Oriente Medio

La revolución de las mujeres iraníes

Los jóvenes pierden el miedo al régimen de los ayatolás y salen a la calle para luchar por una vida en libertad

Una mujer se manifiesta en frente de la embajada de Irán este mes de diciembre en Madrid. EFE/ Rodrigo Jiménez
Una mujer se manifiesta en frente de la embajada de Irán este mes de diciembre en Madrid. EFE/ Rodrigo JiménezRodrigo JimenezAgencia EFE

La melodía de la canción «Baraye» («para», en persa) es el himno que sintetiza el sentimiento de los revolucionarios iraníes. La composición del joven Shervin Hajipour, cuya solemne melodía de teclado y voz corrió como la pólvora en las redes poco después de la muerte de Masha Amini, recoge el «sueño por una vida normal en Irán», en lugar del «paraíso forzado» de un Estado policial religioso.

El verso inicial, en que habla del «miedo a bailar en las calles o besar a quienes amamos», recuerda que las protestas que ponen en jaque al régimen de los ayatolá desde el 17 de septiembre van mucho más allá de la obligación de vestir el velo islámico. Las nuevas generaciones, que solo conocen a su país guiado por el líder supremo, Ali Jamenei, reniegan del rigorismo vigente desde la Revolución Islámica de 1979. Aspiran a leer, relacionarse libremente, ver cine y, sobre todo, expresarse en libertad.

«Las protestas en Irán son una batalla histórica entre dos poderosas e irreconocibles fuerzas: una población predominantemente joven y moderna, orgullosa de sus 2.500 años de civilización y desesperada por cambios, contra un régimen teocrático aislado, comprometido a preservar sus poder basado en 43 años de brutalidad», consideró Karim Sadjapdour, experto en Irán, en un análisis en el «New York Times».

Dado que la encarnizada represión policial para acallar las protestas no logró sus frutos, el régimen elevó un escalón y materializó las primeras penas de muerte. El 12 de diciembre, el joven de 23 años Majidreza Rahnavard –segundo ejecutado entre once condenados– fue ahorcado en una grúa en la ciudad mayoritariamente conservadora de Mashhad. Pese a la barbárica escena, el régimen fracasó en su objetivo de amedrentar a las masas. La noche posterior, una mujer con el pelo descubierto simuló su propio ahorcamiento en una avenida principal de la ciudad sagrada chií.

Los jóvenes perdieron el miedo a morir: ya van más de 475 víctimas y 18.000 arrestos desde el estallido de la «Revolución de las mujeres». Pese a las escalofriantes cifras, en las calles de Teherán y otras ciudades ya es rutinario ver a mujeres descubiertas, a quienes poco importa los rumores sobre el supuesto desmantelamiento de la «policía de la moral». Están decididas a quebrantar la ley. Amini, de origen kurdo, fue detenida por agentes de este cuerpo, encargado de hacer cumplir los códigos de vestimenta a la fuerza. La joven de 22 años no despertó del coma provocado por el maltrato sufrido bajo custodia policial.

Las protestas, de carácter transversal y sin un liderazgo claro, afrontan el difícil reto de aguantar el tirón ante la brutalidad del régimen. Ya lograron un hito significante: aunar a comerciantes de los bazares, estudiantes o sindicatos obreros de empresas petroleras, una unidad que recuerda a las movilizaciones que derribaron al Shah en 1979.

En estallidos callejeros previos, como las protestas por fraude electoral en 2009 o contra la crisis económica en 2019, el ayatolá Jamenei apuntaló al régimen mediante la represión. Ahora, las porras y las balas no logran reducir la insalvable distancia entre gobernantes y gobernados. La insistencia de la élite en culpar a enemigos externos, con el repetido eslogan de «Muerte a América y Muerte a Israel», apenas tiene calado. Desde todos los rincones de Irán, los cánticos que rugen son «¡muerte al dictador!» y «mujer, vida y libertad».

Jamenei y su entorno entienden que retirar el «hiyab» obligatorio sería interpretado como una señal de debilidad, que los iraníes aprovecharían para demandar todas las libertades secuestradas. «El colapso del hiyab supondría el colapso de la bandera de la República Islámica», alertó Hossein Jalali, clérigo próximo al líder supremo. Para evitar la debacle, amenazó con congelar las cuentas bancarias de las desobedientes que se muestran descubiertas.

«¿Desean las fuerzas de seguridad seguir matando a iraníes para preservar el poder de un líder impopular, que pretende traspasar el poder a su impopular hijo Mojtaba Jamenei?», se preguntó el experto Sadjapdour. La rebelión, a la que se han sumado populares deportistas o actrices que se desprendieron del «hiyab», demuestra que la mayoría de iraníes están convencidos de que el régimen acabará sucumbiendo. La incógnita es cuándo ocurrirá, y cuál será el precio final a pagar.