Ferias taurinas
La taurina
Se vence mayo a sí mismo y no he escrito todavía mi crónica taurina. Sigo La Feria por televisión. En mi casa encuentro mejor ambiente que en la plaza arisca. Y me siguen admirando Manolo Molés, Antonio Chenel «Antoñete» y Emilio Muñoz con sus comentarios. Y los de Manuel Vidrié en las corridas de rejones. Me sobran las entrevistas en el palco. La realización, formidable, y prefiero ver las corridas con la imagen normal, por una razón muy sencilla. Mi vista es normal, y no tengo un gran interés por ver más de lo que me corresponde por naturaleza. Si Castella tiene un granito en el cuello, renuncio a la contemplación del grano. De nuevo me topo con un público antipático y parcial. Se perdona a unos y se humilla a otros, según las simpatías o antipatías del sector dominante. El sector del pañuelo verde, quiero decir. Ignora el tantas veces intransigente público de Madrid que toda exageración o desmedida búsqueda del purismo es también paleta cursilería. Meses atrás le di un capón a Morante de la Puebla por su falta de compañerismo con Rivera Ordóñez. Le retiro el capón. Después de ver su toreo de capa nadie puede discutir que estamos ante un prodigio del arte y de la estética. Y los toros, un abismo de penas. Con toda probabilidad, las exigencias de la plaza de Las Ventas obligan a los ganaderos a buscar un toro que no encuentran ni en sus ganaderías. El toro de verdad no ha salido aún por la puerta de chiqueros. Han salido búfalos y merengues, pero no toros. Juan Carlos Crespo hace un gran trabajo, y siempre con discreción y eficacia. La cámara superlenta nos demuestra que en cada lance, en cada pase, los versos de Alberti están presentes en el encuentro del hombre y los pitones. «Da su junco a la media luna feria, y a la muerte, su gracia, de rodillas». De rodillas, con los pies anclados en la arena y a lomos de un caballo artista y maravilloso, como «Patanegra» de Hermoso de Mendoza, destripado por un toro desmochado. Estamos tan acostumbrados a las cornadas que reciben los toreros, que las de los caballos nos impresionan más. La de «Patanegra» me dejó consternado, y me gustó la hombría de Hermoso de Mendoza, su valor seco de maestro. Lo siento, pero si algo me irrita en el toreo a caballo son los gestos circenses de algunos de sus protagonistas. Bien Álvaro Montes con la garrocha. El resto, difícil actuación de circo. Vidrié y Hermoso nunca han hecho tonterías. Los toreros a caballo piden al público el aplauso aún antes de ejecutar la suerte. Más mesura. En las tardes de cartel de tronío, mucha corbata y mujer guapa. Así ha sido siempre en los toros. Garzón, abonado de gorra. Esperanza Aguirre, en su andanada. El japonés, un entendido. El chulo de toriles, pluriempleado, y Florito, como siempre, haciendo breve lo que en otras plazas es un interminable tostón. A propósito de Florito. De cuando en cuando hay que sonreír un poco. Aplaudo la seriedad y la sequedad, pero no queda mal la sonrisa. La plaza de dulce. El viento, un canalla. Queda pendiente la último semana, la llamada «torista». Esa esperanza nos mantiene. Por ahora, una feria de San Isidro mala y destemplada. El público a peor, a más grosero, y el recuerdo vivo de Morante a la verónica.
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