Mike Pence

Trump reivindica su “America first”

El vicepresidente Mike Pence y la asesora en retirada Kelly Conway defienden los resultados de la política nacionalista en la clase trabajadora para pedir otros cuatro años más

U.S. first lady Melania Trump delivers a live address to the 2020 Republican National Convention from the White House in Washington
La primera dama Melania Trump pronunció su discurso de la convención republicana en los jardines de la Casa Blanca, el secretario de Estado, Mike Pompeo, intervino por vídeo desde Jerusalén. Es la primera vez que un miembro del Gobierno participa en un cónclave electoralKEVIN LAMARQUEReuters

Tercer día de la convención republicana y llegó el momento de Mike Pence. El vicepresidente, un ejemplo de moderación en las apariciones públicas durante la crisis por la pandemia, en tantos aspectos la antítesis de Donald Trump, tiene la misión de apuntalar el rostro aproximadamente moderado del republicanismo.

Aproximadamente porque Mike Pence, ex gobernador de Indiana y ex congresista, es un evangelista contrario al matrimonio civil, a la investigación con células embrionarias, a que los homosexuales «fuera del armario» sirvan en el ejército, alguien defensor durante años que el «tabaco no mata», convencido de que «el cambio climático es un mito» y algo más que escéptico, por decir algo, de la teoría de la evolución.

Pero a diferencia de Donald Trump las intervenciones de Pence en los peores días del coronavirus siempre fueron respetuosas con la opinión y consejos de los asesores científicos y generalmente respetuosas con las preguntas de los periodistas. Al lado de Pence también estaban programadas intervenciones de su esposa, Karen Pence, así como de políticos como la senadora por Dakota del Sur, Kristi Noem, el congresista texano Dan Crenshaw, y la asesora de la Casa Blanca Kellyanne Conway. En el caso de esta última, una de las voces más populares entre los conservadores, autora de éxito, comentarista política y, sobre todo y ante todo, directora de la exitosa campaña electoral de Trump en 2016, se da la circunstancia de que esta misma semana anunció su intención de abandonar la nave.

Curiosamente Conway, heredera de Steve Bannon junto a Trump, está casada con el abogado George Conwey, uno de los fundadores del proyecto Lincoln, un esfuerzo mancomunado de destacados intelectuales y políticos próximos a la órbita republicana para impedir que Donald Trump vuelva a ganar las elecciones. Conway sostiene que necesita dedicar más tiempo a su familia y a su vida privada. Nadie como ella para reivindicar los beneficios del “America first”. Ella puso verbo y adjetivos a la retórica más nacionalista y nativista del presidente, con muchos de sus cañones dialécticos permanente orientados contra los inmigrandes de origen mexicano y centroaméricano y, en general, contra la herencia hispana, el español y cuanto estos representan.

De hecho habla de lo hispano en términos propios del choque civilizaciones -como Huntington- y de una guerra más o menos encubierta para evitar la destrucción de los valores de una América anglosajona y protestante. Es de suponer que con Pence y Conway el partido lograría retener los mejores puntos de su segunda noche, especialmente la potencia emocional de simultanear vídeos pregrabados con intervenciones con público, sin necesidad de embarrancar otra vez en la polémica por el uso de lo público y común, desde el acto de naturalización de unos inmigrantes hasta los icónicos jardines de la Casa Blanca, para servir los intereses privados.

Claro está que Donald Trump los límites entre el Gobierno y el Estado, y de paso entre el papel ejecutivo del presidente y los intereses creados por sus empresas, han sido más vaporosos que nunca.

De momento la convención no ha fallado a la hora de atacar la reaccionaria obsesión demócrata con las identidades. Pero de alguna forma, no especialmente sutil, también han participado en el juego. Así la noche del lunes fue la noche de los oradores negros, mientras que en la del martes primaban las mujeres. Minorías raciales y sororidad, por más que una ideología antitética a la de sus rivales demócratas, que no hacen sino percutir en el dibujo estanco de un país cada día más dividido por la pigmentación de la piel, el sexo biológico y el género y etc.

Para muestra, lo sucedido esta misma semana en la Universidad de Nueva York, que pretende crear dormitorios para alumnos negros, con el pretexto de que necesitan estar con los suyos y aislarse de la perpetua convivencia con un supuesto racismo ambiente. La clase de iniciativa abanderada por la izquierda woke, y que los republicanos justamente denuncian al tiempo que no dejan de beber en ese mismo caño.

Luego están, sin duda, las loas a Trump. A su gestión y a su persona. Algunas justas, como el rumbo económico del país antes del coronavirus, por más que casi siempre oculten que la situación económica ya era magnífica con el anterior gobierno, una vez superada la crisis del 2008. Otras desde luego mucho más discutibles, como el intento de presentarlo como una suerte de empresario de gran éxito, cuando lo cierto es que acumula quiebras y que siempre fue mucho más célebre en los concursos de televisión y las revistas del corazón que como teórico colega de un Steve Jobs o un Jeff Bezos. Todas, en cualquier caso, concebidas para apuntalar su efigie mientras los sondeos muestran que si bien Biden todavía camina por delante las distancias, poco a poco, disminuyen.