Cástor Díaz Barrado
El acertijo de la desconexión
Muchos son los calificativos que se le vienen atribuyendo a un Brexit que todavía no se ha producido. Algunos dan por hecho que tendrá lugar la salida abrupta de la Unión Europea por parte del Reino Unido y que, por lo tanto, asistiremos quizá atónitos a un “Brexit duro”. Otros, sin embargo, apuestan porque, al cabo, todo se reconducirá y se llegará a algún tipo de acuerdo que suavice las circunstancias en las que el Reino Unido abandone el esquema de integración y que, en consecuencia, se proceda a un “Brexit blando” que permita el discurrir de las relaciones entre ambas partes. E, incluso, hay quienes piensan que lo que está sucediendo en el proceso que conduce a la ruptura es una situación que se ha vuelto verdaderamente crónica. No es fácil pronosticar, en verdad, que sucederá ese cercano 31 de octubre de este año cuando teóricamente debe resolverse lo que se ha convertido en un acertijo de las relaciones entre la Unión Europea y el Reino Unido. Tampoco cabe descartar, ni mucho menos, que todavía se decida algún tipo de prórroga para seguir buscando una solución satisfactoria para todos. No debe extrañar, sin embargo, que una decisión tan trascendental como el abandono de un esquema de integración esté sometido a tantas incertidumbres y que, al mismo tiempo, se mantengan dudas de cuál es el mejor modo de que se produzca la ruptura. Ahora bien, hasta ahora se advierten dos posiciones bastantes nítidas en esta cuestión: Por un lado, los políticos y la sociedad británica nunca han tenido claro cómo debía producirse el abandono de la Unión Europea e, incluso, han albergado muchas dudas de si debería producirse. Las últimas peripecias del Parlamento británico es una prueba más de que la sociedad británica desconoce el desenlace. Por otro lado, la Unión Europea siempre ha mantenido, en el marco de las variaciones que incorpora toda negociación, una posición más coherente respeto al modo en que debe producirse la desconexión. Sería sumamente relevante que, en ningún caso, la Unión abandonase esta línea de actuación pues, a pesar de los inevitables perjuicios que acarrea el abandono de un Estado Miembro, como Gran Bretaña, resulta especialmente idóneo que la Unión Europea ofrezca una imagen de seguridad en sus decisiones frente al desconcierto que habita en el gobierno y en la oposición británicos. Lo que sí parece cierto es que se precisa de un desenlace que resulte lo menos traumático posible pero nada garantiza que así suceda.
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