Opinión

Una batalla entre las identidades rusa y ucraniana

Moscú manipula deliberadamente la diversa y compleja noción de los ruso-parlantes para negar sus propias identidades específicas en los países vecinos

Erizos checos en el centro de la ciudad de Járkiv (Ucrania)
Erizos checos en el centro de la ciudad de Járkiv (Ucrania)SERGEI CHUZAVKOV / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTOSERGEI CHUZAVKOV / ZUMA PRESS /

La lingüística es como la geografía. También se utiliza para hacer la guerra. Se utiliza para hacer la guerra a las personas que consideran que la identidad individual solo existe a través del lenguaje. Para Putin, los ciudadanos ucranianos ruso-parlantes son rusos antes de ser ucranianos. La lingüística se pervierte aquí con la idea de que el individuo existe solo por su etnia. No se trata de racismo en el sentido biológico, sino de una ideología etnicista.

Así pues, se desarrolla una batalla cultural y de identidad entre Kiev y Moscú cuyos orígenes se remontan a la independencia de Ucrania en 1991. De hecho, para afirmar su identidad frente a su poderoso vecino ruso, Ucrania aprobó leyes para promover el uso del ucraniano, que es la única lengua oficial del país desde 1989.

Si seguimos la lógica de Rusia, otras regiones ruso-parlantes de Europa deberían integrarse en su territorio. Moldavia está en primera línea y parte de su territorio ya está ocupado por los separatistas de Transnistria. También hay una gran minoría ruso-parlante en Letonia, que por el momento está tranquila, pero sería fácil encontrar algunas personas dispuestas a pedir ayuda a Putin.

Hasta el final del imperio zarista ruso en 1917, los territorios, donde se hablaban ruso, el ucraniano y el bielorruso, estaban bajo control ruso y polaco. La Rusia zarista impuso el ruso como lengua de la administración, el ejército y la educación. En cuanto al Estado soviético, este declaró el ruso obligatorio en 1938 en todas las escuelas soviéticas. El ruso debía convertirse en la lengua dominante de los pueblos del bloque soviético.

Con el fin de la Unión Soviética, todas las antiguas repúblicas soviéticas, incluida Rusia, se embarcaron en el redescubrimiento de sus respectivas identidades históricas, culturales y lingüísticas. Así pues, los rusos étnicos tuvieron que tomar decisiones inéditas.

Pudieron adoptar el nuevo discurso cultural de sus nuevas patrias, donde el ruso perdió su estatus de lengua oficial, o podían trasladarse a la nueva Rusia, donde creían que no tendrían que sufrir lo que consideraban una pérdida de estatus.

Entonces, el término ruso-parlante llegó a describir dos grupos diferentes a partir de una base étnica. El primer grupo, los rusos étnicos, y por extensión los eslavos étnicos, pero también incluye a los judíos, alemanes, griegos y a los que son minoría en su nuevo país de residencia. El segundo grupo incluye a las personas de la etnia dominante, como los azerbaiyanos o los kirguises, que hablan el ruso como lengua materna, y que suelen rechazar las referencias al renacimiento religioso experimentado por los demás, y forman así un grupo distinto de la mayoría. Para la Rusia actual, las comunidades ruso-parlantes son las que viven en los Estados de Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Azerbaiyán, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán (Armenia, Georgia y Turkmenistán tienen ahora pequeñas comunidades que se identifican como ruso parlantes), que suman entre 12 y 16 millones de personas.

Este gran grupo de ruso-parlantes es estratégico para Putin, por varias razones. En primer lugar, Rusia es un país en gran medida vacío, con una población en constante disminución debido a las malas condiciones de vida de la mayoría, la baja esperanza de vida y la fuga masiva de cerebros.

En segundo lugar, Rusia depende de los ruso-parlantes que generalmente consumen medios de comunicación producidos en Rusia para representar sus intereses en varios países y crear grupos de presión locales que promuevan los intereses empresariales y políticos rusos. En tercer lugar, Moscú instrumentaliza a estas comunidades cuando quiere oponerse a los gobiernos locales o extranjeros jugando la carta de las minorías supuestamente privadas de derechos. Esto se hace a menudo para enemistarse con la Unión Europea a través de las comunidades de habla rusa de los Estados bálticos. Se utiliza como excusa para seguir apoyando a Transnistria y finalmente se utilizó en la justificación de Moscú para ocupar la península de Crimea, partes de las regiones de Lugansk y Donetsk, y más recientemente, toda Ucrania.

En la actualidad, Moscú manipula deliberadamente la diversa y compleja noción de los ruso-parlantes para negar sus propias identidades específicas: muchas personas, incluso en Ucrania, que hablan ruso como lengua materna o son bilingües, no se identifican como rusos étnicos y, desde luego, no con Rusia. Sin embargo, Moscú dice defenderlos. La realidad es que cuando bombardea una ciudad como Járkov, en el norte de Ucrania, el Ejército ruso bombardea tanto a los rusos étnicos como a los ruso-parlantes. Cruente demostración que la cuestión lingüística es un pretexto. A Putin no le importa el destino de los ruso-parlantes en Ucrania. Para él, se trata de hacerse con todo el territorio ucraniano y, sobre todo, de evitar el contagio de un sistema democrático en Rusia que podría poner en peligro su supervivencia política.

*Frédéric Mertens de Wilmars es profesor y coordinador del Grado en Relaciones Internacionales Universidad Europea de Valencia