Juicio político

El Senado absuelve a Trump en su segundo “impeachment”

Solo siete republicanos votan contra el ex presidente en la Cámara Alta, donde no se consiguieron los dos tercios de los escaños requeridos

En una sesión dramática, con el Senado reunido para decidir sobre su supuesta incitación a la insurrección, Donald Trump fue declarado inocente. Fue absuelto por una mayoría de los senadores, 57 frente 43. Sólo siete republicanos votaron junto a sus colegas demócratas. Para bien o para mal sus nombres pasarán a la historia. Fueron Mitt Romney, Pat Toomey, Susan Collins, Lisa Murkowski, Ben Sasse, Richard Burr y Bill Cassidy.

Nada conocerse resultado de la votación, Chuck Schumer, líder de la mayoría republicana, lo calificó de antiamericano y contrario a todos los sacrificios realizados por los patriotas de EE.UU. durante los 200 años de vida de la república. En un comunicado, el ex presidente, el primer hombre dos veces sometido a un proceso de impeachment, celebró su victoria y comentó lamentó que «un partido político en Estados Unidos tenga barra libre para denigrar el Estado de Derecho, difamar a las fuerzas del orden público, animar a las turbas, excusar a los alborotadores y transformar la justicia en una herramienta de venganza política, y perseguir, poner en lista negra, cancelar y reprimir a todas las personas y puntos de vista con los que no estén de acuerdo».

El proceso del impeachment estuvo muy cerca de prolongarse durante varias semanas. El senador Lindsey Graham, antiguo enemigo de Donald Trump y posteriormente uno de sus mejores aliados, votó junto con los republicanos Susan Collins, Lisa Murkowski, Mitt Romney y Ben Sasse para que la Cámara Alta pudiera llamar a testigos. Querían dilucidar si el ex presidente, Donald Trump, tuiteó contra su vicepresidente, Mike Pence, después de ser avisado de que la vida de éste corría peligro y de que el servicio secreto lo conducía a un lugar seguro mientras la muchedumbre buscaba a Pence para colgarlo.

Entre bambalinas, los colaboradores del hombre que fue su segundo durante cuatro años acusaron a Trump de abandonarlo a la turba, de ponerlo en la picota y de no haberse interesado ni por un segundo por su paradero o su estado. Alborotadores vestidos de paramilitares recorrían el Capitolio coreando su nombre y Trump lo llamaba traidor en redes.

En un giro dramático el Senado consideró llamar a declarar a la congresista republicana Jaime Herrera Beutler, que en varias entrevistas ha hablado de una conversación dramática entre Trump y el presidente de la minoría republicana en el Congreso, Kevin McCarthy. Según CNN, que confirmó la noticia, McCarthy llamó al ex presidente para explicarle que los delincuentes trataban en ese mismo momento de entrar en su despacho.

Le reclamó ayuda policial y militar urgente. Insistió en que era crucial que su interlocutor hablara sin compromisos ni medias tintas. Trump, lejos de ofrecerle ayuda, le respondió que los manifestantes eran posiblemente miembros de antifa. Cuando su McCarthy negó la mayor, añadió: “Bueno, Kevin, supongo que esta gente está más molesta por las elecciones de lo que estás tú”. “Con quién cojones crees que estás hablando”, le espetó McCarthy. El intercambio subsiguiente fue de alto voltaje, con los dos líderes gritando al teléfono.

Este sábado, y durante varios minutos, nadie supo si la congresista Herrera Beutler sería llamada a declarar. O si comparecerían ante el Senado los colaboradores del ex vicepresidente y si la defensa de Trump respondería llamando a nuevos testigos. Los abogados de Trump, de hecho, amenazaron con convocar a cerca de 300 personas.

Lo advirtió Michael van der Veen, el abogado que parece haber tomado definitivamente las riendas del caso después de que uno de los abogados principales del caso, David Schoen, abogado penalista y experto también en Derecho Civil, estuviera a punto de presentar su dimisión, harto de las críticas de su cliente. Una semana antes ya dimitieron los cinco abogados principales de Trump, molestos por la incapacidad de consensuar una defensa basada en la inconstitucionalidad del caso y no, como quería Trump, en la teórica conspiración para robarle las elecciones.

Finalmente los senadores resolvieron que el testimonio de la congresista sería incluido como evidencia. Pero no sería necesario llamarla como testigo. Tampoco comparecerán los colaboradores del ex vicepresidente. Con todas estas novedades la suerte sonreía al ex presidente.

Horas antes de que el Senado se reuniera, Mitch McConnell, que preside la minoría republicana, dejó claro a sus colegas que en su opinión tocaba pasar página. Ciertamente confesó sus dudas. Responsabiliza a Trump, siquiera en parte, de lo sucedido en el Capitolio. Ya lo hizo en público varias veces. Que McConnell animase a votar contra Trump también parecía posible después de que su esposa, Elaine Chao, secretaria de Transportes en la Casa Blanca con Trump, hubiera dimitido de forma fulminante antes de acabar su mandato.

En un correo electrónico para su equipo, publicado el Washington Post, Chao dijo que EE.UU. había sufrido “un evento traumático y totalmente evitable cuando los partidarios del presidente irrumpieron en el edificio del Capitolio después de una manifestación a la que éste habló”.

Pero a falta de mayores novedades McCain no cree posible establecer una relación causa/efecto entre los discursos y el asalto del 6 de enero. Los intereses nacionales, y la propia pervivencia del partido, aconsejan posicionarse en favor de la absolución. Para llegar ahí fue primero necesario escuchar las alegaciones de la acusación y la defensa, superar los turnos de preguntas, decidir sobre si era o no necesario convocar testigos y, finalmente, embocar el turno de alegatos finales. Hasta que explotó la bomba de Herrera Beutler los mensajes de Mitchell liberaban de responsabilidades y culpas a sus colegas.

Cuando la Cámara acordó que no hubiera testigos resultó ya evidente que no habría 17 senadores republicanos partidarios de condenar. El impeachment, recurso de última necesidad para salvaguardar los controles y contrapesos democráticos de la deriva autocrática de un presidente, encalla en el legislativo. A lo largo de la historia las mayorías senatoriales siempre han votado en favor de los presidentes de su partido. Sólo una vez pareció posible que un jefe de gobierno saliera tarifado de la votación en la Cámara Alta. Pero Richard Nixon barruntó lo que llegaba y presentó una gallarda dimisión antes que arrostrar la humillación del impeachment consumado.

El final del impeachment seguramente aliviaría a la Casa Blanca, angustiada porque Washington habría seguido secuestrado por lo vivido hace dos meses. Algo no muy distinto sucedió hace un año, cuando los demócratas menos dogmáticos mostraban su pesar por la dificultad de hablar de otra cosa, con los medios embelesados por el impeachment, e incapaces de poner negro sobre blanco la agenda electoral.

Después llegó la pandemia, Biden ganó sobre la campana y Trump diseminó sus infundadas acusaciones de fraude. Hasta desembocar en la insurrección del Capitolio y renovar el clima distópico que abreva en las aguas del Potomac desde noviembre de 2016. «El presidente Trump debe ser condenado por la seguridad de nuestra democracia y nuestro pueblo», dijo el senador Jamie Raskin, que ha dirigido la acusación. Quizá en otra vida.