Terremoto
Dos seísmos en dos días: el eco del Big One agita California
Lo avisaron los científicos. El terremoto de California del pasado 4 de julio, 6,4 en la escala de Richter, parecía más un anunció de lo peor por llegar que el seísmo definitivo. Que llegó durante el atardecer del viernes, a las 20:20. 7,1 puntos en la escala. 5 veces más grande y entre 8 y 11 veces más potente. Sobre todo largo. Mucho. Lo suficiente como para aterrorizar a millones de personas y que en el plató de una pequeña emisora de televisión en Los Ángeles, asociada a la CNN, los presentadores buscaran refugio en directo bajo la mesa.
El zambombazo geológico del desierto de Mojave no fue, ni de lejos, el Big One, el gran terremoto, de magnitud catastrófica, que vienen pronosticando los expertos desde hace décadas. Pero sí uno de los más fuertes de los últimos veinte años. No está relacionado con la falla de San Andrés, que cruza el Estado de Norte a Sur como una cicatriz convulsa y que ha provocado los grandes seísmos de la historia moderna en California. Aunque nadie puede descartar que el fenómeno haya alterado el equilibrio siempre inestable en San Andrés. Los efectos, como siempre que se trata de terremotos, resultan difícilmente predecibles. Más allá de la evidencia de que a los grandes terremotos siempre les sucede una sucesión de réplicas.
El balance del terremoto de este viernes, incendios de diversa cuantía, provocados por fugas de gas, algunos heridos y daños en numerosos edificios en localidades como Ridgecrest, 28.000 habitantes, y Barksfield, capital oficiosa del country alternativo en los sesenta gracias a Buck Owens y Merle Haggard. California puede enorgullecerse de la resistencia demostrada por sus infraestructuras. Pero los sismólogos advierten de las casi seguras réplicas, que se sucederán en las próximas horas y días. De momento, a la hora de escribir estas líneas, ya se habían registrado dos, en puntos cercanos al epicentro de los dos anteriores, de 5,4 y 5 en la escala de Richter.
El United States Geological Survey publicaba un comunicado en el que advierte de «una alerta roja por pérdidas económicas, lo que significa que es probable que se produzcan grandes daños y que el desastre sea generalizado. Las pérdidas económicas estimadas son de al menos mil millones de dólares, menos del 1% del PIB de los Estados Unidos. Los eventos pasados con este nivel de alerta han requerido una respuesta a nivel nacional o internacional».
Eso sí, «hay una alerta verde para muertes relacionadas con temblores con una baja probabilidad de víctimas». De momento el terremoto deja a miles de personas asustadas de volver a casa e imágenes tan potentes y desasosegantes como las de piscinas con el agua centrifugada, grandes almacenes en los que vuelan los objetos de los estantes, carreteras con fisuras en el asfalto y hasta pabellones de baloncesto, por ejemplo en Las Vegas, desalojados en cuestión de minutos cuando el seísmo hizo oscilar de forma inquietante el gran vídeo marcador situado sobre los espectadores.
En California viven acostumbrados a este tipo de sucesos. Pero los de esta semana, y en especial el terremoto del viernes al atardecer, han sido bastante más violentos y robustos de lo habitual. Vuelve el eco del Big One. Hasta que el fantasma claudique ante el laborioso empuje de lo cotidiano. O hasta que finalmente llegue, y arrase con todo.
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