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Y de las cenizas resurgió Chicago

Y de las cenizas resurgió Chicago
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Alguien la definió como «la más americana de las ciudades americanas». Y no andaba lejos. Chicago conjuga a la perfección gran cantidad de elementos de la cultura estadounidense, que desde hace unos días tiene un nuevo icono, oriundo de esta ciudad, Barak Obama. Desde los rascacielos interminables hasta los míticos teatros, pasando por el deporte nacional, con su otros de sus exponente más significativos, Michael Jordan. Y más, mucho más. Todo rodeado de infinidad de guiños a los legendarios gangsters como Al Capone o al blues y al jazz, la banda sonora de la ciudad. Si Chicago es famosa por todo lo anterior es por el incendio que arrasó gran parte de la ciudad en octubre de 1871. Fue un momento trágico, pero llevó a la ciudad a un renacer inimaginable. Arquitectos de renombre de todos los rincones del mundo se unieron con un fin: convertirla en una nueva ciudad fastuosa, repleta de grandes construcciones, algunas auténticas obras de arte. Y lo consiguieron, una urbe que se abre al futuro sin dejar de lado el pasado. Para comprobarlo, lo mejor es subirse a uno de sus famosos rascacielos: la torre Sears y la Hancok. Desde allí, el viajero obtiene una perspectiva única de toda la ciudad, una cuadrícula casi perfecta dividida por el río Chicago. Todo, a más de 400 metros de altura. Y a sus pies, «el mar dulce», el lago Michigan, que sirve de playa a los ciudadanos. Ya con los pies en el suelo, Chicago ofrece un sinfín de posibilidades. La disposición de las calles la hacen una ciudad cómoda en la que es difícil perderse. La avenida Michigan en su punto más al norte es un buen lugar de partida. Se la conoce como la milla magnífica, no en vano las marcas más lujosas disponen de una tienda en esta enorme calle. Se extiende desde la calle Oak hasta el río Chicago, justo donde se encuentra la torre del periódico «Chicago Tribune». Bajo estas calles se esconde uno de los bares más clásicos, el «Billy Goat», donde las hamburguesas o los perritos calientes tienen otro sabor y los recortes de prensa de las paredes evocan tiempos muy lejanos. Pero la avenida Michigan continúa -ya con menos glamour- hacia el sur, donde se levanta el parque del milenio, uno de los lugares de esparcimiento favoritos de los vecinos de la ciudad. Aquí destaca el imponente auditorio al aire libre de Frank Gehry, -donde Obama agradeció a sus votantes la victoria- que comparte protagonismo con una de las esculturas más fotografiadas de todo Chicago: el «cloud gate», más conocida como la judía gigante. Se trata de una especie de gota enorme de mercurio donde se refleja a la perfección todo lo que hay alrededor. Justo al lado están las «crown fountains», otro simbolo de la modernidad. Son dos fuentes de 15 metros que va proyectando diferentes caras que, por sus labios, escupen agua. Este complejo queda enmarcado en el entorno del Parque Grant, uno de los pulmones verdes de la ciudad. Muy cerca se encuentra el antiguo puerto de la marina, el «Navy Pier», un enorme centro de ocio a orillas del lago presidido por su gran noria. Si uno se adentra en el lago en una de las numerosas embarcaciones que ofrecen paseos disfrutará de una espectacular panorámica de la ciudad y de su «sky line», con la Torre Hancock coronando el cielo. Sin embargo, una visita a Chicago no es lo mismo si no se disfruta de una obra de teatro. La zona que alberga las salas de más renombre está en las inmediaciones de la torre Sears y entre ellas destacan el teatro Chicago, con su clásica cartelera luminosa a la entrada, el «Goodman», construido hace más de 80 años, o el teatro «La Salle», conocido desde hace poco como el Teatro del Banco de América. Muy cerca de este distrito se esconde otro de esos lugares que hacen diferente a la ciudad. Otra de esas obras de arte convertida en edificio. Se trata de la estación de la ciudad, la «Union Station», famosa por ser escenario de numerosas películas, entre ellas «Los intocables de Elliot Ness». Un edificio de cine, clásico, que llevará a más de uno a la época de los mafiosos. Y qué mejor que acabar el día en alguno de los bares y clubs de la ciudad. Los más conocidos y recomendables se agolpan en la calle Clarck y sus inmediaciones. El «Blues bar», por ejemplo, pondrá banda sonora a un viaje inolvidable.