Conflicto en Sudán
Los desterrados a la guerra: "Si los sudaneses mueren, yo moriré con ellos"
Los sudaneses sin recursos se ven obligados a salir de Arabia Saudí mientras que el país árabe que acoge con brazos abiertos a los desplazados pudientes
El puerto de Yeda (Arabia Saudí) despide a los desterrados y se prepara para recibir a quienes tienen dinero suficiente para convertirse en refugiados. En el silencio de la madrugada, centenares de sudaneses somnolientos se disponen a embarcar en el Amanah, el ferry que les llevará a Puerto Sudán. Son almas empujadas sin remedio contra los remos de Caronte, mientras los familiares de los afortunados que llegan parlotean excitados mientras esperan a que bajen del barco. Aquí se reúnen las paradojas del mundo. Ancianos, mujeres y niños con los bolsillos dados la vuelta se preparan para la travesía que les llevará a un país en guerra; mujeres cargadas con sus bártulos pisan tierra segura y respiran aliviadas, y la diferencia de clases se refuerza con el eco de las ametralladoras.
Arabia Saudí les ha engañado. En los últimos días indicaron que aquellos sudaneses que se encontraban de viaje en el reino cuando estalló el conflicto podrían extender su visa hasta 90 días más, ofreciendo a los afectados alojarse en las casas de otros sudaneses con residencia en Arabia Saudí, o en el hotel Al Badr de Yeda con todos los gastos pagados. Parecía un plan sin fisuras, los saudíes interrogados contestaban con orgullo al hablar de la solidaridad de su país con otros hermanos musulmanes. Pero este periodista consiguió acceder al hotel Al Badr y apenas encontró a una veintena de sudaneses preparándose para volver a casa y viviendo en unas condiciones miserables. Resulta que el hotel Al Badr cerró hace varios meses al público y los refugiados han vivido durante semanas en un edificio casi en ruinas, rodeados de gatos, insectos y basura, apenas sin electricidad.
Sesenta días antes de que termine el plazo anunciado por los saudíes, la opción del hotel se ha dado por concluida y quienes se alojaban en él no han tenido otra alternativa que volver a Sudán. No tienen dinero para pagarse ellos mismos un hotel y sólo les queda volver al fuego. Esta es la realidad de quién no tiene el dinero suficiente para ser un refugiado. Porque ser un refugiado en Arabia Saudí es un lujo y 3.800 personas han subido cada semana al Amanah para volver a Sudán desde que empezó la guerra. Muchas más de las que han huido al reino, si tenemos en cuenta que los primeros viajes del ferry desde Sudán traían a nacionales de otros países.
Heroicidad y cobardía
Ahmed es un sudanés que vive en La Meca y cuya hermana estaba de visita en su casa cuando comenzó la guerra. Podría acogerla unos días más pero teme que luego no haya barcos y que le caduque el visado. No quiere meterse en problemas y acompaña a su hermana al puerto de Yeda para decirle adiós, quizás para siempre. «Pero confío en ella. Sabrá sobrevivir». Hay algo de brutal en el desinterés de Ahmed, algo de egoísta y temeroso por su destino.
Mohammed Al Nurman también espera a subir al barco. Él es de los pocos que regresa a su país con una sonrisa asomándole entre los labios: no tiene miedo. Considera su deber regresar a Sudán y vivir la guerra con el resto de sus compatriotas, aunque no tenga pensado tomar las armas en ningún momento, y con el pecho hinchado en una especie de formidable fervor humano determina que «si los sudaneses mueren, yo moriré con ellos, y si viven, viviré con ellos. No existe otra alternativa». El padre de Mohammed le acompaña en silencio, torcido por la edad, pensativo mientras mira las luces del barco que le devolverán a casa por última vez. En un momento abre la boca, vuelve a cerrarla y finalmente ofrece su opinión: «Nosotros no somos como los sirios o los yemeníes, nosotros no huimos de nuestro país». Y su hijo remata la frase con una bocanada de heroísmo al decir que «no nos convertiremos en víctimas de los generales». No permitirá que le roben su país.
Ser refugiado es un privilegio en Arabia Saudí. Tal y como especifica la quinta ley de Murphy, las cosas tienden a ir de mal en peor, y, en este caso, si ser un refugiado es malo, no serlo es todavía peor. A no ser que seas Mohammed o su padre. En cuyo caso serás un patriota.
Un precio al alcance de pocos
Entre quienes esperan a su familia se encuentra Zakaria, un joven de 28 años que trabaja en una cafetería de Yeda y que aguarda con impaciencia a que su madre y sus tres hermanas bajen del barco. Su padre no ha querido abandonar Sudán porque «allí está mal visto que los hombres abandonen el país cuando hay una guerra». Zakaria está orgulloso de su padre. No teme por él. La luz de Alá le acompaña. De momento se preocupa por encontrar la manera de mantener a su madre y a sus hermanas en los meses que llegan. Sacarlas de Jartum le costó 3.000 riales, los boletos del barco fueron 7.000 riales. En total, traer a su madre y a sus hermanas le ha obligado a desembolsar casi 2.500 euros. Una verdadera fortuna, si se tiene en cuenta que la renta per cápita en Sudán es de 685 euros y que un sudanés promedio debería gastarse el salario de tres años y medio para sacar a su familia del país. Un lujo.
Y Zakaria odia a los generales. Asegura con pasmo que nunca ha visto un arma en Jartum y que los vídeos que le mandan ahora sus amigos desde la capital sudanesa parecen sacados de otro mundo que no es el suyo. Cuando se le pregunta si volvería a Sudán con su padre, contesta sin dudarlo que «si Sudán entero comienza a arder, yo iré también para arder con los míos si es la voluntad de Alá».
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