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Churchill, la filosofía política de un estadista, medio siglo después de su muerte

El líder siempre se mantuvo fiel a sus principios, lo que explica su viaje de ida y vuelta en el partido Conservador

Sir Winston Churchill deja el número 10 de Downing Street el 30 de marzo de 1954.
Sir Winston Churchill deja el número 10 de Downing Street el 30 de marzo de 1954.larazon

Hoy se cumplen 50 años de la muerte de Winston Churchill, uno de los grandes estadistas del siglo XX.

Winston Churchill es aún hoy reconocido como uno de los grandes estadistas del siglo XX. Sin embargo, el carácter de su pensamiento político sigue siendo objeto de un vivo debate en el que con frecuencia se le acusa de ser un oportunista político carente de un ideario coherente.

Por todo ello, es importante el examen detenido de la obra publicada de Churchill –en particular de sus discursos políticos–, la cual revela que ciertos valores fundamentales se mantienen persistentemente a lo largo de su trayectoria vital y política. Correctamente contextualizados dentro de la biografía de un hombre de acción y en un marco de intensísimo cambio político, económico, tecnológico y cultural, la presencia de estos valores básicos dota de coherencia política y explica la grandeza de Churchill como estadista. Sir Winston jamás renunció al compromiso absoluto con la defensa de una forma de gobierno limitada que garantizara la máxima cota de libertad compatible con cierto nivel de responsabilidad pública hacia el bienestar colectivo de los sectores sociales más vulnerables.

Aparentes vaivenes

Los aparentes vaivenes en la actitud política de sir Winston son, en realidad, producto de los cambios en la ideología dominante y las limitaciones sobre su capacidad de acción impuestas por la realidad –como en el caso de Polonia, «sacrificada» a la voracidad de Stalin ante la potencia del Ejército Rojo. La primera dificultad del historiador de las ideas que se aproxima al legado de Churchill deriva de que, aún siendo un escritor enormemente prolífico –cuya obra compilada ocupa 72 volúmenes–, sir Winston no dedicó ningún título a ordenar y clarificar su propia filosofía política.

Y es que lo que algunos autores califican de oportunismo debe entenderse en la biografía de un hombre eminentemente dedicado a la acción política, en lugar de a las disquisiciones teóricas, privilegio del politólogo o el sociólogo universitario.

En segundo lugar, la carrera pública de sir Winston transitó, a lo largo de casi 60 años, durante el proceso de transformación radical que condujo desde el apogeo del Imperio británico y la cultura victoriana de Rudyard Kipling hasta la Guerra Fría y, por ejemplo, la aparición de los Beatles.

En lo militar, Churchill inicia su carrera, sable en mano, como oficial de caballería (en Cuba, empotrado en el Ejército español en 1895) y la finalizó como testigo de la guerra total y el horror nuclear.

En lo socioeconómico, siempre defendió la libertad de mercado entendida desde el liberalismo clásico decimonónico, pero también entendió la necesidad de impulsar los primeros pasos del Estado del bienestar –notablemente pensiones de desempleo y algunos ejemplos de negociación colectiva–, al tiempo que resistió los excesos de la socialdemocracia; en lo político, se opuso al sufragio femenino, pero también asumió la incorporación de las masas asalariadas al parlamentarismo británico como máxima garantía para la preservación de las libertades propias de la democracia liberal.

Así, el doble transfuguismo de Churchill, que se pasó del Partido Conservador al Liberal en 1904 y de vuelta al Conservador en 1925, se explica por su profundo desacuerdo con el proteccionismo comercial de los primeros y la timidez frente al socialismo laborista de los segundos.

En la misma línea, la vigorosa hostilidad de Churchill frente al régimen nazi en los años previos a la II Guerra Mundial y su resistencia al desmantelamiento del imperio deben entenderse como productos de la fe, adquirida durante su etapa formativa en la Inglaterra aún victoriana, en la bondad fundamental del parlamentarismo inglés, incluida la faceta imperial del mismo, como garante de la libertad y su voluntad de defender ésta última, como valor supremo, mediante la fuerza si fuese necesario.

Éstas eran nociones comunes entre la élite británica a lo largo del siglo XIX, pero que fueron abandonadas por buena parte de la misma tras el trauma de la Gran Guerra. Churchill, sin embargo, jamás se sintió tentado por el pacifismo más o menos derrotista cada vez más extendido –aún hoy dominante– entre la intelectualidad británica y europea.

Imperio Británico

Churchill entendía el Imperio británico como una herramienta al servicio de la expansión de los citados valores entre sociedades que él consideraba aún incapaces de garantizarlos por sí mismas. Consecuentemente, Churchill sintió la retirada de la India como un acto «cobarde» e «irresponsable» y culpó al Gobierno laborista del millón de muertos que siguieron a la retirada británica de la India. De la misma forma debe entenderse la llamada de alerta, ya en 1945, frente al Telón de Acero que Stalin hacía descender «desde el Báltico hasta el Adriático» y que para Churchill, ferozmente opuesto al comunismo desde mucho antes de la Revolución de Octubre, suponía un peligro equivalente al de los nacionalsocialistas. Así se explica también la, en apariencia contradictoria, posición de Churchill respecto al proceso de unificación europea.

Sir Winston defendió la consolidación de una Europa unida e incluso la creación de un Ejército europeo –y por eso se le considera uno de los padres de la Unión Europea– pero también trató de preservar la posición especial de Reino Unido «junto a Europa pero no dentro de Europa». Churchill veía Gran Bretaña y el Imperio como puentes entre el viejo mundo y Estados Unidos, garantes del parlamentarismo liberal y de la libertad.