Primer aniversario de la pandemia
Aquel 20 de febrero Mattia Maestri estuvo a punto de morir. Los días previos había acudido ya al hospital, pero esa mañana ingresó de urgencia con una pulmonía grave. Mattia se machacaba a correr, tenía 37 años y una condición física envidiable. “Y, sin embargo, se nos moría”, recuerda por videocoferencia Annalisa Malara, la anestesista del hospital del pueblo lombardo de Codogno que lo atendió. Nadie sabía qué estaba pasando, hasta que a la doctora se le ocurrió llamar a la mujer de Mattia para preguntarle si su marido había estado en contacto con alguien procedente de China.
En ese momento el coronavirus era aquella noticia lejana de un nuevo patógeno surgido en un mercado de Wuhan. Casualmente, Mattia había cenado con un empresario que había pasado por Shangai. Así que Malara se saltó los protocolos y sometió al paciente a un test de coronavirus. Mandaron la prueba al Hospital Sacco de Milán, que esa misma noche respondió con el resultado: positivo. Así se creyó por un momento que había empezado todo. Realmente, ni la enfermedad de Mattia tenía relación con China ni era el primer caso en su país.
El paciente uno
Mattia ha sido considerado desde entonces el “paciente uno”. Pero al mismo tiempo que ingresaba en el hospital, lo hacían otras decenas de personas en Codogno y los pueblos de los alrededores. Pronto fueron cientos, miles. “Sólo se realizaba el test a quienes venían de China o habían estado en contacto con personas afectadas. Pero cuando confirmamos que Mattia estaba contagiado, supimos que el virus circulaba ya por Italia y lanzamos la alarma a toda Europa”, recuerda la doctora.
Codogno y otros nueve municipios lombardos fueron confinados inmediatamente. Unas 50.000 personas encerradas, mientras en el resto del país cundía la sensación de que se estaba propagando un alarmismo excesivo. Pasó una semana en la que el ánimo dictaba volver a la normalidad, pensar que Codogno era una versión reducida de Wuhan y que en unos días nadie recordaría aquello. Pero los casos seguían en aumento. Poco después hubo que cerrar toda Lombardía, la región más productiva del país. Y horas más tarde toda Italia. La señal ya estaba dada, por primera vez en Europa una nación tomaba la decisión más drástica posible.
Comenzaron entonces a surgir nuevos símbolos. Es cierto, de Codogno y el resto de pedanías nadie se acordaba ya a mediados de marzo, cuando una hilera de camiones militares desfilaba por Bérgamo trasladando féretros a otras ciudades que contaran con algo más de espacio. Bérgamo y Brescia, también en Lombardía, se convirtieron en los nuevos iconos. La diferencia con los primeros pueblos es que nadie se atrevió a confinar. “Nos convocaron a los alcaldes de la zona para informarnos del cierre, habían llegado incluso patrullas militares para organizarlo, pero de pronto se paró todo”, recordaba el alcalde de Alzano Lombardo, Camillo Bertocchi. En Alzano estaba el hospital desde el que el virus comenzó a propagarse sin control.
Distintas investigaciones periodísticas desvelaron que la patronal ejerció presiones para no congelar la actividad en el motor económico del país. El jefe de los industriales lombardos reconoció públicamente que un parón absoluto en ese momento hubiera sido “más perjudicial”. La Fiscalía abrió una investigación, que todavía sigue su curso, por la que tuvieron que declarar el entonces primer ministro, Giuseppe Conte, y varios miembros de su equipo. A los titubeos de las primeras horas le sucedió una política de mano dura, que mantuvo un confinamiento estricto casi hasta el verano.
La segunda ola, peor que la primera
Italia presumía entonces de haber impuesto un modelo, de servir de inspiración para el resto de países. Pero el relato se desmoronó rápidamente. Tras un verano tranquilo, en octubre -más tarde que en los países de su entorno- llegó la segunda ola, con más fiereza que la anterior. Sólo en el último trimestre del año murieron más personas que en todos los meses precedentes. Los exámenes posteriores revelaron que era imposible que Mattia fuera el paciente uno, ya que había millares de personas contagiadas a mediados de febrero del año pasado. Ni siquiera Conte, el político que disparó su popularidad durante la pandemia, es hoy primer ministro.
Italia es ahora el país de la UE con más fallecidos por covid-19, con unos 95.000. Tan sólo Reino Unido supera en Europa los registros italianos. Virólogos como Andrea Crisanti, célebre por haber realizado test masivos en un pueblo del Véneto al principio de la pandemia, lamentan no haber aprendido del pasado. “Perdimos la oportunidad de convertirnos en Nueva Zelanda o Corea del Sur. Hacía falta blindar Italia y hacer una inversión sin precedentes para potenciar el rastreo y los test masivos. Pero preferimos volver a salir y recuperar la actividad”, señala Crisanti. Si en algún momento Italia fue un modelo para Occidente en la gestión del virus, tampoco ahora la mayoría de países se comportan de modo muy distinto. La incidencia actualmente es relativamente baja, de unos 135 casos por cada 100.000 habitantes, pero las distintas variantes ya suponen casi una tercera parte del total de contagios. La comunidad científica ha reabierto el debate sobre un nuevo confinamiento, aunque de momento se reforzarán las restricciones en las regiones más afectadas. Este domingo se inaugurará una placa en honor a las víctimas en Codogno. Quedará eso, el recuerdo y un símbolo más de una historia que pronto superó los confines de un pequeño pueblo.