Cataluña
Ridículo e ineptitud
En estos días se conmemora el centenario de la Semana Trágica de Barcelona, la violenta insurrección contra la guerra de Marruecos que llevó a la muerte a cientos de reservistas –como en el Barranco del Lobo– por la ineptitud de los oficiales. Cien años después, Cataluña ha vuelto a vivir una tragedia. Cinco bomberos han muerto. El fuego asesino y el viento traidor acabaron con unos buenos profesionales. El alcalde de Horta de Sant Joan acusa a los bomberos de relajación en sus tareas y critica que no se dejara a los vecinos ir a apagar el fuego. Àngel Farràs parecía emular a Maura, que envió a los soldados al desastre rifeño. Los cambiaba por vecinos. Se repite la ineptitud. Con irresponsabilidad, el adalid vecinal daba aura de profesionalidad al mero conocimiento del terreno. Si unos profesionales pagan con su vida por trabajar en condiciones muy adversas, ¿qué no hubiera pasado con unos voluntariosos, pero inexpertos, ciudadanos? Quizás, el alcalde debería reflexionar sobre el límite de la política. Decía Tarradellas que era el ridículo. Una línea roja sensible que muchas veces se traspasa. Algunos dirigentes de CiU, entre bambalinas, dijeron que el incendio podía servir para tapar el éxito del acuerdo de la financiación. Lo desmintieron inmediatamente. Esperamos que sea sólo una especulación. No conseguir que los catalanes se crean que es un mal acuerdo no implica pasar de la política al ridículo. Nadie está exento de hacerlo. La cuna del catalanismo, el también centenario Palau de la Música, ha sido asaltada por aquellos que dicen serlo y defenderlo. Los Mossos se han incautado de documentos que confirman el desvío de fondos retirados chuscamente en 2003 y 2004 en billetes de 500. La investigación sabe de dónde salió el dinero y quiere averiguar quién lo recibió, por qué y para qué, en unos años que coinciden, casualmente, con periodos electorales. Quien parece haber reflexionado es Joan Saura. Se marcha. No será de nuevo candidato en las próximas autonómicas. Dice que no tiene nada que ver con sus polémicas al frente de Interior. Le daremos la razón porque se va. Nos ahorraremos algún ridículo. Pero, ¡aún queda un año! Puede repetirse la ineptitud.
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