Internacional
Al Sisi, el general que ha devuelto a Egipto a los años de plomo
LA RAZÓN visita el barrio donde nació el hombre que, tras el referéndum, dirigirá el país hasta 2030.
LA RAZÓN visita el barrio donde nació el hombre que, tras el referéndum, dirigirá el país hasta 2030.
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Tan solo cinco días después de que el histórico líder árabe Gamal Abdel Nasser se convirtiese en el presidente de Egipto en 1954, los callejones de Gamaleya, un laberíntico barrio de clases populares situado en el corazón de El Cairo antiguo, dieron la bienvenida al mundo al que hasta la fecha es la figura más ilustre que ha vivido allí: Abdelfatah Al Sisi.
Hijo de Soad y Said, Al Sisi es el segundo de ocho hermanos y creció en el seno de una familia musulmana conservadora procedente de la gobernación egipcia de Monufia, en el norte del país. Aunque Al Sisi y su entorno han sido recelosos a la hora de revelar detalles sobre su infancia, se sabe que acudió a una escuela de secundaria local controlada por el Ejército, y fue allí donde empezó a forjar dos relaciones que acabaron marcando su vida: por un lado, con las Fuerzas Armadas como institución, y por el otro, con su futura esposa, Entissar Amer.
La familia de Al Sisi vivió en Gamaleya hasta que éste dio el salto a la prestigiosa Academia Militar de Egipto, y actualmente solo unos pocos miembros de su familia viven aún en el lugar. «La familia es muy respetuosa y son gente religiosa y de bien», explica a LA RAZÓN Gamal, fervoroso partidario del Al Sisi y propietario de un taller ubicado justo enfrente del edificio en el que éste vivió hace décadas.
Tras abandonar la Academia Militar en 1977, Al Sisi arrancó una carrera militar que le catapultó a diversas posiciones de mando en el Ejército, y siguió estudiando en instituciones de renombre como la Escuela Militar de Guerra de Carlisle, en Pensilvania, hasta que, en 2010, fue nombrado director de la poderosa Inteligencia Militar.
Al estallar la Revolución de 2011 en Egipto, Al Sisi se convirtió en el miembro más joven del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF) que asumió el poder en el país árabe tras la caída del presidente Hosni Mubarak. Su salto a la primera línea política, sin embargo, llegó en agosto de 2012, cuando Mohamed Morsi, el primer presidente civil de la historia de Egipto y uno de los líderes de los Hermanos Musulmanes, fulminó a la cúpula castrense y nombró a Al Sisi jefe del Ejército y ministro de Defensa.
Aunque resulta imposible conocer los entresijos de la relación que mantuvieron Al Sisi y Morsi, la historia acabó convirtiendo al primero en el gran enemigo de los islamistas. Así, a medida que el líder de los Hermanos Musulmanes iba acumulando más poder al frente del país y adoptando tics dictatoriales, las calles de Egipto volvieron a desbordarse exigiendo su dimisión. Y fue entonces cuando los militares sacaron partido de las fuertes movilizaciones en contra de Morsi para ejecutar un golpe de Estado en verano de 2013 que colocó a Al Sisi en la cúspide del poder. Desde el primer momento, no le tembló la mano a la hora de exhibir su puño de hierro, y ya en agosto de ese mismo año dirigió el desalojo de dos acampadas pro-Morsi que habían ocupado durante días dos céntricas plazas de El Cairo, un episodio que se saldó con más de mil muertes y que marcaría el camino de lo que la era Al Sisi ha significado, al menos hasta el momento, para el país.
A partir de entonces, Al Sisi ha articulado un régimen que muchos califican de más brutal que el de Mubarak. Y durante su mandato, que ya se estira un lustro, el «rais» ha intentado aniquilar cualquier atisbo de oposición, ha encarcelado a decenas de miles de presos políticos y ha batido récords en vulneración de derechos humanos y libertades.
Al mismo tiempo, sus logros en materia económica, de seguridad e infraestructuras, han sido moderados, cuando no negativos. Así, la economía sigue sin mejorar para la mayoría,
la inestabilidad aún reina en amplias zonas del país y sus proyectos megalómanos, como la expansión del Canal de Suez o la construcción de una nueva capital, han sido criticados por no reportar beneficios para los egipcios de a pie.
«[Los militares] creen que saben lo que es mejor para el país, y que el pueblo tiene que obedecer», comenta a este medio Mohamed Anwar El Sadat, sobrino del ex presidente de Egipto Sadat y actual líder del opositor Partido de la Reforma y el Desarrollo. «Pero tienen que ver lo que está sucediendo a nuestro alrededor, [en países como] Argelia o Sudán».
Receloso de ceder cualquier parcela de poder, Al Sisi renovó su mandato como presidente en unas elecciones plagadas de irregularidades en marzo de 2018, calificadas de «farsa» por los ahora proscritos Hermanos Musulmanes. Y certificando que no piensa abandonar su cargo, el régimen ha oficializado esta semana una batería de enmiendas constitucionales que le cimentan en el poder como mínimo hasta el año 2030.
«[A partir de ahora] los partidos políticos y la sociedad civil no van a poder trabajar de una forma normal, por lo que todos los canales de expresión están cerrados», apunta a LA RAZÓN Hassan Nafaa, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de El Cairo, que alerta: «La única posibilidad de cambio en el país será a través de medios violentos».
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