todos los demás.