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La UE sienta a negociar a Serbia y Kosovo tras 20 meses de parálisis

La normalización de las relaciones entre Belgrado y su antigua provincia es un requisito esencial para avanzar en la integración europea de ambos países

El presidente francés, Emmanuel Macron, participa en una reunión telemática con los líderes de Serbia y Kosovo el pasado viernes
El presidente francés, Emmanuel Macron, participa en una reunión telemática con los líderes de Serbia y Kosovo el pasado viernesChristophe EnaAP

La Unión Europea (UE) no se resigna a ser un convidado de piedra en el convulso tablero internacional del siglo XXI. Tras el fracaso de las negociaciones lideradas por Estados Unidos para normalizar las relaciones entre Serbia y Kosovo, la UE ha aprovechado la oportunidad para convertirse en un actor clave a favor de la reconciliación de los dos territorios. Ayer, se retomó el diálogo, auspiciado por el «club» comunitario, con una reunión telemática con los líderes de las dos partes, la primera celebrada desde noviembre de 2018.

Con esta jugada, Bruselas intenta matar dos pájaros de un tiro: mientras gana terreno frente a EE UU, también persigue que la normalización entre las dos partes se convierta en el preámbulo «sine qua non» para que los dos territorios puedan formar parte de la UE en el futuro.

Los Veintisiete ven con preocupación la creciente influencia en la región de otras potencias como China y Rusia y por eso creen que no hay tiempo que perder para evitar que estos países caigan bajo la peligrosa órbita de Moscú y Pekín.

El pasado viernes, tuvo lugar un primer encuentro auspiciado por París y Berlín y este próximo jueves se celebrará una cita presencial en la capital comunitaria. «El diálogo facilitado por la UE para una normalización integral de las reuniones entre Serbia y Kosovo va por el buen camino tras 20 meses», aseguró ayer tras la reunión el representante especial de la UE, Miroslav Lajcak.

Los obstáculos en el camino son muchos. La última piedra en el camino ha sido la acusación contra el presidente de Kosovo, Hashim Thaci, el pasado 24 de junio, de crímenes de guerra y de lesa humanidad por supuestas torturas, persecuciones y desapariciones forzadas entre 1998 y 2000 y por el asesinato de cien personas. El presidente ha prometido dimitir si estas sospechas, efectuadas por el Tribunal de la Haya, se confirman.

Ayer, fue el primer ministro, Avdullah Holli, quien participó en el diálogo con Alseksandar Vucic, presidente de Serbia. «Sabemos que no es un proceso fácil. Nunca lo ha sido. Pero hay urgencia para trabajar hacia la paz y la prosperidad por el bien de nuestro futuro común», dijo el máximo representante de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell.

La ex provicnia serbia de mayoría de población albanesa declaró su independencia de manera unilateral en el año 2008, con EE UU como garante después de que Washington hubiese impulsado los bombardeos llevados a cabo por la OTAN. En Pristina, capital de la región, hay un bulevar y un monumento dedicados a Bill Clinton al que se considera el gran salvador que liberó a los albanokosovares de la limpieza étnica llevada a cabo por el dirigente serbio Sloodan Milosevic.

En el año 2010, el tribunal con sede en la Haya avaló esta declaración de independencia en una sentencia que, a pesar de no ser jurídicamente vinculante, supuso un gran espaldarazo político e impulsó que un centenar de países reconociesen a Kosovo como Estado. Dentro del «club» comunitario, tan solo cinco países consideran que Kosovo no es un país independiente. En esta lista se encuentran España, Rumanía, Grecia, Eslovaquia y Chipre.

En el tablero internacional, China y Rusia tampoco otorgan a Kosovo el tratamiento de Estado y se muestran mucho más cercanos a Serbia.

En el pasado mes de mayo, el Gobierno de Pedro Sánchez dio un paso al frente y participó en la cumbre europea sobre los Balcanes. Era la primera vez que un mandatario español acudía a un encuentro de estas características desde la declaración de independencia del territorio. A pesar de esto, la delegación española condicionó este gesto a que el tratamiento diplomático fuera lo más aséptico posible. En ningún momento hubo banderas y se presentó a los líderes tan solo por su nombre y sin su cargo.

Kosovo ha sido tradicionalmente un quebradero de cabeza para España –independientemente del signo del Gobierno– ya que el movimiento secesionista catalán lo ve como un ejemplo para sus aspiraciones. A pesar de que el Gobierno de Pedro Sánchez no se plantea un reconocimiento de la independencia del territorio, fuentes diplomáticas han reconocido que si se produjese la reconciliación con Serbia, España no sería «más papista que el Papa».

En 2018, las negociaciones de paz se interrumpieron después de que Kosovo impusiera un arancel a las importaciones de productos serbios. Uno de los grandes interrogantes reside en si, para conseguir la tan ansiada reconciliación, se establecerá un canje de territorios según criterios étnicos ante la dificultad que supone la integración de la minorías en uno y otro lado. Una opción que es vista con recelo por algunas cancillerías, ya que sentaría un precedente para otros países de los Balcanes como Bosnia-Herzegovina.