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Los españoles ya no quieren ser camareros

 

La Razón
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Uno de ellos lee el cartel colgado en la puerta. «Falta personal», recita. «Que la tire Epi», responde el otro. Pues bien. El sucesor del mítico alero del Barcelona, el jugador de la NBA Juan Carlos Navarro, se hartaría hoy de lanzar tiros libres simplemente con darse un paseo por cualquier centro comercial de nuestro país. Porque el problema de la falta de empleados, del sempiterno «se necesita dependiente», no sólo no se ha reducido, sino que se ha agravado. ¿Motivos? Muchos. Económicos, sociológicos, laborales... ¿El resultado? Está resumido en la amarga queja de un hostelero: «Los españoles hemos sido los camareros de toda Europa. Ahora nos cuesta hasta traerlos de fuera».

«Han perdido prestigio»

Ciertamente, hay muchas formas de explicar lo que está ocurriendo. El director de la Escuela de Hostelería de Baleares, Francisco Sastre, lo hace en román paladino: «Hablando en plata: ya nadie quiere que su hijo sea camarero». Y sabe de lo que habla. «Cada vez hay más empresarios que nos llaman pidiendo socorro, porque no encuentran a nadie –explica–. Y no es sólo un problema de salarios bajos, sino que estas profesiones han perdido el aprecio social que tenían». Las víctimas de este divorcio son muchas. Según Sastre, cada vez son menos los peninsulares que se matan a trabajar en las islas en la temporada alta (de Semana Santa a octubre) para luego disfrutar de su merecido descanso, de vuelta a casa, durante el invierno. Esto ha hecho inevitable recurrir a los empleados extranjeros, que son ya el 30% del total en toda España, según las estimaciones de la Federación de Hostelería y Restauración (FEHR). En ciudades como Madrid o Barcelona, según fuentes del sector, esta cifra alcanza incluso el 40%. «Hasta hace poco era excepcional ver a un recepcionista extranjero en un hotel de Palma. Ahora es habitual», explica Sastre. Según la opinión generalizada, el problema no es de dónde vienen estos empleados, sino lo mal preparados que están, tanto nacionales como extranjeros, y lo poco que duran. No hace falta hacer una encuesta para comprobarlo. La inexperiencia se demuestra en una cerveza con demasiada espuma, un vaso a medio limpiar, una cuenta mal sumada o un camarero sin más vocabulario en castellano que el que figura en el menú del día y la carta de raciones. Y así en el resto de los puestos de cara al público, ya sea en la recepción de un hotel, en una tienda de ropa o en la caja de un hipermercado.

Ni inglés ni informática

Pese a que ya sabía lo que se iba a encontrar, la Cámara de Comercio de Tenerife se tomó la molestia de preguntar, una por una, a 1.000 empresas canarias de los sectores del comercio, industria, construcción, hostelería, turismo y servicios por las carencias formativas que se encuentran en las entrevistas de trabajo. Los resultados son decepcionantes, y llaman la atención especialmente en una comunidad que vive en permanente temporada alta de visitantes. El 70% de los empresarios admite que los candidatos no están a la altura del puesto que reclaman. Uno de cada tres aspirantes no tiene la preparación necesaria para leer y escribir. La mitad no domina los ordenadores. Y el 71% apenas pasa del «good morning» cuando un turista osa poner los pies en su tienda. ¿Les suena? Ni Lengua, ni Matemáticas, ni informática ni idiomas. Sí. Exactamente el resumen que hizo la OCDE de nuestro desolador sistema educativo.

«Las mayores demandas están en el sector hotelero y la restauración, porque hay mucha movilidad y a los empresarios les cuesta retener a los empleados, pese a que su formación es mala», se lamenta Vicente Dorta, director de la Cámara de Comercio tinerfeña.

Nadie en el sector se atreve a dar cifras de cuántos puestos están sin cubrir por falta de candidatos adecuados. Pero todos coinciden en dos cosas. Primero, que la situación tiene difícil arreglo. Y segundo, que si no llega a ser por los inmigrantes, a estas alturas los comercios serían poco menos que autoservicios. «Se habría producido un estrangulamiento de la actividad, un cuello de botella, porque no es un déficit coyuntural, sino estructural. No hay personal nacional suficiente», sentencian en la Federación de Hostelería y Restauración.
La gran mayoría de los nuevos contratados son hispanoamericanos, porque la proximidad al cliente obliga a un dominio perfecto del idioma, mientras que el segundo colectivo más numeroso, el de los magrebíes, suele estar en puestos de espaldas al público.
Sin embargo, en los últimos tiempos ni siquiera resulta fácil reclutar empleados entre los habituales, y hay que ampliar el abanico a otras nacionalidades. Lo corrobora Vladimir Paspuel, vicepresidente de la asociación ecuatoriana Rumiñahui: «A nosotros nos llegan más ofertas de trabajo para el servicio doméstico, sobre todo orientado al cuidado de personas mayores. Las condiciones de trabajo en la hostelería han empeorado, y los inmigrantes se van a donde no tengan que trabajar 14 horas por un sueldo bajo».
¿Sorprendente? No tanto. En países como Reino Unido están pasando por esas penurias: en los años 60 contrataban a camareros españoles e italianos, luego buscaron en la Europa del Este y ahora en los países de la Commonwealth.
Tampoco es nuevo comprobar cómo muchos de los inmigrantes que antes se peleaban por estar tras la barra ahora son emprendedores con su propio negocio (el 50% de los nuevos autónomos registrados en 2007 en España era extranjero). Así han levantado los italianos su imperio de pizzas sin fronteras, con miles de emigrantes que empezaron como camareros y que ahora gestionan multinacionales de la comida. Una buena noticia para la economía doméstica. Un motivo más de preocupación para aquellos comerciantes que no descuelgan el cartel de «falta personal». Aunque, por paradójico que parezca, los expertos apuntan a la crisis inmobiliaria como la única solución, ya que puede provocar un trasvase de trabajadores de un sector a otro.