Lenguaje
Muy bien pesado rey
Dirán que los políticos de altos vuelos no deben hablar del precio de las cosas, y menos del de las verduras –obliga al uso de expresiones que pueden fácilmente confudirse con maldiciones–, que el «deus ex machina» lo activa cada mañana un gobierno mundial en la sombra, el FMI, la OCDE, el BCE, el Banco Mundial, la Reserva Federal (¿qué fue de la Trilateral?), que la voluntad humana es poco más que un mouse de humo y recuerdos, un miligramo de sentimentalidad perdida en la lengua del Doctor No, frío, depredador y caprichoso. Y que por lo tanto no vale la pena hablar de algo que está lejos de nuestro alcance, que no hay política fiscal, de empleo, I+D, euribor, ni convenio colectivo (cómo está el servicio) que modifique los «indicadores macroeconómicos». Es, además, de mala educación hablar de dinero, sobre todo cuando te ha caído del cielo. Los políticos con visión de Estado, aves rapaces que sobrevuelan en espiral con un libro de Nietzsche bajo el ala, siempre rondando la misma idea, nunca hablan de dinero, sino de lo grande que tienen la cabeza para que les quepa el Estado en ella.
Veo a Duran Lleida en el Mercado de la Boquería de Barcelona mirando en un puesto de pescado la balanza con una devoción casi religiosa. Tiene el rostro iluminado por la luz cenital del viejo costillar de acero y un recogimiento humilde y monacal, sorprendido quizá de que la pescadera acierte con el peso exacto lanzando dos puñados con desprecio, y si se pasa («¡bien pesado, rey!»), que se pase, coño. Cuánto agradece ahora Duran Lleida ese desparpajo después del cloroformo del quirófano. Quizá sorprendido también, y agradecido a la vida, de que la economía funcione engrasada por los viejos engaños, el guiño de un ojo, el regateo, las trampas de la vida. Claro que hay que hablar de dinero y de lo que comemos. ¿No somos una potencia gastronómica? Somos lo que comemos. No lo dijo Adrià, lo dijo Marx.
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