Los Ángeles
«Terminator»: Christian Bale contra la máquina
El anuncio podría asustar a más de uno. Sobre todo, tras una tercera entrega que hace poco honor a la mitología construida por la varita mágica de James Cameron en las dos primeras ediciones. Pero «Terminator Salvation» se salva. Vuelve a esos orígenes y escapa por méritos propios -los de su reparto, principalmente- al riesgo de ser un pastiche. Temores acaso fundados al ponerse a los mandos de esta nueva franquicia un tal McG, joven director curtido en videoclips y cintas publicitarias que se estrenó en el mundo del largo con la adaptación, poco afortunada, de la mítica serie «Los Ángeles de Charlie». Pero el peso de «Terminator IV» reposa en parte sobre las espaldas de Bale como sobre su personaje, John Connor, pesa la responsabilidad, nada menos, que de salvar a la humanidad. El «Batman» más sombrío y misterioso pone sus talentos al servicio del héroe de esta otra saga. Sin embargo, su presencia es casi obra de un milagro: «En el primer guión que leí, Connor apenas aparecía unos diez minutos. Todo se centraba en Marcus -el otro pilar y clave del filme- y a mí no me interesaba este personaje, ni me atraía en absoluto hacer otro capítulo de Terminator en ese momento». Cuando habla, Bale lo hace con vehemencia, frunce el ceño y apunta con la mirada. El intérprete británico está en París durante unos días para la promoción de una película que acabó rodando porque pudo imponer su parecer desde el principio. -¿Por qué cambió de opinión? -Porque después de varias entrevistas pudimos empezar de cero y reescribir la historia. Mi deseo era poder llegar a reproducir la emoción que sentí viendo «Terminator II». Provocar la adrenalina en los espectadores, subirlos en una montaña rusa. Y para eso me resultaba más familiar el personaje de John Connor que el de Marcus. La opción «perfecta» También es la primera vez que ejerció «derecho de veto» en un rodaje. Precisamente para que fuera el australiano Sam Worthington, y no otro, quien se midiera con él en la guerra contra las máquinas: «No quería tener a nadie enfrente que no estuviera a la altura. Y Sam está excelente». Para Bale era «la opción perfecta». Alguien con mucha experiencia pero prácticamente desconocido en Europa y en Estados Unidos. Su personaje, un cyborg hasta ahora desconocido, trastocará la visión de Connor sobre las apariencias, los valores humanos, la confianza y el destino... Corre 2018. El mundo, tras el Juicio Final, ofrece una imagen post-apocalíptica en la que las máquinas lo han devastado todo y, más allá de someter al hombre, buscan su aniquilación. Es aquí donde la historia se repite. Flota una aroma a «déja vu»: unos supervivientes, liderados por un héroe mesiánico, se organizan para preservar la raza humana de su extinción. Como la Historia misma, la que se escribe con mayúsculas. Esta cuarta entrega supone la génesis del T-800 que Cameron presentó hace un cuarto de siglo en la persona de Schwarzenegger, un tipo mucho menos introspectivo y circunspecto que cualquiera de los protagonistas de «Salvation». En esta entrega el humor del Gobernador de California brilla por su ausencia, aunque sus famosas «Volveré» o «Ven conmigo si quieres vivir» fluyen, a modo de guiño, de otras bocas. Son las únicas concesiones: «En los dos primeros ¿Terminator¿ hay un sentido del humor especial que se justifica», explica Bale. «Resulta gracioso ver cómo se pasea un hombre-robot en Los Ángeles de hoy. En la tercera parte se pasa del chiste a la parodia. Nosotros quisimos huir de eso y rodar la antítesis». Bale coincide con el director en que ése era el objetivo de la película: «Que Terminator pudiera verse de otra manera. Y de eso estamos muy contentos», confiesa McG. En esta nueva secuela, los humanos son minoría, con lo que parece difícil imaginarlos bromeando cuando se pasan dos horas escapando de los tentáculos de la poderosa Skynet o infiltrándose en ella para liberar a sus congéneres y sustraerlos de las garras de quien pretende convertirlos en cobayas. En «ratones de laboratorio» que servirán para engendrar el T-800 del que Marcus Wright, que despierta en 2018 con el único recuerdo de su espera en el corredor de la muerte, será, sin saberlo, el prototipo. Reflexión filosófica Sin memoria ni conciencia, este medio hombre medio máquina demostrará que todos se merecen una segunda oportunidad. Es una de las reflexiones filosóficas a las que invita este puro producto de ciencia-ficción, que también se interroga sobre la legitimidad de la lucha armada. «Somos hombres y no máquinas. De qué sirve ganar si nos portamos como ellas», lanzará en un momento del filme Connor, «el redentor». Estética y formalmente, es una película de guerra fiel al género. Con una pátina realista que McG defiende: «Esto no es un cómic, aquí todo explota realmente». Está rodada en tierra firme, lejos de los fríos estudios de Hollywood y del uso abusivo del bisturí informático y las imágenes de síntesis. Los paisajes los presta Nuevo México, cuya rasa y desértica planicie baten las hordas de T-600 a la caza y captura de los últimos resistentes. Mientras Bale pelea y arriesga el pellejo en persona: «Rodé prácticamente todas las escenas difíciles sin necesitar especialistas. No fue tan duro como Batman, para el que sí tuve además que prepararme físicamente», comenta, jugueteando con el vaso de zumo que pasea de entrevista en entrevista. «No soy actor porque me guste simplemente el cine, sino porque me gusta meterme en la piel de los personajes». La de Connor parece que le sienta bien, pues ya está inmerso en la preparación de dos entregas más.
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