Parlamento Europeo
¡Aterriza como puedas, Europa!
La primera vez que apareció ante mi vista en el Parlamento Europeo la cuestión de la renegociación de condiciones de permanencia de Gran Bretaña en la Unión Europea me acordé de Jacques Delors, que no es un santo, no al menos de la religión católica.
El veterano Delors publicó hace dos años y medio que si el Reino Unido quería marcharse de la Unión europea lo hiciese, pero que no fastidiase al resto. Seguramente buscamos en la realidad aquello que refuerza nuestras convicciones y no negaré que me satisfizo leer las palabras del antiguo Presidente de la Comisión Europea porque detesto los chantajes morales y las situaciones políticas muy ambivalentes. No negaré que, desde entonces, me he bañado muchas veces en aguas derivadas de situaciones políticas ambivalentes y catastróficas. Tampoco puedo negar que mis convicciones han sido atropelladas frecuentemente por la realidad y, de hecho, me acuerdo menos de Delors y no lo he invocado ni una sola vez en estos meses.
Seguramente es por lo anterior que infiero que a los líderes europeos y al Señor Tusk también les ha debido arrollar -en las alturas que habitan- la realidad política compuesta por las colosales crisis, chantajes y debilidades de estos tiempos. Tal vez por eso han dado la espalda al europeísmo de Delors y tampoco lo han citado ni una sola vez en sus parlamentos y gorgorismos. Y tal vez por eso Tusk nos confesaba en una reunión que daría y haría lo que fuera para que el Reino Unido siguiera en la Unión Europea. No parece una posición negociadora muy sólida, aunque es una posición política muy transparente.
Tusk se considera a sí mismo como un honesto bróker en esta crisis y Junker, el Presidente de la Comisión Europea, se considera literalmente el bombero y piloto que ha conseguido controlar la catástrofe en un avión en llamas. Aceptamos el chantaje porque no nos queda otra y no queremos dar aliento al populismo que desea la salida de Reino Unido de la Unión Europea con la esperanza -de los populistas del tipo Marine Le Pen- de que se vaya al traste la Unión y habitemos de nuevo en los más furiosos nacionalismos de Estado de macabro recuerdo.
Entender el europeísmo pragmáticamente para no alimentar el populismo en tiempos de vacas flacas económicas es una especie de pensamiento circular recurrente. Dicho en sencillo, es la pescadilla que se muerde la cola, porque no está claro tampoco que el abandono de las proteínas que conforman los valores y políticas europeas o sus cuatro libertades fundamentales no esté alimentando a los populistas.
Lo de Gran Bretaña tiene que ver, de hecho, con la degradación de su política interna que siempre ha sido más declaradamente nacionalista que la media europea. Cameron nos ha endosado, en diferido, un problema electoral propio a todos los europeos.
Gran Bretaña siempre buscó cláusulas de excepción a las políticas comunitarias. No es miembro de la zona euro, no forma parte de los acuerdos de Schengen, no calcula su contribución financiera como los demás Estados, no firmó el Pacto Fiscal Europeo. En opinión de Bernard Cassen "los sucesivos Gobiernos británicos promovieron situaciones en las que tenían un pie dentro y otro fuera".
Simplificando un tanto la polimórfica realidad política, somos débiles si cedemos y somos débiles si se monta un gran alboroto en el campo conservador del Primer Ministro Cameron y fomentan el voto negativo en el Referéndum. Se intenta evitar que reviva el declinante líder populista Nigel Farage que fue debilitado gracias a la operación de endosarnos el problema de renegociación de condiciones a los veintisiete socios restantes.
Alguien podría señalar que los líderes de los gobiernos y de la oposición en los otros 27 países están demasiado callados. En efecto, no se quiere excitar el sentimentalismo chovinista en la opinión pública británica, ni iniciar ningún fuego en cualquier otra opinión pública.
Ahora bien lo que resulta muy muy extraño es que no hayamos visto un solo cuadro con un solo dato sobre el coste de los derechos sociales de los trabajadores de la Unión que viven en Reino Unido en virtud del derecho a la libre circulación de trabajadores. Para justificar la discutible excepción que la Comisión aceptaría en el derecho a la igualdad entre europeos trabajadores deben, al menos, invocarse datos contundentes. Por ejemplo, cuánto dinero en sentido global y relativo suponen las bonificaciones sociales a las que tienen acceso los trabajadores europeos en Gran Bretaña en una serie temporal. Poner datos y hechos pertenece a lo mejor de la tradición anglosajona. Y sin embargo ni están los datos, ni se defiende la línea roja del derecho.
Hace unos meses había quien consideraba que la propuesta de Cameron de anular una de las cuatro libertades fundamentales funcionaría como cebo para colarnos una cuidada coreografía en la que intervienen los gobiernos, la Comisión y el Consejo -o sea, los gobiernos- . Un poco de alboroto sobre la cacicada con los trabajadores europeos podría servir como elemento dramático para finalmente salvar la libertad de circulación de los trabajadores. Una linea roja salvada justificaría el apoyo a la flexibilización de otras condiciones para Reino Unido y el resto de países. Pero no se percibe que sólo sea esto. Más bien parece la consolidación discreta del nuevo nacionalismo de los estados con el pretexto de que Reino Unido vote quedarse en la Unión Europea.
La cuestión es si se puede definir como europeísmo pragmático lo que parece que apunta en el horizonte. Este nuevo nacionalismo de los Estados, que están asustados por la debilidad económica, conduce irremediablemente a convertir la Unión en algo desunido. El tecnocratismo como huída de la discusión política real, el egoísmo nacional sin disimulo y la ausencia de verdad derivan en la construcción de un cuerpo político descompensado, con la parte macroeconómica hiperdesarrollada y un serio raquitismo en la integración política, en la igualdad de oportunidades o en el sentimiento de comunidad de valores y derechos.
Esto supone ir en sentido contrario a profundizar en lo que nos llevó a salir del Estado de guerra constante, lo que derribó -al menos parcialmente- las fronteras y lo que nos convirtió en la mejor Europa de todos los tiempos. La crisis económica en tiempos de globalización y la falta de realidad en los compromisos relativos a la crisis de los refugiados que huyen de la guerra nos pone ante un espejo en el que no nos queremos ver deformes, pero lo somos.
*Vicepresidenta del Grupo ALDE y miembro de la comisión de Asuntos Constitucionales del Parlamento Europeo.
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