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Presentación

Ha muerto la cultura francesa

Poco influyente hoy y ensimismada, la cultura gala podría estar herida de muerte. Francia busca su «tiempo perdido».

La Razón
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parís- La cultura francesa y su modelo atraviesan un largo periodo de declive. Faro mundial de las artes y las letras durante tantas décadas, ahora apenas da luz en sus pagos francófonos. Esa es, al menos, la visión algo apocalíptica de la revista americana «Time», que acaba de dedicar una edición, y su portada, a la agonía que estaría viviendo la ensimismada creación gala, desubicada y, ya, poco influyente en un mundo globalizado.

El semanal estadounidense no se deshace en halagos y traza un severo retrato. Pero además se permite diagnosticar los males que aquejan a la vieja superpotencia y sugerir los remedios para que el Ave Fénix resurja de sus cenizas. ¿Qué le ocurre al país de Monet, Debussy, Molière y Balzac? ¿Dónde quedaron Sartre, Camus, Piaf y Truffaut? ¿Y Proust y su madalena? La que le hizo tomar conciencia de que sólo el tiempo pasado, «perdido», tiene valor. Precisamente, porque Francia sigue buscando su «tiempo perdido», su propio pasado y viviendo de él, recorre sin pena ni gloria el presente y apenas se proyecta en el futuro.

 

Proteccionismo

Para los franceses cada otoño significa el amanecer de un nuevo año cultural, pero para la publicación norteamericana la flor viene marchita. La producción de cultura en Francia es ingente. Más de 700 novelas este año y más de 200 películas; además, casi todas las ciudades medianas tienen sus festivales musicales y teatrales, sus temporadas de ópera y la creación literaria está recompensada hasta con 900 premios en total. Los artistas galos son muy prolíficos, pero su arte se consume principalmente en casa. Lo «francés» se exporta cada vez menos y en muchas ocasiones el obstáculo es la lengua. Otrora idioma en alza, «le français» ocupa hoy el duodécimo puesto de las lenguas más habladas, muy por detrás del chino, el inglés y el español. Y además la tan ensalzada política proteccionista estaría perjudicando la entrada de nueva savia. ¿Está matando la excepción cultural su propia criatura? Es una pregunta que cabría hacerse.

Dicha «excepción» nació con el propósito de frenar la ofensiva americana: Hollywood y su modelo de consumo de masas alejado del ideal intelectual promovido en Francia durante el siglo XX. La cultura es un bien elevado y su consumo, sinónimo de intelectualidad. Y su vertiente mercantil, un tabú. Algo casi vulgar. De ahí que el Estado lo haya considerado un valor esencial y que De Gaulle encargara a André Malraux materializar esa ambición nombrándole ministro de Cultura (1959-1969). Algunas décadas después, y tras un periodo de erosión cultural, Mitterrand hizo suyo el estandarte y confió a Jack Lang la protección y promoción de la cultura francesa.

«Time» ilustra su particular necrológica con cifras elocuentes. Asegura que sólo un puñado de las novelas recién publicadas en Francia encontrará editor fuera de sus fronteras. Y no llegarán a la docena las que se hagan un hueco en el mercado estadounidense, mientras que un 30% de las obras de ficción vendidas en Francia están traducidas del inglés.

Del cine galo, lo último que se recuerda es la «Nouvelle Vague». Hace un siglo su industria era la más importante: Meliès, Pathé, Gaumont. Hoy, la mayoría de las 200 producciones son de bajo coste y sólo se exhiben en el mercado doméstico, mientras que casi la mitad de las entradas vendidas en las taquillas galas son de filmes norteamericanos.

 

La barrera del idioma

Las críticas de la revista «Time» se centran fundamentalmente en la política de ayudas y subvenciones automáticas, ampliamente extendidas, que estarían contribuyendo a fomentar la mediocridad. Y lo mediocre no se exporta bien. A lo que se suma la barrera del idioma: sólo 1 de cada 5 películas francesas llegan a EE UU mientras que los alemanes venden 1 de cada 3.

Los «declinólogos» empiezan también a dejarse oír en el ámbito cultural. Quizá la «ruptura política» prometida por el presidente francés se extienda a la cultura francesa. Sarkozy, «el Americano», pretende, en toda caso, tender puentes con Estados Unidos. Este verano, como recuerda «Time», abogó por «democratizar» la cultura, lo que erizó a los intelectuales parisienses. Frente al problema francés, el semanario propone una solución norteamericana: acabar de una vez con la nostalgia, renovarse y abrir la cultura a otras raíces, al mestizaje.