Internacional

China, Rusia e Irán: las líneas de ruptura de la doctrina Trump

El presidente electo de EE UU muestra su voluntad de desmarcarse de la tradición diplomática de las últimas tres décadas

Trump en un mitin en Orlando, dentro de su gira de agradecimiento
Trump en un mitin en Orlando, dentro de su gira de agradecimientolarazon

El presidente electo de EE UU muestra su voluntad de desmarcarse de la tradición diplomática de las últimas tres décadas

Se van acercando los días y Trump, ya en la Casa Blanca, pondrá en marcha nuevas directrices en política interior e internacional. Se puede o no estar de acuerdo con Trump, pero sus propósitos son claros y se basan en los siguientes principios:

China es el primer peligro

Aunque semejante postura choca con los intereses de no pocas empresas transnacionales que obtienen elevados beneficios de la relación con China, la realidad es innegable. China superó ya en 2014 en PIB a Estados Unidos y se ha convertido en un rival extraordinario. A decir verdad, existe una opinión cada vez más extendida de que será la potencia dominante en la segunda mitad de este siglo y de que además lo conseguirá, tal y como señalan sus ideólogos, sin haber disparado un tiro. El objetivo de Trump es impedirlo manteniendo a Estados Unidos en el primer puesto. El enfrentamiento por la vigencia del principio de «una sola China» podría escalar después de que este viernes Pekín capturase un dron submarino de la Armada estadounidense en el mar amarillo. Trump ayer calificó el incidente de «inaceptable».

Rusia no es el enemigo

Precisamente, porque el mayor peligro es China cualquier política que arroje a Rusia en brazos de la potencia asiática es negativa para Estados Unidos. Así, Trump repite la estrategia de Kissinger y Nixon en los años setenta intentando separar a China de la URSS. Ahora, sin embargo, la primera potencia es China y a ella es a la que hay aislar. Por otra parte, Rusia puede ser un aliado esencial en la lucha contra el terrorismo islámico. El hecho de que un personaje primordial en Exxon Mobile, Rex Tillerson, condecorado por Putin, vaya a pilotar la política exterior resulta más que significativo. No se mantendrá artificialmente bajo el precio del petróleo para dañar la economía de Rusia. Por el contrario, el cerco, previsiblemente, concluirá y, de paso, los grandes petroleros norteamericanos que apoyaron la campaña de Trump volverán a recoger beneficios.

Israel es el primer aliado

Pero hay que salir de Oriente Próximo. Tanto Trump como el vicepresidente Pence se han manifestado partidarios de un Israel al que han definido, de manera no del todo exacta, como el mejor aliado de Estados Unidos. Trump incluso se ha jactado de su yerno judío Jared Kushner y de su próximo nieto judío. Prueba de ello fue la designación este viernes del embajador de EE UU en Israel, David Friedman. Un defensor del «vínculo inquebrantable» entre los dos países y de la política de asentamientos. Friedman también ha mostrado su voluntad de trasladar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén. Que Estados Unidos respaldará a Israel no tiene discusión alguna. Sin embargo, Trump, a su vez, es partidario de la salida de una serie de guerras inconclusas como las de Afganistán e Irak que han tenido entre otras consecuencias nefastas la aparición del Estado Islámico. A diferencia de George W. Bush y Hillary Clinton, Trump no ve sentido a las denominadas «primaveras árabes» que se han convertido en inviernos islámicos. Aniquilado el EI, Estados Unidos acabaría con los últimos restos de terrorismo islámico en alianza con Rusia, mantendría a Asad en el poder como una opción mejor que la de los integristas y abandonaría aventuras demasiado costosas en dinero y sangre.

Irán, el gran enigma

Trump, tan locuaz en otras cuestiones, ha evitado el tema. Para los que confían en su apoyo a ultranza a Israel es posible pensar en nuevas presiones sobre los ayatolás. Sin embargo, no es descabellado esperar que continúe con el acuerdo suscrito con Obama que evita, entre otras circunstancias indeseables, la hegemonía de Arabia Saudí en la zona. Desde luego, es más que improbable que pretenda usar el precio del crudo, como hizo su antecesor, para dañar a la República Islámica de Irán.

La UE no es esencial

Trump no desea seguir la política de intervención en Europa que ha caracterizado a los últimos presidentes. Tanto Bush como Obama olvidaron la promesa realizada por James Baker a Gorbachov y extendieron la OTAN hasta llegar a la frontera con Rusia. En esa línea de cerco de Rusia, incluso presionaron a la Unión Europea para que admitiera en su seno a nuevas naciones de Europa oriental e incluso a Turquía. El paso vino facilitado, por ejemplo, por una Fundación Clinton que recibía jugosas donaciones de Ucrania. El lado económico de esa visión geoestratégica iba vinculado al famoso tratado de libre comercio o TTIP impulsado con entusiasmo por el presidente Obama y Hillary Clinton. Con Trump, el TTIP se archivará porque, a pesar de los beneficios que implica para diversas transnacionales, es considerado lesivo para los intereses de Estados Unidos. A la tensión en Europa oriental seguirá una distensión con Rusia y los aliados de la OTAN tendrán que asumir que Washington no seguirá corriendo con todos sus gastos. Para España, implicará que el mercado americano no estará abierto y que, posiblemente, tendrá que gastar más en sus Fuerzas Armadas. Por añadidura, se enfrentará con un precio más elevado del petróleo.

EE UU es lo primero

En realidad, cuando se examinan los objetivos de la política exterior de Donald Trump poco puede dudarse de que pretenden colocar –quizá la excepción sea su posición sobre Israel– los intereses norteamericanos por encima de los de cualquier otra instancia pública o privada. Así, los tratados de libre comercio con México y Canadá sufrirán modificaciones, cuyas últimas ramificaciones desconocemos. El efecto, muy posiblemente, será depresivo sobre las economías situadas al sur del Río Grande al tener un acceso más difícil al mercado norteamericano.

Igualmente, Trump pretende abandonar el Tratado de Asociación transpacífica, el más importante en materia comercial desde la Ronda Uruguay del GATT en 1994. De hecho, engloba a doce naciones, 800 millones de personas y el 45% de la producción manufacturera mundial. Con él se perseguía además bloquear la proyección geopolítica y económica de China en Asia. Al distanciarse de él, Trump supuestamente protegería el mercado norteamericano, pero, a la vez, abrirá las puertas a la expansión de China en Asia. Algo semejante puede suceder en Hispanoamérica. China ha ido extendiendo su influencia en el subcontinente de manera que casi podría calificarse como espectacular. Si Estados Unidos se repliega, es más que seguro que la potencia asiática aumentará esa presencia. En otras palabras, las acciones de Trump tendrían unas consecuencias totalmente opuestas a las deseadas. Al final, previsiblemente, el mundo va a resultar mucho más complicado de lo que desearía el magnate.

Trump.