Análisis

El abismo en el Himalaya: India, Pakistán y la espiral del terror

El atentado terrorista del 22 de abril de 2025 en el valle de Baisaran ha vuelto a encender la mecha de el polvorín

KASHMIR (Pakistan), 07/05/2025.- People inspect the damage following India's missile strike on Bilal Mosque in Muzaffarabad, the capital of Pakistani-administered Kashmir, 07 May 2025. India stated that it conducted military strikes on nine sites in Pakistan in retaliation for a deadly militant attack on tourists in Kashmir. EFE/EPA/AMIIRUDDIN MUGHAL
India strikes Pakistani cities in retaliation for Kashmir attackAMIIRUDDIN MUGHALAgencia EFE

Hay lugares en el planeta donde la geografía se convierte en fatalismo. Cachemira es uno de ellos. Frontera entre tres potencias nucleares —India, Pakistán y China—, esta región ha sido descrita por expertos como el punto más peligroso del mundo. David Petraeus no exageraba al calificarla así: en sus valles y cumbres se cruzan no solo placas tectónicas, sino tensiones históricas, pasiones religiosas, ambiciones geopolíticas y heridas sin cicatrizar desde 1947. Para la psique colectiva india la existencia misma de Pakistán es fruto de lo que el propio Gandhi consideró la mayor tragedia para la India independiente, la partición que vive en el corazón de los indios como una herida pustulosa y crónica.

El atentado terrorista del 22 de abril de 2025 en el valle de Baisaran ha vuelto a encender la mecha de ese polvorín. Veintiséis personas murieron y al menos diecisiete resultaron heridas cuando un comando armado abrió fuego contra un grupo de turistas en plena temporada alta. Ya no caben calificativos, pues al ponerlos categorizamos al terrorismo: el terrible y menos terrible, y ésa es una de las principales victorias del terror. La autoría fue reivindicada por el Frente de Resistencia (TRF), máscara apenas disimulada del grupo yihadista paquistaní Lashkar-e-Taiba (LeT) y de su primo hermano igualmente barbárico Jaish e Mohamed (JeM). La inteligencia india y occidental no lo dudan: detrás del ataque está el viejo aparato de injerencia desestabilización transfronteriza de Pakistán, con su ejército y el temido servicio de inteligencia militar (esto es una redundancia porque solo hay uno) el ISI, manejando los hilos del terror.

El terrorismo como instrumento de Estado

Pocos países han hecho del terrorismo una herramienta estructural de su política exterior y de vecindad con tanta impunidad como Pakistán. Desde los ataques de Mumbai en 2008 (la masacre en los hoteles Taj Palace y Oberoi) hasta el atentado de Pathankot en 2016, el patrón es inequívoco: grupos yihadistas bien armados, entrenados en suelo paquistaní, ejecutan atentados en India con precisión militar. Las comunicaciones interceptadas, las confesiones de detenidos, las pruebas balísticas y la financiación rastreada, apuntan en una misma dirección: el ISI.

El atentado de Baisaran se inserta en esa lógica perversa. Pakistán niega toda implicación, como ha hecho históricamente, incluso cuando los autores materiales han sido capturados con pruebas irrefutables. El doble juego de su élite militar es cínico: mientras solicita diálogo, ampara a organizaciones cuya razón de ser es destruir la estabilidad regional.

De la indignación a la represalia: India reacciona

La India de Narendra Modi no es la de hace dos décadas. La doctrina de la contención (la India sigue siendo la única potencia nuclear que tiene prohibido constitucionalmente el primer ataque “first strike” nuclear) ha sido sustituida, en parte, por la del castigo proporcional y visible al terrorismo. Tras el atentado, Nueva Delhi desplegó una ofensiva diplomática y económica de gran calado. La suspensión del Tratado de Aguas del Indo —pieza clave en la seguridad hídrica de Pakistán— no fue una mera amenaza, sino una advertencia estratégica: si el terrorismo usa el agua como vía de infiltración, India puede usarla como instrumento de presión. Se cerró el paso fronterizo de Attari-Wagah, se cancelaron visados, y la India expulsó a diplomáticos pakistaníes. El culmen de la escalada fue inevitable: el cruce de misiles.

6 de mayo: la noche en que los cielos hablaron

El 6 de mayo de 2025, India ejecutó la operación SINDOOR CON ataques quirúrgicos con sus cazas franceses Rafale (recuperando con ellos la supremacía aérea que habían perdido pues los MiG 27 indios no eran rival para los F-16 pakistaníes) con misiles guiados SCALP de precisión y bombas inteligentes HAMMER sobre lo que describió como “infraestructura terrorista” en la Cachemira paquistaní y más allá. Al menos nueve objetivos terroristas fueron alcanzados. Pakistán respondió con artillería y misiles de inmediato y con su acostumbrada retórica de victimización. Mientras Nueva Delhi hablaba de justicia y defensa propia, Islamabad gritaba “agresión”. La escalada acaba de comenzar, esperemos que ambos sepan cortarla a tiempo.

La verdad se encuentra en los datos. Los blancos eran campamentos bien conocidos de LeT y sus satélites. La precisión fue deliberada la inteligencia militar india los tenía identificados desde hacía años, lo sé de la mejor fuente que no puede ser citada. Sin embargo, el riesgo de escalada fue —y sigue siendo— real. Pakistán elevó el tono, insinuó represalias nucleares, y la región entera contuvo el aliento ante el monumental e irresponsable dislate de amenazar con una guerra nuclear que difícilmente sería regional. Si se desencadena el Armagedón nuclear estaríamos, los cálculos están publicados por diversas fuentes, ante decenas de millones de muertos en las primeras 24 horas de conflicto. Estas bestiales cifras de pérdidas humanas están asumidos y descontados por los manuales de estrategia militar de ambos países.

La belicosidad paquistaní como cortina de humo

No se entiende la política exterior de Pakistán sin considerar su realidad interna. El país vive desde hace años una tormenta perfecta: una crisis económica de proporciones bíblicas, protestas masivas reprimidas con brutalidad, y una oposición política que, encarnada en figuras como el ex primer ministro Imran Khan (ex estrella mundial del Cricket) ha sido silenciada por la cárcel o el exilio. El ejército, verdadero poder fáctico, necesita enemigos externos para justificar su control absoluto. Y nadie mejor que India para ese papel.

Como ha señalado la analista Ayesha Siddiqa, “el Estado profundo paquistaní alimenta el conflicto con India para mantener la narrativa de asedio y legitimar su hegemonía interna”. El terrorismo no es un accidente: es un método.

VI. Cachemira: entre operaciones antiterroristas y tensión civil

India respondió con una ofensiva de seguridad sin precedentes en su parte de Cachemira: más de 1.500 detenciones, demoliciones selectivas de viviendas usadas por terroristas, al parecer identificados de manera fehaciente. De igual modo se procedió al cierre de madrasas (escuelas coránicas) vinculadas a movimientos terroristas yihadistas y responsables del adoctrinamiento de jóvenes y futuros reclutas de organizaciones terroristas. Igualmente se prohibieron las importaciones desde Pakistán. Estas medidas —duras pero legales— han sido duramente criticadas algunas organizaciones de derechos humanos, que ignoran gravemente las causas subyacentes del conflicto. No es menos cierto que la mayoría de los analistas coinciden en que la pasividad ante el yihadismo solo alienta la escalada terrorista.

El mensaje de Modi fue meridianamente claro: no se permitirá que Cachemira sea rehén del extremismo financiado desde el otro lado de la LoC (Línea de control, pues ninguno de los dos acepta que la LoC sea una frontera).

Entre la disuasión y la guerra limitada

El equilibrio estratégico entre India y Pakistán se fundamenta en una disuasión mutua de carácter nuclear (una especie de MAD -mutual assured destruction- regional que jamás ha funcionado, sólo tuvo un efecto disuasorio a nivel global) que en la práctica sería, sin duda, el detonante de un desastre como la humanidad no ha visto jamás.

Ambos países tienen arsenales nucleares similares —India posee unas 160 ojivas, Pakistán alrededor de 170, según el SIPRI—, ambos países han evitado la guerra abierta desde 1971 (cuando la India derrotó a Pakistán para lograr la independencia de Bangladesh hasta entonces Pakistán oriental…) Sin embargo, las operaciones “quirúrgicas” y el uso de misiles de precisión ha introducido una nueva dinámica: la guerra limitada, pero de alta muy intensidad, que se sabe cómo empieza, pero no como termina.

Las pruebas balísticas recientes, tanto por parte india como paquistaní, reflejan esta tendencia. Pakistán lanzó el misil Abdali (450 km de alcance), mientras India ensayó variantes de BrahMos. La frontera, ya de por sí tensa, se militariza aún más, y el riesgo de una guerra total es escalofriantemente real.

El silencio de China y el eco internacional

Los grandes actores internacionales reaccionan con matices (no olvidemos que Rusia y la India tienen unas estrechas relaciones desde la guerra fría que no se han debilitado a pesar del acercamiento a Occidente de la India). Estados Unidos, la Unión Europea y Rusia condenaron firmemente el atentado y respaldaron el derecho de India a defenderse. China, sin embargo, ofreció un apoyo implícito a Pakistán, a quién Pekín usa como un elemento central en su guerra por proxy contra la India.

Las consecuencias estratégicas: agua, turismo y economía al límite

El impacto económico de esta crisis es profundo. El turismo en Cachemira —que en 2024 atrajo a 3,5 millones de visitantes— se ha desplomado. El comercio bilateral, ya reducido, se ha paralizado. Y la amenaza sobre el Tratado de Aguas del Indo coloca a Pakistán ante una potencial catástrofe agrícola y humanitaria. Con un 70% de su agricultura dependiendo del sistema del Indo, la suspensión prolongada del tratado podría tener consecuencias devastadoras. India, por su parte, asume costes reputacionales y humanitarios, pero también refuerza su imagen de actor firme frente al terrorismo.

Conclusión: Cachemira, símbolo de una tragedia regional

La escalada entre India y Pakistán tras el atentado del 22 de abril de 2025 no es un episodio aislado: es el síntoma de una patología estructural. Mientras el Estado paquistaní continúe instrumentalizando el terrorismo como vía de presión geopolítica, y mientras su ejército gobierne sometiendo al poder civil al papel de comparsa, la región vivirá atrapada en un ciclo infernal de inestabilidad, atentados, represalias y riesgo real de una guerra como no se ha visto otra desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

La comunidad internacional tiene la responsabilidad de actuar. Ya no basta con exhortaciones a la calma: es hora de sancionar la complicidad con el terror. LeT y sus derivados no son grupos marginales, sino brazos armados de un aparato estatal que sigue jugando con fuego en una región nuclearizada.

India ha enviado un mensaje claro: no tolerará más agresiones encubiertas. Pero el verdadero peligro reside en la imprevisibilidad de Pakistán que, acorralado por sus propias implosiones internas, podría preferir el caos externo a la reforma y la democratización real imprescindibles e inevitables. Cachemira, una vez más, se convierte en la metáfora dolorosa y escalofriantes de una región en la que la paz no ha sido más que breves momentos de enfrentamientos de menor intensidad. La región no ha sabido lo que es la verdadera desde la partición en 1947.