Valencia
La República no advino democráticamente (II)
por César Vidal
Siendo votadas las candidaturas monárquicas siete veces más que las republicanas no puede extrañar que tan sólo pasaran a control republicano un pueblo de Granada y otro de Valencia. Por supuesto, nadie -y menos los republicanos- hizo referencia a un plebiscito popular. El 12 de abril de 1931, se celebró la segunda fase de las elecciones. Frente a 5.775 concejales republicanos, los monárquicos obtuvieron 22.150, es decir, el voto monárquico prácticamente cuadruplicó el republicano. Desde cualquier lógica democrática, los republicanos deberían haber reconocido su clara derrota, pero sucedió algo totalmente distinto. Los políticos monárquicos, los miembros del gobierno (salvo dos), los consejeros de palacio y los dos mandos militares decisivos -Berenguer y Sanjurjo- interpretaron la derrota en buena parte de las capitales de provincia como un apoyo extraordinario para la república y un desastre para la monarquía. El hecho de que la victoria republicana hubiera sido urbana -como en Madrid, donde el concejal del PSOE Saborit hizo votar por su partido a millares de difuntos- contribuyó a esa sensación de derrota, pero también lo hizo el miedo a que los republicanos desencadenaran una cruenta revolución. Semejante apreciación no se correspondía con la realidad dada la muy limitada fuerza republicana, pero tuvo un peso decisivo sobre el desarrollo de los acontecimientos. Durante la noche del 12 al 13 de abril, el general Sanjurjo, al mando de la Guardia Civil, dejó de manifiesto por telégrafo que no contendría un levantamiento contra la monarquía. Los dirigentes republicanos lo supieron inmediatamente gracias a los empleados de correos. Batidos incuestionablemente en el terreno electoral, los republicanos eran conscientes de que se enfrentaban con un sistema que se negaban a defender las propias instituciones encargadas legalmente de esa tarea. Fraude y cobardía Ese conocimiento de la debilidad de las instituciones constitucionales explica la reacción republicana cuando Romanones y Gabriel Maura -con el expreso consentimiento del monarca- ofrecieron al comité revolucionario unas elecciones a cortes constituyentes. A esas alturas, sus componentes no sólo rechazaron la propuesta, sino que exigieron la marcha del rey antes de la puesta del sol del 14 de abril, sabedores de que si la monarquía se reponía de aquel espejismo nunca se proclamaría una república cuyos candidatos habían sido derrotados clamorosamente en las elecciones. Para caldear el ambiente, los dirigentes republicanos convocaron manifestaciones que presentaron como espontáneas e incontrolables y cuya finalidad era aterrorizar a quien pretendiera hacerles frente. Además, Alfonso XIII capituló sumido como estaba en la depresión más profunda por la muerte de su madre unos meses antes y viendo cómo su esposa se hallaba aterrada ante la posibilidad de acabar como la familia imperial rusa. Al fin, los políticos constitucionalistas se rindieron ante los republicanos y con ellos el monarca. Así, la Segunda república no nació de una victoria electoral, sino del fraude de unos y de la cobardía de otros. En febrero de este año se presentaba en Alemania como candidato a la presidencia por el Partido Nacionalsocialista Adolf Hitler. Dos meses después, el Presidente Paul von Hindenburg es reelecto, derrotándole por amplia mayoría en la segunda vuelta de las segundas elecciones presidenciales alemanas. En España, las Cortes de la Segunda República Española aprobaban la Ley del Divorcio.
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