Ferias taurinas

La sombra alargada de las figuras

El Cid no llegó a cuajar al mejor toro y El Juli no enganchó con el público 

La sombra alargada de las figuras
La sombra alargada de las figuraslarazon

Pudo ser y no fue. La suma restó y en el mismo escenario donde hubo de haberse erigido la danza del triunfo se diluyó el éxito entre vaguedades. Pérdidas con un camino tan sólo de ida. Madrid ayer se quedó vacío. Huérfano de contenido que sustente a este San Isidro según avanza. Ayer, claro, hoy ya se verá. El cartel de figuras. El duelo Perera y El Juli, con El Cid, el torero capaz de reventar Madrid las veces que se le antoje a golpe de naturales... Se desinfló la burbuja.Llevaron a Las Ventas una corrida terciada de presentación, más que justos algunos, protestados con derecho, la mitad que otros lidiados por los que están «tiesos» en días atrás en esta misma feria, en este mismo redondel... La corrida de Núñez del Cuvillo desarrolló nobleza a raudales, pero la casta la tuvo tan escasa, que transmitía poco, y con las figuras eso es un juego peligroso del que nada bueno puede salir. Su sombra es alargada, y a veces penitente.Ese balance similar a una condena al que parecíamos estar predestinados se rompió en el cuarto. Tuvo calidad el toro, mucha largura en el viaje, limpieza en el trazo y belleza en la manera de embestir. Intuimos faena. Brindó El Juli a Su Majestad El Rey, que acudió a la plaza. Y hubo pases buenos, acompañando la suavona embestida del burel. Pero no crujió Madrid. La sintonía de El Juli no pasó la línea imaginaria que separa el albero de los tendidos y la masa de muletazos rebajó la faena a aseada, pero no brillante ni emotiva. Ese no sé qué quedó enmascarado y sin brillo a ojos de los demás. El jabonero quinto, escurrido de kilos como todos, tuvo mucho que torear. Transmitió al embestir por abajo, aunque repuso en la muleta y eso hacía más exigente estar delante y más emocionante la creación. Fue el toro de la tarde. ¿Vale un astado para salvar un festejo? Sirve para relatar las delicias de un faenón, en verdad lo que mantiene a esta locura del toreo vivo durante siglos. El Cid se puso de primeras en el centro del ruedo y al natural, un clásico por estos lares. Revivió El Cid de los triunfos venteños. Ya antes se había desmonterado su peón Alcalareño tras banderillear soberbio. Andaba la cosa caldeada. Ligó El Cid dos tandas con la zurda, buscando la conquista. Se desentonó después. Probó la diestra y el encuentro fue menor, en esa búsqueda entre uno y otro pitón, dejó entrever a un Cid con el aplomo ligero. Y de aquellos fogonazos del prólogo apenas quedaron vibraciones en la última tanda zurda que dio antes de irse a por la espada. Se apagó el fuego. Perera no tuvo suerte. Ni uno ni otro toro le embistió. Dos tristes animales para un fiera en estado de gracia. Verle en acción es algo así como desplegar el manual del bien torear. Se encontró con dos medios toros, de los que no llevan a ninguna parte por mucho esfuerzo que haga el torero. Qué manera de citar, dando siempre el pecho, no hay un pase, no entra en su cabeza, en el que se quede descolocado. Ni uno. Sostiene la muleta por el centro del estaquillador y estudia al milímetro la altura precisa a la que debe colocar el engaño. De nota. No hay pasos de más ni en falso. Un todo medido que aún cuando el toro resulta insulso y anodino sigue siendo ejemplo de torería. Ayer no fue el día, cuando insistía ante el imposible sexto, bondadoso pero soso hasta morir, estaba claro, pero si no es hoy será mañana. La tónica de los dos primeros astados fue la de no definirse ni para bueno ni para malo. Manejable a derechas y a medio gas por el izquierdo el que abrió plaza. En esas medianías se fue la labor de El Juli, más afinada en el toreo diestro, pero sin cundir la expresión al público. El de El Cid abundó en la flojedad y el sevillano hizo bien en abreviar. Lástima que después...