Aniversario

Irak 20 años después: caos, corrupción y violencia

Dos décadas después de la invasión estadounidense, el país de Oriente Medio sigue lastrado por el sectarismo, la inseguridad y la pobreza

USA5093. ARLINGTON (VA, EEUU), 14/03/2023.- Fotografía del monumento a los marines caídos junto al cementerio militar, el 7 de marzo de 2023, en Arlington (Estados Unidos). Tensión, miedo a lo desconocido y gente de un país remoto que les daba la bienvenida... Nada hacía presagiar que Irak se tornaría en un infierno para el marine de EE.UU. Jeremy Williams y el resto de sus compañeros que entraron aquel 20 de marzo de 2003 en suelo iraquí. EFE/ Octavio Guzmán
Monumento a los marines caídos en la guerra de Irak en el cementerio de ArlingtonOctavio GuzmánAgencia EFE

Lejana sigue quedando la promesa democrática estadounidense para Irak al cumplirse dos décadas de la invasión protagonizada por la Administración Bush y rápida caída del régimen de Sadam Husein. El país de Oriente Medio sigue hoy lastrado por la violencia y la corrupción por mor de un frágil e inestable sistema político incapaz de poner coto a las divisiones sectarias y políticas y las injerencias foráneas.

Irak es hoy un país muy joven lastrado por extraordinarios niveles de corrupción a todos los niveles y elevadas tasas de desempleo y pobreza a pesar de ser un Estado rico en recursos naturales (no en vano, Irak es el segundo mayor productor de petróleo de la OPEP). El año pasado entre una tercera y una cuarta parte del presupuesto estatal fue literalmente saqueado por las élites nacionales, según investiga la justicia iraquí. La fuga constante de dinero de las arcas públicas impide al Estado proporcionar a los ciudadanos servicios básicos como la electricidad o el saneamiento.

Además, la violencia sigue siendo una realidad cotidiana en una sociedad profundamente dividida y enfrentada de acuerdo a líneas sectarias: los musulmanes chiíes –concentrados en el sur y el este- constituyen en torno al 65% de la población, mientras que los suníes –localizados en el oeste, centro y norte- representan algo más del 30%. El régimen nacido de la invasión estadounidense trata de navegar entre la cooperación con Washington –que sigue aportando un importante apoyo militar y ayuda humanitaria a Bagdad, 2.500 soldados estadounidenses permanecen en Irak- y la influencia de Teherán, patrocinador de numerosos partidos y milicias armadas en el país.

Desde el pasado mes de octubre y tras un año de bloqueo institucional el Gobierno de Irak está liderado por Mohamed Shia Al Sudani, quien ha prometido, como sus predecesores en el cargo, poner coto a la corrupción y combatir la pobreza, aunque pocos confían en el país en su éxito. Este año están previstas elecciones a los consejos provinciales, que no se convocan desde 2013. Una de las grandes interrogantes planteadas es si el movimiento político liderado por el clérigo chiita Muqtada Al Sadr concurrirá en los próximos comicios después del anuncio de su retirada de la política a finales del pasado mes de agosto (un episodio que se saldó con más de 30 muertos y centenares de heridos).

El Movimiento de Al Sadr, que se opone tanto a la injerencia estadounidense como a la iraní, se había impuesto en las elecciones parlamentarias de octubre de 2021 y la retirada de sus diputados del Parlamento allanó el camino a la elección de Al Sudani como jefe del Gobierno. Las tensiones, con todo, entre las distintas facciones en el campo chiita siguen a flor de piel.

A la invasión estadounidense y fulgurante derrocamiento del régimen de Sadam Husein –en una operación justificada por el supuesto arsenal de armas de destrucción masiva- en el arranque de la primavera de 2003 le siguió un escenario ingobernable –no previsto por la inteligencia estadounidense, pero habitual en otras tentativas occidentales y estadounidenses en la región- de división y violencia sectarias, hasta entonces férreamente controlada por la dictadura de Sadam Husein (un suní que gobernó un país de mayoría chií a través de un sistema de partido único de orientación secular, socialista y panarabista).

En nada ayudaron a la convivencia entre distintos grupos etno-religiosos las políticas sectarias practicadas por el primer ministro Nouri al Maliki –un chií en el poder tras décadas de dominio sunita en Bagdad- en sus más de ocho años al frente del Gobierno. La guerra entre el nuevo Estado iraquí y la coalición anglo-estadounidense contra la insurgencia sunita formada por Al Qaeda y el Estado Islámico concluiría en diciembre de 2011 tras ocho años de muerte y destrucción.

Pero dos años después, en diciembre de 2013, el yihadismo suní volvía a golpear con fuerza al Ejército iraquí. En junio del año siguiente el Estado Islámico culminaría su victoriosa campaña haciéndose con Mosul y Tikrit. Comenzaba un nuevo ciclo bélico. Con la caída definitiva de Mosul en el verano de 2017, la coalición internacional y las fuerzas iraquíes lograron terminar con el Daesh, que había llegado a hacerse con casi el 40% del territorio iraquí y un tercio del sirio. Con todo, dada la fragilidad del Estado iraquí, la amenaza de que los remanentes del califato yihadista puedan reorganizarse y resurgir sigue estando muy presente.

No acaban en el ámbito político y social los problemas de Irak. El país bañado por los ríos Éufrates y el Tigris padece con especial virulencia las consecuencias del cambio climático en forma de desertificación y escasez de agua, y muchos especialistas auguran que los próximos años los grandes conflictos en Irak y el conjunto de Oriente Medio y África del Norte vendrán asociados a la lucha por el control de las reservas hídricas.

Pero no todo han sido noticias aciagas en estas dos décadas. El nivel de violencia e inseguridad ha descendido en los últimos cinco años y el sistema político, aunque aquejado de profundos males, trata de seguir adelante como puede. También se han conquistado espacios para la libertad de expresión a través de la prensa en los últimos años. Además, en el norte del actual Irak los kurdos gozan de una amplia autonomía consagrada en la Constitución de 2005 y una seguridad comparativamente mayor que en el resto del país -y relación directa con Estados Unidos- no exenta, con todo, de tensiones entre las distintas entidades políticas (principalmente entre el Partido Democrático del Kurdistán y la Unión Patriótica del Kurdistán).

Por otra parte, el reciente anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí podría tener repercusiones positivas para Irak (el acercamiento entre los dos archienemigos tiene una deuda con el ex primer ministro iraquí Mustafa al Kadhimi), al igual que para otros países atravesados por conflictos sectarios y por interposición como Yemen, Líbano o Siria.

Dos décadas después del inicio de la guerra, Irak trata de pasar definitivamente página de uno de los momentos más dolorosos de su historia contemporánea y sacar el mayor partido al potencial de una población joven y creciente -41 millones de almas- y una economía que seguirá beneficiándose de las exportaciones de hidrocarburos en los próximos años. Desde 2003, la guerra y la violencia posterior han costado en Irak la vida a casi 300.000 personas y han dejado más de 9 millones de desplazados. Un balance necesariamente sombrío para un país exhausto que se resiste a perder la esperanza