Persecución religiosa
Agonía y esperanza de Asiria, la última patria cristiana de Oriente Medio
Los asirios, minoría étnica heredera de una patria con más de 6.700 años de antigüedad, se resisten a desaparecer asimilados por sus vecinos árabes y kurdos en tierras de Irak, Siria, Turquía e Irán
¿Utopía u objetivo plausible? El tiempo dictará sobre los esfuerzos de los asirios de hoy, una comunidad étnica de apenas medio millón de almas repartidas fundamentalmente por tierras iraquíes y sirias, por alcanzar sus reivindicaciones nacionales y preservar sus señas de identidad. Entre ellas destaca, por encima de todas, un cristianismo que defienden con orgullo y muchas dificultades –persecuciones, matanzas sin fin– en medio del océano islámico de la región de Oriente Medio.
«Los asirios siguen hoy siendo perseguidos ya sea por razones religiosas, nacionales o étnicas», afirma a LA RAZÓN Robin Betshmuel, profesor e investigador de la Universidad Salahaddin (Erbil, Irak) . «Su identidad, que se manifiesta en una historia, una lengua materna y unas tierras históricas, tradiciones, costumbres y celebraciones, nombres personales y títulos o uniformes propios, señas todas ellas de una identidad en peligro», explica a esta diario el especialista en cultura siríaca.
Aunque la población asiria que sigue poblando la Mesopotamia histórica –sobre todo en el norte de Irak– es cada vez más exigua y se ha visto gravemente menguada en las últimas décadas, un movimiento de carácter nacionalista surgido a finales del siglo XIX se afana hoy por defender la identidad de este pueblo e impedir su asimilación por sus vecinos. Convencidos de ser herederos del viejo Imperio asirio y neoasirio, que la historia da por extinguido en el siglo VII antes de Cristo, su objetivo es resucitar la patria asiria en el corazón de Oriente Medio. Uno de sus representantes es el Movimiento Democrático Asirio, un partido fundado en 1979. Desde 2014, su milicia, las Unidades de Protección de las Llanuras de Nínive, apoyada por Estados Unidos, se batió contra el Estados Islámico (EI) junto al Ejército iraquí.
El movimiento propone hoy unas fronteras nacionales en torno a las llanuras de Nínive, la antigua capital histórica del Imperio asirio, sobre la que al menos confían en poder crear una autonomía similar a la que disfrutan los kurdos en el norte de Irak (una propuesta planteada ya por el movimiento etno-nacionalista asirio tras la Primera Guerra Mundial). En estos días, Mosul, sobre la antigua Nínive, símbolo del ascenso y la caída del Estado Islámico, marca los límites suroccidentales de la Asiria que los nacionalistas proponen hoy. Las pocas decenas de cristianos que han sobrevivido a las persecuciones vuelven a celebrar misa estos días en el monasterio de San Miguel veinte años después de la caída del régimen del dictador Sadam Husein.
La toma de Mosul por parte del Estado Islámico forzó el desplazamiento de más de 150.000 asirios. «Somos un pueblo semita, no somos árabes ni kurdos, mucho más antiguos que estos dos grupos, ni aceptamos el nombre del Kurdistán para nuestras tierras», precisa a LA RAZÓN el profesor del Departamento de Estudios Hebreros y Arameos de la Universidad de Salamanca Efrem Yildiz.
Si hay un orgullo para el pueblo asirio hoy, componente fundamental de su identidad contemporánea, es el de su cristianismo. Un cristianismo que les ha acarreado sufrir la persecución y la muerte en Irak y Siria y la discriminación frente a los musulmanes en el conjunto de la región. «La realidad es muy difícil para los asirios en la práctica de su religión en países de mayoría islámica. Son ciudadanos de segunda clase para las autoridades y es imposible para ellos hacer vida pública cristiana», explica el profesor Efrem Yildiz.
Lejos de profesar un solo cristianismo, los asirios se reparten en una decena de confesiones. La más numerosa de ellas es la iglesia católica caldea, que preside el patriarca-catolicós de Bagdad de los caldeos desde la capital iraquí. Le siguen, con arreglo al número de fieles, la iglesia asiria de Oriente (conocida como nestoriana) y la siro-ortodoxa, pertenecientes a la familia de las iglesias ortodoxas orientales. Todas fueron fundadas en el siglo I por Tomás el apóstol y sus discípulos San Aday (Tadeo de Edesa) y San Mari según la tradición, y siguen empleando el siríaco oriental (un dialecto del arameo, que fue la lengua de Jesús) como idioma de la liturgia. También hay asirios vinculados a otras iglesias orientales y protestantes.
Además de la religión, la otra gran seña de identidad asiria es su lengua, que también experimenta un lento e irremisible retroceso. Además de árabe, kurdo o turco, la lengua propia de este pueblo es el asirio moderno (sureth-surayt), denominación bajo la que se encuentran los dos dialectos (el oriental y el occidental) principales del arameo moderno, una lengua semítica con más de tres mil años de antigüedad que otrora fue mayoritaria en Mesopotamia.
Con la desaparición del Imperio neoasirio hace más de 2.700 años –con la entrada en Babilonia del rey persa Ciro II el Grande– comenzó el largo declive de este pueblo semita, que milagrosamente sigue hoy reivindicando su futuro en Mesopotamia. En el siglo XX los asirios sufrieron un genocidio a manos de los nacionalistas turcos y kurdos en varias etapas: los años 1843 y 1846, la década de 1890, la Primera Guerra Mundial, la independencia turca y en los primeros años de la de 1920, en el mismo contexto de los sufridos por los armenios y griegos.
Más de 250.000 asirios perdieron la vida en matanzas ocurridas en los actuales territorios de Turquía, Siria e Irak.
Más recientemente, los asirios han sufrido las consecuencias del ascenso del yihadismo. El Estado Islámico, que impuso su califato del terror a caballo entre Siria e Irak entre 2014 y 2017, se cebó de manera especial con los últimos cristianos de la antigua Mesopotamia. Además de las pérdidas humanas, los asirios han visto cómo su patrimonio en forma de iglesias y monasterios era sistemáticamente destruido por los fanáticos musulmanes.
La mayor parte de los asirios vive, sin embargo, en una nutrida diáspora de casi tres millones y medio de personas repartida entre Estados Unidos, Australia, Canadá, Suecia o Alemania, además de otros países de Oriente Medio como Jordania o Líbano. En ella, los asirios siguen trabajando por mantener sus tradiciones y desarrollar en libertad su fe cristiana. La emigración de cristianos asirios a distintas latitudes del mundo occidental –al igual que de otros cristianos de la región– sigue produciéndose en incesante goteo.
En nuestro país, la Universidad de Salamanca ha sido pionera en el estudio y difusión de la historia y el patrimonio lingüístico de los asirios. No en vano, en 2020, la universidad salmantina creó la Cátedra Nineveh, que hace casi un año celebró su primer congreso internacional.
«Dada la desgraciada realidad sobre el terreno, será más factible recuperar el legado asirio en Occidente, como también estamos trabajando en España, que en nuestro territorio histórico», admite a LA RAZÓN el profesor Yildiz, principal promotor de la cátedra universitaria.
Como otros grupos étnicos que profesan el cristianismo, los asirios se enfrentan a un futuro sombrío en una de las zonas más hostiles para las minorías religiosas, aunque no están dispuestos a doblegar su voluntad de defender su fe y su territorio histórico cuando acaban de celebrar el año 6773 de su calendario.
Entretanto, el cristianismo, sus decenas de iglesias desde El Cairo hasta Bagdad –aún suponen ya menos del 5% de la población en Irak, Siria, Israel, Turquía o Irán–, se acerca lentamente a la desaparición del territorio que lo vio nacer y forjarse hace dos mil años.
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