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Una catalana universal

La Razón
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A veces llegan buenas noticias. Una de las mejores y recientes en el mundo editorial es la recuperación, de la mano de RBA, de los diarios escritos por Anaïs Nin. Quizás sea ella la mejor autora de dietarios de todos los tiempos, una vía literaria ciertamente cubierta con éxito por la literatura masculina de Gide o Pla.
Somos una tierra injusta que solamente reivindica las derrotas en sus diadas. ¿Por qué no nos hacemos nuestro alguno de esos triunfos? Uno de esos casos podría ser el de Anaïs Nin, autora catalana mejor que Rodoreda.
A su hermano, Joaquim Nin-Culmell, músico nacionalizado estadounidense, le gustaba decir que era catalán. Ello se debe a su formación en Barcelona, junto a Conxita Badia. Luego, gracias a la ayuda de Falla, vio que su futuro profesional estaba más lejos, en París, ciudad trampolín de su carrera musical.
Anaïs iba por libre como hermana mayor y prefirió rodearse de una estela de misterio y exotismo que no la abandonó nunca. Tal vez por eso no se le ha querido reivindicar y porque no creo que llegara a hablar ni una palabra en catalán. A Anaïs le interesaba más pasar el tiempo atrapada en la telaraña de Henry Miller y su mujer June, una prostituta que se conocía todos los rincones sórdidos de París. Tampoco ha ayudado a la reivindicación catalana que Anaïs tuviera una relación incestuosa con su padre, el pianista de origen catalán, Joaquín Nin. El catalanismo puritano no lo traga.