Historia

San Petersburgo

Lenin en el Cabaret Voltaire

Pocos sabían que aquel pequeño hombre con cara de «mongol» iba a liderar meses más tarde la revolución rusa.

Lenin en el Cabaret Voltaire
Lenin en el Cabaret Voltairelarazon

MADRID- La mitología sobre Lenin, el hombre que lideró la primera revolución comunista en el mundo e inauguró desde entonces un sistema político tan igualitario que arrasó con cualquier vestigio de libertad, dice que partió desde Zúrich en un tren (la locomotora de la Historia, según dicha mitología) y que llegó a San Petersburgo el 3 de abril de 1917 para ponerse al frente del Gran Parto de la Historia. En Zúrich llevaba una vida clandestina y se pasaba el día encerrado en las bibliotecas de la ciudad o dando directrices sobre el rumbo de la revolución internacional. Vivía discretamente junto a su inseparable compañera Krupskaia en una habitación de la Spiegelgasse, una estrecha calle en la que, llegada la noche, se oían las voces, gritos y canciones de la extraña fauna que se daba cita en el Cabaret Voltaire, antro fundacional del Dadá, el movimiento artístico que revolucionó –y en su caso de manera irreversible– el arte.
Algunos historiadores han reseñado esta coincidencia, incluso a ella se refiere Alexandre Solzhenitsyn en su libro sobre la estancia de Lenin en Zúrich y, de manera más sintomática, Hugo Ball, fundador del cabaret. «Cada noche debía de oír nuestra música y nuestras parrafadas, no sé si con placer y aprovechamiento», escribió este último. Sin embargo, fue algo más que una vecindad, según sostiene Dominique Noguez en «Lenin Dadá» (Península). El pintor rumano Marcel Janco anotó: «Entre el espeso humo, el ruido de las declamaciones o de una canción popular, hubo apariciones como la de la impresionante figura de mongol de Lenin».
No debería ser extraño que Lenin frecuentara el Cabaret Voltaire porque era conocida su afición a estos locales. En París, en 1910, era un asiduo del Raleais, y rehuía de la bohemia literaria y artística y prefería los tugurios de la periferia. «Compartíamos mozas. Lenin era muy alegre, muy bueno y, en el amor, muy cochino», según el pintor Ivitcheff.
Noguez va más allá, porque el vínculo, sin llegar a ser orgánico, dado que Lenin abominaba del arte de vanguardia y con el movimiento Dadá sólo compartía su espíritu destructivo, llegó a participar incluso en la noche inaugural, el 5 de febrero de 1916, en la que tuvo lugar una «velada rusa» en la que se cantaron y bailaron canciones populares. Hugo Ball escribió que subió al escenario «un señor bajito con muy buena pinta, al Sr. Dolgaleff (sic) lo aplaudieron incluso antes de subir al escenario». ¿Y qué hizo el tal Dolgaleff? Interpretar textos humorísticos de Chejov. La mujer que lo acompañaba leyó a Turguenev y poemas de Nekrassov, qué casualidad, ironiza Noguez, los autores preferidos de Lenin.
Aquel hombre de rasgos orientales y baja estatura coincide con la descripción que el mismísimo Stalin hizo de Lenin cuando ambos tienen su primer encuentro en Finlandia en 1903. Según Hugo Ball, este hombre llegó al Cabaret Voltaire acompañado de Marcel Janco, Georges Janco y Tristan Tzara, el artista que escribió los primeros textos del grupo («La primera aventura celestial del señor Antipirina») y que después confesó su admiración por el líder revolucionario ¿Por qué entonces ocultar la presencia de Lenin? En primer lugar porque en el Cabaret Voltaire, escribió Janco, «se codeaban pintores, estudiantes, revolucionarios, turistas, estafadores internacionales, psiquiatras, gente medio mundana, escultores y espías amables faltos de información». Muchos espías. Algo de comedia tiene la historia. «Todos los testigos de la época –explica Noguez– han destacado la ironía de una situación donde la policía a quien vigilaba y hostigaba era a los bromistas dadaístas, mientras ignoraba olímpicamente a los que estaban preparando una de las mayores revoluciones de la historia».