Represión en Venezuela
Acertijos venezolanos
La abrumadora catarata de rumores producto del libertinaje de la información que inunda las redes sociales y la misma autocensura mediática son las causas directas de la imperante desinformación
La abrumadora catarata de rumores producto del libertinaje de la información que inunda las redes sociales y la misma autocensura mediática son las causas directas de la imperante desinformación.
Venezuela es un enigma. Al mejor estilo de cualquier algoritmo matemático o fórmula química difícil de visualizar, el país es el reflejo de una realidad confusa, intrigante. Venezuela es un espejo deforme, una alfombra inversa. Hay tres factores que legitiman los acertijos. En primer lugar, la desinformación; en segundo lugar, la falta de convivencia entre lo político y lo social; y, por último, el iceberg militar, ese que muestra rasgos aparentes de fidelidad al régimen.
La abrumadora catarata de rumores producto del libertinaje de la información que inunda las redes sociales y la misma autocensura mediática son las causas directas de la imperante desinformación. Los acertijos abundan y, al mismo tiempo, causan mayor intriga, mayor desesperanza. Tal fenómeno, no hace más que aumentar la miopía ciudadanía, esa que no permite ver el final de esta historia, no solamente en el tiempo, sino en sus modos y condiciones. Carencia de visión que al final no termina de arrojar una llave para abrir la puerta hacia el futuro. Adicionalmente, la diversidad de agendas dentro del gobierno y de la propia oposición hacen del tablero político un juego de ajedrez por momentos incomprensible, carente de lógica. Haya o no negociaciones bajo la mesa, lo cierto es que a la luz del calvario venezolano, lo que ocupa el pensamiento continuo de las mujeres y hombres anónimos es la asfixiante realidad económica, la carestía de alimentos y la ausencia de medicinas. Lo político es importante, no cabe duda. Sin embargo, si lo político no asume la agenda social, lo social terminará por devorar a lo político.
En tercer lugar, encontramos lo que en principio debe ser enigmático por su naturaleza hermética: lo militar. ¡Venezuela no necesita golpes de Estado! Venezuela no necesita otro caudillo mesiánico de bota fuerte y con vocación autoritaria. Tampoco necesita la visibilidad y el protagonismo de los castrenses en los espacios que regularmente, y de manera conveniente, deberían ocupar los civiles; por ejemplo, cargos públicos y responsabilidades de gobierno. En cambio, Venezuela sí necesita de unas Fuerzas Armadas al servicio de los venezolanos, una gendarmería obediente de la voz civil y dispuesta a respaldar la reconstrucción democrática a través de la institucionalidad y el voto.
La llamativa y madrugadora rebelión militar del pasado domingo, más que celebrarla o repudiarla, nos invita a ratificar la clara y evidente muestra de que algo pasa dentro del cuerpo militar; algo ocurre, algo desentona y, sin duda, preocupa a la cúpula madurista. Ciertamente, lo ocurrido no corresponde con esa ilusión bolivariana que intenta convencernos de que existe un matrimonio perfecto entre el líder y su Ejército, nada más lejos de la realidad.
La transparencia informativa, esa que tanto se añora y ayudaría a calmar la ansiedad del drama venezolano, el discurso político claro y con un norte marcado y unas Fuerzas Armadas Nacionales decididas a denunciar y salvaguardar el orden constitucional, representan factores cruciales en la lucha por el rescate de la democracia. Estas tres vertientes –que ciertamente no son las únicas que alimentan el río de la libertad– convergen en el clamor popular para que la vida corriente vuelva a su normalidad. «Queremos vivir como antes», insisten muchos venezolanos. Y ese pasado, lejos de ser perfecto, por lo menos podría significar y abonar el terreno para volver a plantar la semilla de lo cotidiano, esa que permitiría, entre otras cosas: libertad de expresión, un juego político signado por el respeto, el consenso y el entendimiento, y unas Fuerzas Armadas al servicio de la Patria.
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