Literatura
La solidez de la madera
Era 1912, y él, un carpintero, analfabeto de 21 años llamado José Lázaro, se convierte en el ídolo de Portugal. Va a representar a su país en los Juegos de Estocolmo. Nunca había salido al extranjero. Entrenaba entre los tranvías y los animales de las calles. Su familia y medio Portugal siguió la carrera por la radio. Antes de terminar se desplomó. Se había dado en el cuerpo grasa para no transpirar y le dio un colapso. Y, según cuenta Peixoto en una entrevista, la ropa que llevaba José Lázaro para los actos oficiales era prestada, y el propio rey de Suecia tuvo que encabezar una cuestación para conseguir dinero y repatriar el cadáver.
Este, al parecer, es el transfondo histórico de la última novela de José Luis Peixoto, «Cementerio de pianos». El cementerio de pianos es una habitación de la carpintería donde se almacenaban pianos en desuso y que eran utilizados para obtener de ellos repuestos para otros pianos. Pero también lugar simbólico de las artes de la naturaleza, que hace morir y nacer a los seres en un obsesivo intento de permanencia (en la novela Lázaro morirá el mismo día en que nazca su hijo). Peixoto estructura esta obra mediante la articulación de los pensamientos del padre y del hijo (los dos llamados José Lázaro), llegando en muchos momentos a unirlos, arrastrando al lector a ver mediante los ojos de ellos a hijos, hijas, nietas, mujeres, amadas, casi como un magma donde lo humano se transvalora en tejido literario, quizá porque para Peixoto lo humano es el único material narrativo.
Todas las actividades diarias, lo cotidiano, lo que sucede sin que apenas trace sombras sobre nuestra vida, está narrado por Peixoto con algún voyeurismo emocional, en cierta manera, como Mishima describía los objetos y las acciones diarias de sus personajes: el hermano al que un alambre oxidado en mano de Lázaro le saca el ojo, y que ya nunca encontrará su posición en la vida; un vaso de vino que se rompe en el suelo...
El escritor portugués José Luis Peixoto (Galveias, 1974), poeta, narrador y articulista, obtuvo con su obra «Nadie nos mira» el premio José Saramago. En ella, también (como en «Cementerio de pianos») destacaba el elemento coral: un coro de voces de hombres con nombre bíblico y mujeres sin nombre propio nos hablaban en esa obra de su soledad en un mundo en el que Dios no existe. En «Cementerio de pianos» los hombres no están solos, están inmersos en sus familias, pero como reflejados para siempre en un espejo que confunde a padres, hijos y nietos. En cierto modo, como proyectos copiados de un original que hace mucho tiempo que perdió su sentido o que fue finalmente ilegible.
La solidez de la madera se confundirá con esa carrera hacia la muerte que ocurre en Suecia, o esos momentos en el hospital esperando a la muerte que tiene el hijo y con los que se abre la novela. Horas donde sabe que va a morir paralelas en el espejo a los últimos kilómetros del padre, agotado en el esfuerzo final de llegar a una meta que no existe sino en la mente de los humanos.
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