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Mediterráneo en estado puro

Mediterráneo en estado puro
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Palma de Mallorca es el mejor punto de partida para descubrir una isla que aglutina como ninguna todo lo que significa la palabra «mediterráneo». Es además una de las capitales más desconocidas de España, ensombrecida en numerosas ocasiones por sus pintorescos pueblos interiores y las paradisiacas bahías semisalvajes donde los pinares llegan hasta las playas, espacios inolvidables como Cala de Deià, el Port de Sóller o la recogida Cala Sa Calobra. La capital balear es una ciudad señorial que por encima de otras razones presume de catedral y castillo, dos magníficas construcciones que han marcado desde muy antiguo (siglo XIV) su fisonomía. La catedral, en el corazón del casco viejo, es un templo gótico perfecto, un ejemplo de armonía imposible en un edificio de tales dimensiones. Luce altísimas bóvedas y un grandioso rosetón y está localizada en un emplazamiento único: a orillas de la bahía y junto al puerto pesquero. Enfrente se levanta el Palacio de la Almudaina; de origen árabe y convertido en alcázar real, es otro de sus edificios históricos más señeros. También nos esperan las murallas, la lonja, el ayuntamiento, la modernista plaza Mayor, unas cuantas iglesias antiguas, algún que otro convento y las casas señoriales típicamente mallorquinas cuyos patios con arquerías de mármol y macetas en flor constituyen un espacio arquitectónico único, una relajada pausa que nos traslada a la Palma refinada y elegante de su época más dorada, cuando el comercio con Italia la hizo florecer durante los siglos XVI, XVII y XVIII. A unos tres kilómetros se encuentra el singular castillo de Bellver. Su planta circular, totalmente insólita en una fortaleza, le convierte en una obra arquitectónica única en el mundo.