Cáritas

La calle el hogar de 30000 personas

Cada vez hay más mujeres, y cada vez hay más jóvenes. Nadie está exento de caer en las garras de la pobreza.

La Razón
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Madrid- Condenados a la indiferencia, destronados de la esperanza, apartados del sistema y sentenciados a la marginación, más de 30.000 personas duermen en nuestro país en camas improvisadas de cartón, plásticos y periódicos. Los ojos de los puentes, los parques, los cajeros automáticos y los bancos públicos se convierten en los hogares de las personas que viven en la calle. Si hay suerte, y plazas libres, algunos pasarán la noche en las literas numeradas de los albergues y centros de acogida.

El colectivo de los sin techo se muestra como el espejo de nuestra sociedad. «Este grupo de gente son la punta de un iceberg muy grande en el que confluyen los problemas generados por la sociedad, como la vivienda, el empleo y la salud, y los problemas personales, a los que los servicios sociales no han sabido dar respuesta», señala Víctor Renes desde Cáritas.

Cargados con una biografía repleta de sombras y un equipaje existencial de desencuentros y mala suerte, las personas sin hogar se muestran como un grupo social muy variado: «No existe un perfil único sino diversas situaciones en las que intervienen la pérdida del empleo, de la casa, la de lazos y vínculos familiares, la falta de recursos, la problemática de las drogas o las situaciones de inmigración».

Grupos familiares

En la última década, el rostro de las personas que carecen de alojamiento ha ido cambiando y, como desvelan los expertos, se ha producido una feminización de la pobreza. «Frente a otros años, ahora nos encontramos con una mayor proporción de mujeres que viven en la calle e incluso de grupos familiares enteros. Además, la edad de las personas sin techo es cada vez más joven. Si antes la media se situaba en los 60 años, ahora está en los 30», explica Renes. Un fenómeno que confirma desde la Fundación Rais Rafa Cazabel, educador social que trabaja con las personas que viven en la calle: «Hay gente de todo tipo, pero cada vez más vemos a chavales de 25 años con todo tipo de circunstancias. Al principio vienen bien vestidos y arreglados, nadie sospecharía que viven en la calle, pero poco a poco, por el tipo de vida al que están obligados, se deteriora su aspecto».

La bebida y las drogas fueron para muchos el vehículo que los arrojó a vivir en la calle, para otros, el refugio etílico con el que poder asimilar su indigencia y poder soportar su nueva condición de vagabundo.

Los estudios apuntan que el 57,5 por ciento de estos excluidos sociales abusa del alcohol y que el 41,5 por ciento ha consumido alguna vez drogas. En la mayoría de los casos, los trastornos mentales entran en la vida de los sin techo, aprecia Sergio Barciela, portavoz de Cáritas en el Programa de Personas sin Hogar: «Entre un 25 y 35 por ciento de estas personas sufre algún tipo de enfermedad mental. La tasa de prevalencia casi es el doble entre las mujeres. La esquizofrenia, los trastornos de personalidad, la depresión y dificultades de aprendizaje son las enfermedades más comunes».

Esperanza de vida

Los problemas de salud entre este colectivo pueden aparecer antes de su exclusión o como consecuencia de ella. En ambos casos, apunta Barciela, «las personas sin hogar ven reducida la esperanza de vida en 20 años respecto al resto de la población».

La caridad y la mendicidad terminan siendo para los sin techo el único horizonte abierto en un presente que los arrincona dentro de un mundo en el que el consumismo olvida las injusticias.

A las puertas de las iglesias, a pie de los semáforos, en la entrada de los bancos y comercios, las personas sin hogar cabalgan por un destino incierto en el que quedaron atrapados después de perder su empleo y su familia.

Nadie está exento de descender a las profundidades abisales del pozo de la pobreza. Desde cualquier situación se puede llegar a la calle, recuerda Víctor Renes desde Cáritas: «La mayoría de estas personas no tienen recursos ni formación, pero no hay que olvidar que cada vez más encontramos a gente viviendo en la calle que antes llevaba una vida desahogada económicamente, que tenía formación y que estaba integrada en la sociedad».