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Guantánamo y la vergüenza

La Razón
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L es juro que no entiendo muy bien, o no comprendo en modo alguno, qué hace España acogiendo a presos de Guantánamo cuando nada nos va ni nos viene en el limbo legal montado por los Estados Unidos, y que ahora Obama quiere quitarse de encima enviando a los prisioneros a países amigos. Si fue una obligación detener a esos individuos y llevarlos ante la Justicia, que quienes los apresaron carguen con ellos, y los juzguen, y les den la oportunidad de defenderse, y los declaren inocentes o culpables según las conclusiones de la independencia judicial... Pero eso de mandarlos a hacer turismo penitenciario es un abuso que España no se debería tragar, y bastante vergüenza hemos pasado con la utilización de aeropuertos españoles para el tráfico de individuos anónimos, que podían ser unos santos inocentes o los destripadores de Boston. Una cosa es ser amigos, y otra muy distinta ser idiotas, y las tragaderas de las reverencias ante el Imperio tienen un límite. Aquí hemos pasado, en muy poco tiempo, de que el entonces líder de la oposición y hoy presidente del Gobierno, Zapatero, no se levantase de su silla al paso de la bandera de las barras y las estrellas a acoger a unos presuntos terroristas que la nueva Administración norteamericana no quiere en su territorio por miedo a mancharse las manos. Y aquí, en el país que exhibe el antiamericanismo social más primitivo de Europa, a pesar de que ande el personal llorando a Michael Jackson con una hamburguesa entre las manos y con unos pantalones tejanos apretándole los huevos, nos prestamos a la vergüenza de complicarnos la vida para que no se la compliquen las autoridades de la Casa Blanca. Ya sé que el terrorismo es global, y que es imprescindible la colaboración planetaria para acabar con mafias asesinas como Al Qaeda. Pero vivimos en un mundo en que, hasta para los etarras, debe tener su primacía la legalidad del Estado de Derecho, y no esas barbaridades que se cometieron en Guantánamo contra seres humanos que en algunos casos no tienen ni nombres ni apellidos, y cuyos delitos no han sido probados. Vivir es convivir y echar una mano, pero vivir no es hacer la pelota de rodillas ante episodios que pueden ser altamente peligrosos, además de indecentes.