Oriente Medio

Jamenei llora al general con sed de venganza

Las proporciones del funeral recuerdan a las del líder de la revolución Jomeini. Trump se queda solo en su amenaza de bombardear los monumentos iraníes

Con lágrimas derramándose por su rostro y rodeado por la plana mayor del régimen iraní, el líder supremo, el ayatollah Ali Jamenei, lideró ayer en Teherán las plegarias dirigidas en honor al poderoso y popular general asesinado el viernes por Estados Unidos, Qasem Suleimani, en otro masivo funeral que medios locales equipararon al oficiado en memoria del fundador de la República Islámica, el Ayatolá Ruhollah Jomeini, en 1989.

El desfile del féretro de Suleimani, que de nuevo cobró tintes de procesión a un santo, congregó en la capital de Irán a millones de personas, que formaron todo un océano de dolientes, muchos llegados desde otras ciudades hasta Teherán, que se había preparado para la ocasión como si de una peregrinación se tratara.

Las muestras de aflicción de ayer volvieron a unirse con las llamadas a vengar el asesinato de Suleimani, cuya muerte hace solo cuatro días ha desatado ya múltiples consecuencias en la región, como la decisión de Irán de dejar de atenerse a cualquier limitación del pacto nuclear de 2015 y la del Parlamento iraquí de expulsar a las tropas extranjeras del país árabe.

A última hora del domingo, y tras una reunión exprés del Gobierno, Teherán anunció su quinta y última medida de distanciamiento respecto al acuerdo nuclear. Con ella, Irán deja a la práctica de ceñirse a él, en respuesta al abandono unilateral del mismo anunciada por Donald Trump en 2018, la reimposición de sanciones y la incapacidad de los firmantes europeos –Alemania, Francia y Reino Unido– de articular un mecanismo para sortearlas.

Por ahora, Teherán no ha desvelado si planea desarrollar su programa nuclear, y ha asegurado que continuará en cualquier caso cooperando con el Organismo Internacional de Energía Atómica. Unas garantías que no han evitado sin embargo que se lea su decisión como la mayor amenaza de proliferación nuclear desde 2015. A pesar de que el país ya se había desentendido de la mayoría de limitaciones estipuladas por el pacto –aumentando sus niveles de producción, enriquecimiento de uranio, material almacenado y volviendo a arrancar centrifugadoras y la investigación y desarrollo– sigue pesando la duda de si pretende ahora enriquecer uranio al 20%. Un impulso que se temía que podía anunciar antes de que el asesinato de Suleimani alterara sus planes, y que le situaría, por razones técnicas, cerca del 90% requerido para armamento nuclear.

Uno de los primeros en mostrar ayer su preocupación fue el ministro de Exteriores alemán, Heiko Maas, que, aunque anticipó que se reunirá esta semana con Francia y Reino Unido para coordinar una respuesta, alertó que el anuncio de Teherán podría suponer el final del acuerdo. La Unión Europea, por su parte, lamentó la decisión de Teherán, pero aseguró que van a seguir velando para mantener vivo el acuerdo. Y China y Rusia, que son los dos otros firmantes, destacaron a su turno que Teherán ha demostrado prudencia en todo momento y se ha mantenido dentro de los cauces del acuerdo.

Paralelamente, el Gobierno iraquí empezó también ayer a evaluar formas de implementar la resolución aprobada el domingo por el Parlamento que le exhorta a expulsar a las tropas extranjeras del país, que mientras tanto van a ver su misión reducida a entrenar y asesorar a las fuerzas iraquíes. Por ahora, sin embargo, aún no se ha fijado calendario para su retirada, y no se ha detallado si todas las tropas extranjeras van a tener que abandonar el país o si se van a buscar fórmulas para mantener parte de ellas, incluidas las americanas, dado que la retirada de efectivos afectaría directamente la lucha contra el Estado Islámico.

Desde Washington la tensión no cesaba. Que el presidente de EE UU amenace con violar la Convención de Ginebra y alarde de la posibilidad de incurrir en crímenes de guerra no parece la mejor forma de apaciguar los ánimos a la vuelta de vacaciones. Pero es justamente eso lo que hizo Donald Trump durante el fin de semana. Primero desde Twitter y luego delante de un periodista, prometió destruir decenas de enclaves esenciales del patrimonio histórico-artístico iraní si el Gobierno de los ayatolás osa contraatacar. ¿Entre los lugares señalados figura la tumba de Ciro II, El Grande? ¿Persépolis? ¿Las ruinas de la ciudadela de Bam? ¿Los palacios medievales de Teherán? Cualquiera de estas hazañas colocaría a la Casa Blanca del lado de Ahmad Faqi al Mahdi, líder de Al Qaeda en Mali, condenado por la Corte Penal Internacional a 9 años de cárcel por la destrucción de 16 mausoleos históricos, una mezquita y un número considerable de manuscritos en Tombuctú. O con los talibanes responsables de volar los colosales Budas de Bamyan, de 1.500 años de antigüedad. Por no hablar de la avalancha de mezquitas, monasterios, iglesias y toda clase de templos y ruinas de la antigüedad arrasados por el Estado Islámico en Irak y Siria.

Insensible a la posible reacción en contra Trump había comentado que Irán atacó a EE UU y «devolvemos el golpe». En el supuesto de que respondan a la muerte del general Suleimani, prometió que su Gobierno ha elaborado una lista con «52 sitios iraníes (que representan a los 52 rehenes estadounidenses tomados por Irán hace muchos años), algunos de muy alto nivel e importantes para Irán y la cultura iraní, y esos objetivos, e Irán mismo, SERÁN GOLPES MUY RÁPIDOS Y MUY DUROS. ¡Estados Unidos no quiere más amenazas!». En respuesta a sus frases, la Unesco recalcó la «universalidad del patrimonio cultural y natural como vectores de paz» y recordó que su destrucción es un crimen de guerra.