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La heredera de Rushdie

20 años después de la «fatwa» contra «Los versos satánicos», el miedo a ofender al Islam es más intenso que nunca. El último escándalo lo ha provocado Sherry Jones con una novela sobre la mujer de Mahoma, que ahora llega a España. 

LA heredera de Rushdie
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Días antes de que «Los versos satánicos» llegaran a las librerías, en plena campaña promocional, un periodista indio hizo un aparte con Salman Rushdie. «¿Es usted consciente del follón que se avecina?», le preguntó. La respuesta del novelista fue tajante: «Es absurdo pensar que un libro pueda provocar tumultos. ¡Qué forma más rara de ver el mundo!». Y todos sabemos el resto de la trama: manifestaciones, atentados, quemas de la obra y, finalmente, una «fa-twa» del ayatolá Jomeini en la que exigió la cabeza del «blasfemo», y de la que se cumplen 20 años este 14 de febrero.

 

Además de evidenciar las nulas dotes de adivino de Rushdie, su frase tiene otro valor: refleja cómo ha cambiado el paisaje cultural en las dos últimas décadas. Ya nadie duda de que los libros, como cualquier obra de arte, puedan provocar tumultos. Basta con mencionar el asesinato del cineasta Theo Van Gogh, el exilio de la diputada holandesa Ayaan Hirsi Alí o la descomunal polémica por las viñetas de Mahoma. «Ganamos la batalla, pero perdimos la guerra», denuncia Andrew Anthony, autor de un ensayo sobre la «fatwa». «No mataron a Rushdie ni retiraron el libro de las tiendas, pero lograron que todos tengamos pánico a ofender al Islam y al resto de religiones».

 

El caso más extremo de este fenómeno está a punto de llegar a las librerías españolas. Se trata de «La Joya de Medina», de Sherry Jones: una novela histórica sobre Aisha, la esposa más joven de Mahoma, con tibias pinceladas eróticas. Cautivada por la historia, la editorial Random House pagó un anticipo de 100.000 dólares a la autora. Pero el entusiasmo les duró poco: en el último minuto decidieron cancelar la publicación de la obra, prevista para el 12 de agosto. ¿El motivo? Un correo electrónico de Denise Spellberg, una experta en el mundo islámico, que les alertaba de que la obra podría desencadenar otro escándalo. «Esto es una censura basada en el miedo y sienta un precedente muy malo», tronó Rushdie, que publica sus libros en esa misma casa editorial.

 

En 1989, ni siquiera la ira del ayatolá impidió la publicación de «Los versos satánicos». Cierto: Rushdie pasó una década bajo custodia policial, numerosas librerías sufrieron atentados y se registraron ataques contra varios traductores de la obra, entre ellos Hitoshi Igarashi, asesinado en 1991. Pero la editorial Penguin jamás se planteó retirar el libro de las librerías, aunque ello supusiera que su personal llevase chalecos antibalas al trabajo.

 

El contraste con la «censura preventiva» de Random House no podría resultar más nítido. Cuando cancelaron la publicación de «La joya de Medina», sus directivos admitieron que las editoriales tienen el deber de «apoyar la libre discusión de ideas». Sin embargo, alegaron que también deben cumplir otras responsabilidades, como velar por la seguridad de la autora, de sus empleados y de los dueños de librerías. «La conclusión es demoledora: hemos interiorizado la "fatwa"y ya no hace falta que nos amenacen para que renunciemos a nuestra libertad de expresión», señala el ensayista Kenan Malik, que prepara un libro sobre el «caso Rushdie».

 

La cultura del miedo

 

El asunto podría haberse quedado ahí si no fuera por el tesón de Sherry Jones. Empeñada en que su novela viese la luz, recompró los derechos de la obra y los ofreció a cualquier editorial que se atreviese a publicarla. «Hay que romper esta "cultura del miedo"», asegura por teléfono. «Entre otras cosas, supone una falta de respeto al mundo islámico. Al censurarnos, insinuamos que un musulmán ofendido es un musulmán violento. Sin embargo, la mayoría de ellos sabe digerir las críticas con naturalidad. Somos nosotros los que proyectamos nuestro miedo a una minoría sobre un grupo amplísimo de personas. Eso es discriminatorio y racista».

 

Este verano, el manuscrito llegó a la editorial británica Gibson Square, que el 4 de septiembre anunció el lanzamiento. «No hay que tener miedo», declaró su dueño, Martin Rynja. Pero, poco después, los extremistas pusieron a prueba su coraje lanzando una bomba incendiaria contra su domicilio. Y el editor cedió: ese día pospuso «indefinidamente» la publicación de la novela. La fecha del ataque no pudo ser más simbólica: el 27 de septiembre de 2008, cuando se cumplían 20 años de la llegada de «Los versos satánicos» a las librerías.

 

Durante unas semanas, parecía que los extremistas iban a lograr su objetivo. Así, cuando una editorial serbia publicó el libro, la comunidad islámica logró que se retirase de la circulación. Pero días después se detectó un curioso fenómeno: la edición «pirata» de la obra se había convertido en un bestseller en los mercadillos locales. Así que la editorial decidió relanzar la novela, que ocupó durante más de dos meses el primer puesto de las listas de ventas.

 

 A partir de ese momento, se quebró el maleficio sobre la novela. En los últimos meses se ha publicado en países como Alemania, Italia o Estados Unidos sin provocar excesivos incidentes. Y el 4 de febrero llegará a nuestro país de la mano de Ediciones B, que adquirió los derechos meses antes de que estallase la polémica. «Nunca nos planteamos no publicarlo, porque la labor de una editorial es ofrecer a los lectores las mejores obras que pueda: si te autocensuras, sientas un precedente malísimo», dice Lucía Luengo, responsable de Ediciones B.

 

En los últimos meses, el temor a la ofensa se ha extendido a los sectores más diversos. En octubre, por ejemplo, Playstation aplazó el lanzamiento del videojuego «Little Big Planet» porque uno de los temas de la banda sonora contenía dos frases sacadas del Corán. No hizo falta ni una mínima amenaza para que toda una multinacional alterase el calendario de su mayor apuesta comercial del año. «Es un ejemplo de manual de autocensura», denunció el escritor Christopher Hitchens en su columna en «Vanity Fair».

 

El más ofendido

 

Y no es un problema limitado al Islam: otras religiones se han apuntado a esta «cultura de la ofensa». Por ejemplo, las protestas de la comunidad sikh de Reino Unido lograron la cancelación de «Bezhti», una obra de teatro que consideraban insultante. «Es como una carrera para ver quién se siente insultado por la cosa más nimia y reacciona con más agresividad ante la supuesta ofensa», recalca Andrew Anthony.

 

Para Kenan Malik, el vigésimo aniversario de la «fatwa» debería animarnos a reflexionar sobre la erosión de nuestras libertades. Hace dos décadas, Salman Rush-die recibió un aluvión de apoyos ante las amenazas iraníes; hoy, muchos argumentan que no ocasionar «dolor cultural» es más importante que el «abstracto» derecho a la libre discusión de ideas. «Pero si no ejercitamos la libertad de expresión es como si no existiera», argumenta Sherry Jones. «Y lo grave es que no será una fuerza externa quien nos la arrebate, sino nosotros mismos».