Impeachment
La absolución allana el camino a Trump para 2024
El candidato republicano más votado en la historia de EE UU esperará a las elecciones legislativas de mitad de mandato para decidir su futuro
La nueva vida de Donald Trump se parece mucho a la antigua. Sigue imantado de suerte para escapar de todos los problemas y mantiene más o menos intacto su futuro político. Ni el «Rusiagate» ni dos procesos políticos acabaron con su buena estrella. Es cierto que el Senado lo ha condenado este sábado por delitos que rozan la alta traición, algo inédito en la historia de los Estados Unidos, pero también lo es menos que no hubo el quórum necesario para sacar adelante el «impeachment». Más que lograr la absolución, que no fue así, fue exonerado.
Por 57 votos a favor de la condena y 43 en contra. Faltaron otros diez senadores. Suficiente distancia para que Trump comience a planificar sus próximos pasos. Con un ojo muy atento a los sondeos y el otro a las posibles causas judiciales en contra.
Hace meses que el ex presidente acaricia la idea de regresar al cuidado de sus múltiples negocios, ahora aderezados con las siempre lucrativas posibilidades de las que disfrutan los antiguos mandatarios, desde los inacabables ciclos de conferencias a la hipótesis de entregar a la imprenta un libro memorialístico que rompería todos los registros. Al mismo tiempo las encuestas indican que si bien una mayoría de los americanos lo responsabilizaba de lo sucedido en el Capitolio los porcentajes favorables a su condena eran similares a los de los partidarios de la absolución.
Lo que eso pueda significar en términos electorales para un hombre de 74 años que no podría regresar a la presidencia hasta cumplir 78 resulta tan enigmático como condenado a dilucidarse, primeramente, en función de las legislativas de 2023. Entonces se podrá ver con más claridad quiénes cosechan mejores resultados. Si los senadores y congresistas que hicieron bandera contra el comportamiento del ex presidente, como Liz Cheney o Mitt Romney, o si los que por razones de todo tipo se mantuvieron a su lado hasta el final, bien porque comulgan con su ideario y métodos bien porque temen la reacción de sus votantes.
Todo esto, claro, queda supeditado antes que nada al frente judicial que afrontará el ciudadano, y que es otro, posiblemente más intrincado, que el de ex presidente. Al segundo lo juzgan las cámaras con recurso, el «impeachment», que tiene mucho de última bala con nulas posibilidades de prosperar. En cambio el hombre que, desposeído ya de todos sus atributos legales vuelve a la vida civil, podría acabar delante de los jueces por delitos que van desde los potenciales intentos de subvertir las elecciones, presionando a los funcionarios encargados de velar por los resultados, hasta delitos fiscales que van desde las teóricas violaciones de las reglas que rigen la financiación de las campañas a las declaraciones de impuestos que a diferencia de todos sus predecesores siempre se han negado a mostrar en público.
Por no hablar de todos los movimientos de la fiscalía y el FBI para depurar la gigantesca red de intereses creados que desembocan en el intento de insurrección del día 6 de enero, y en los que será inevitable que el nombre del ex presidente sea una presencia constante. Para intuir lo que pueda suceder conviene estar muy atentos a lo que haga el senador, Mitch McConnell, que dirige la minoría republicana en el Senado y afronta 2023 con el objetivo claro de recuperar el legislativo. El sábado, en un movimiento típico de su trayectoria, McConnell primero aclaró a su grupo parlamentario que pensaba votar para que Trump fuera absuelto y a continuación fue fiel a su palabra.
Una vez superado el escollo, con Trump limpio de «impeachment», pronunció un discurso demoledor… y perfectamente ambiguo. Subrayó que no hay duda, ninguna, de que el presidente Trump es práctica y moralmente responsable de provocar los acontecimientos del día 6. Al mismo tiempo justificó su postura porque entiende que el Senado no tiene poder para juzgar a Trump una vez que abandonó la Casa Blanca. Pero en las semanas de sombra que siguieron al 3 de noviembre McConnell no reconoció la victoria de Biden, tonteó con las infundadas reclamaciones de Trump y dejó muy claro que no permitiría que el ex presidente fuera juzgado antes del final de las vacaciones, que, casualidad, coincidía con la proclamación de Biden y convertía a Trump en ex presidente.
Explicó que «el líder del mundo libre no puede pasar semanas gritando que fuerzas oscuras están robando nuestro país y luego fingir sorpresa cuando la gente le cree y hace cosas imprudentes». Al mismo tiempo, como ya no era líder del mundo libre si no un ciudadano privado, había que absolver.
De esa confluencia de ambiciones y del uso que Trump haga de su enésima victoria política puede deducirse que el republicano que más votos ha recibido en la historia, con potencia mediática y simbólica inalcanzable para el resto de su partido, quizá regrese a la lucha activa por el poder. Por mucho que Scott Fitzgerald escribiera que no hay segundos actos en la vida americana, lo cierto es que Trump puede apuntar ya a vivir un tercero o cuarto.
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