Qué viene ahora
Un mundo bipolar sin Rusia dominado por China y EEUU
El reto de la respuesta transatlántica a la ofensiva de Putin consiste en reequilibrar la relación euro-estadunidense que, hasta ahora, ha estado dominada por Washington debido a su superioridad militar
Después de un mes de guerra en Ucrania, el comportamiento de los estados se analiza al amparo de la polaridad del orden internacional. Multipolar, éste sería regido por al menos tres potencias (Estados Unidos, China, Europa y Rusia) mientras que, el bipolar, sería regido por dos bloques (Este y Oeste en el pasado).
El Este soviético ha desaparecido y la hegemonía estadounidense ha perdido el liderazgo de una comunidad internacional que busca un equilibrio político y una seguridad colectiva efectiva. Heredera de la extinta URSS, Rusia se hace oír en la escena internacional mediante el uso de la fuerza, subestimando la capacidad occidental de estar unida en sus acciones ante la invasión rusa de Ucrania.
En realidad, esta terrible guerra no es sólo el resultado de una deriva del poder personal de Putin, sino de 25 años de incomprensión y antagonismo entre Moscú y las capitales occidentales. Occidente es acusado de cercar Rusia y avanzar cada vez más hacia el Este, además de constituir un modelo liberal-democrático y “libertario” que supone una amenaza existencial para el poder cada vez más autoritario y nacionalista de Rusia.
Si una guerra fría terminó con la caída del imperio soviético, otra ha nacido del enfrentamiento ruso-occidental, que sólo beneficiará a EE UU y China, mientras que Europa hace frente a una grave crisis energética, además del riesgo de convertirse en parte directa o indirecta en la peligrosa escalada entre EE UU y Rusia.
Biden y sus “mensajes subliminales”
Consciente de la reducción de las opciones occidentales de represalia contra Putin, Biden llegó a Bruselas el miércoles 23 de marzo para blindar la unidad occidental. Al día siguiente le esperaba un maratón diplomático sin precedentes: en un solo día, una cumbre de la OTAN, una cumbre del G7 y otra de la Unión Europea. Si este viaje, que después le ha llevado a Polonia (¿hacia otra declaración como las históricas de Kennedy y Reagan al pie del muro de Berlín?), tiene un fuerte significado simbólico, estas grandes reuniones no deberían dar lugar a un aluvión de sanciones o anuncios estratégicos. Finalmente, al ocupante de la Casa Blanca le queda prometer el refuerzo de la posición de la OTAN en Europa del Este, ahora que el amo del Kremlin ha alterado efectivamente el equilibrio de poder heredado de la Guerra Fría.
Ahora bien, ¿cómo puede Occidente mantener e incluso estrechar el cerco a Rusia? En la delicadísima cuestión de la venta de hidrocarburos, principal fuente de ingresos de Rusia, la coordinación entre los occidentales parece haber llegado por el momento a su límite. Kiev no deja de reclamar un apoyo militar más contundente, pero Occidente se topa con los límites marcados por el propio Biden, la amenaza nuclear y las circunstancias, ya que, a diferencia de Estados Unidos, a los europeos les resulta difícil contemplar un embargo energético colectivo, sobre todo contra el gas ruso.
En este contexto, la relación entre la OTAN y la Unión Europea se revela muy compleja con el trasfondo de la guerra en Ucrania. Bruselas debe ratificar su nueva “brújula estratégica”, justo después de una cumbre extraordinaria de la Alianza Atlántica. Desde la invasión, la cooperación entre ambas orillas del Atlántico está en su punto álgido, muy lejos de la falta que se vio en el verano de 2021 durante la precipitada retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán.
Uno de los retos de la respuesta transatlántica a la ofensiva rusa consiste en reequilibrar la relación euro-estadunidense que, hasta ahora, ha estado dominada por Washington debido a su superioridad militar. Un punto de vista que no es necesariamente compartido en todo el continente europeo, ya que la guerra en Ucrania da una segunda vida a la OTAN.
El “acelerante” de la bipolarización
A través del conflicto ruso-ucraniano, se mide la potencia de los occidentales en el actual contexto geopolítico marcado por la rivalidad entre EE UU y China que se está produciendo en todos los frentes. Ya se estaba viendo cómo se recomponen los equilibrios y los instrumentos de poder en las organizaciones internacionales.
Se asistía a una “desoccidentalización” del orden mundial, bajo el efecto del ascenso de las potencias emergentes (en particular los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Estas han sido impulsadas por el deseo de derrocar el orden occidental. Así, el objetivo de China para el siglo XXI consiste en borrar las humillaciones del pasado y recuperar el liderazgo mundial de Estados Unidos, elaborando su propia globalización según los principios del “Consenso de Pekín” (desarrollo económico, autoritarismo político, no injerencia diplomática) a la cual Rusia participa en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái. En definitiva, el conflicto ruso-ucraniano puede convertirse en un acelerante del proceso de bipolarización del orden internacional ya que la confrontación entre Occidente y China avasallará a una Rusia ya relegada a la periferia de la comunidad internacional.
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