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Y si Nietzsche hubiese ido al psicólogo

La Razón
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Ubicada «en la contradicción entre el hoy y el mañana», la obra de Friedrich Nietzsche (1844-1900) se ofrece al siglo venidero bajo un doble signo: como un epílogo tardío de la tradición occidental y, al mismo tiempo, como un hijo prematuro de un futuro todavía por construir. En esa medida, su obra ha sido objeto de sugerentes interpretaciones, pero también de grandes tergiversaciones; ejemplo de ello fue su uso ideológico por parte del nazismo (una lectura promovida por su hermana Elisabeth). Pero si su figura filosófica brilla de manera especial en nuestro horizonte cultural no es sólo a causa de la radicalidad de su crítica a los fundamentos de la cultura occidental, sino porque su reflexión inaugura un arduo trabajo de demolición del legado valorativo erigido tras la irrupción de la moral cristiana y de su principal antecedente, lo que Nietzsche denomina el «platonismo». «El descubrimiento de la moral cristiana es un acontecimiento que no tiene igual […]. Quien hace luz sobre ella es una "force majeure", un destino… divide en dos partes la historia de la humanidad».
Asimismo, por su ubicación heterodoxa, a caballo entre la reflexión filosófica y el arrebato artístico, la poliédrica figura de Nietzsche se cierne además sobre todo ese gran arte y la literatura del siglo XX –de Hermann Hesse a Rainer Maria Rilke pasando por Gide, Thomas Mann o Stefan Zweig– empeñado en arrojar luz sobre nuestras sombras. De ahí que, como buen «hermeneuta de la sospecha» (Ricoeur), haya sido considerado uno de los grandes precursores del psicoanálisis freudiano. Con estos mimbres el psicoterapeuta norteamericano de origen judío Irvin D. Yalom escribió en 1992 «El día que Nietzsche lloró», una novela que desde entonces no ha dejado de reeditarse con gran éxito de público y crítica en todo el mundo y que incluso ha sido llevada, sobre todo, en Argentina, a los escenarios. El relato parte de una hipótesis ficticia ciertamente sugerente: el intento de abordar la gigantesca figura de Nietzsche desde claves psicoanalíticas, esto es, partir del material clínico clásico para «humanizar» la psique de aquel que se consideró «dinamita» capaz de partir el mundo en dos. No en vano el propio Freud confesó haber mantenido con el filósofo una distancia protectora necesaria para salvaguardar la originalidad de sus propias ideas.
Motivado por una petición de ayuda de Lou-Andreas Salomé, familiarizada con las ideas psicoanalíticas y compañera de viaje de Nietzsche en cierta fase de su vida, el afamado médico vienés Josef Breuer –como es sabido, el principal colega y apoyo del joven Freud en sus primeros pasos–, se embarca en la difícil aventura de «tratar» el complejo comportamiento del filósofo, quien, como es natural, no ahorra reticencias al respecto y muestra una honda resistencia a exponer analíticamente su psicodrama.
La novela transcurre casi exclusivamente como una intensa descripción de esta interesante pugna por acceder a los estratos inconscientes, donde que médico y paciente llegan incluso a intercambiar sus papeles. Ha de subrayarse que si bien Yalom logra evitar deslizarse por los tentadores y banales caminos de la «autoayuda» tan de moda en las novelas actuales, no logra sortear otro peligro: el de supeditar el relato a la exposición de las ideas de los personajes, con lo que el valor literario queda no pocas veces difuminado por la excesiva tendencia a la digresión filosófica.
Por otra parte, aunque hay ciertos puntos que no se ajustan realmente del todo a la personalidad de Nietzsche y tienen que ver más con su caricatura –su supuesto desprecio por la condición femenina–, elementos que Yalom sin duda exagera para dar más viveza a su relato, no puede negarse que la reconstrucción histórica del personaje resulta en líneas generales acertada y, en ocasiones, muy ilustrativa.