Terremoto
La furia de Kamchatka: un seísmo de magnitud 8,8 desata un tsunami y la erupción del volcán más alto de Eurasia
El megaterremoto ha puesto en alerta a países de todo el Pacífico
En la remota y salvaje península de Kamchatka, la tierra rugió este miércoles con una fuerza que no se sentía desde 1952. Originado a 20,7 kilómetros bajo la superficie, y a unos 126 kilómetros de Petropávlovsk-Kamchatski, la capital regional, un megaterremoto de magnitud 8,8 aterrorizó a los escasos habitantes. Las redes globales de monitoreo geológico captaron el evento en minutos, confirmando su intensidad. Este fenómeno, uno de los más potentes registrados en el área, lo coloca a en la élite de los epicentros históricos, comparable a los cataclismos de Esmeraldas, Ecuador (1906), y Biobío, Chile (2010).
El Kremlin anunció que, por ahora, no se reportan víctimas, un alivio en medio de la agitación. El gobernador de Kamchatka, con la mirada puesta en las próximas evaluaciones, prometió un informe detallado de los daños dentro de una semana.
Aunque la indómita zona afectada es poco poblada, su relevancia geológica es inmensa. Kamchatka, un mosaico de volcanes activos y placas tectónicas en constante fricción, es un laboratorio natural para los sismólogos. Este evento, surgido en la convergencia de la placa del Pacífico y la placa de Ojotsk, desencadenó una reacción en cadena que puso en alerta a medio mundo.
El colosal temblor desató un tsunami que irrumpió en Severo-Kurilsk, en las islas Kuriles, con olas de 3 a 4 metros que zarandearon el puerto. Embarcaciones danzaron a merced de las aguas, mientras instalaciones industriales, pilar económico de la región, quedaron maltrechas, aunque, por fortuna, sin víctimas que lamentar.
El Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico lanzó un aviso urgente que abarcó un vasto lienzo geográfico: desde las costas de Japón hasta Alaska, la Columbia Británica, el oeste de Estados Unidos, Sudamérica, Nueva Zelanda y Filipinas. Los sistemas de monitoreo afinados por naciones expertas como Japón, EE UU y Chile, descifraron el rumbo y la furia de las olas, regalando tiempo para salvar vidas.
La respuesta inmediata de Japón
En el país del Sol Naciente, la respuesta fue inmediata, reflejo de un pueblo curtido por los caprichos de la tierra. Pero algo extraño sobrecogió a muchos: como un presagio, horas antes de la alerta oficial cuatro ballenas encallaron en la playa de Heisaura, en Tateyama, prefectura de Chiba. Los científicos especulan que estos gigantes marinos, con sentidos afinados, captaron ecos acústicos o pulsos electromagnéticos del caos que se avecinaba.
En Hokkaido, la isla más cercana a Kamchatka, las autoridades elevaron la alarma al nivel 5 -el tope en su escala-, poniendo en aprietos a 10.463 residentes de Urakawa, una localidad costera donde el peligro era inminente. Más de 1,9 millones de personas en 21 prefecturas del Pacífico recibieron alertas de nivel 4, urgiéndolos a huir de litorales y ríos.
Los evacuados encontraron refugio en estaciones de tren, hospitales, escuelas, centros cívicos y parques en tierras altas. Un punto realmente crítico fue la central nuclear de Fukushima Daiichi, en el noreste del país. Aunque no se detectaron anomalías, la Compañía Eléctrica de Tokio (TEPCO) ordenó la reubicación preventiva de todo el personal. La planta, que sufrió una fusión del núcleo en 2011 tras un tsunami devastador, está en proceso de desmantelamiento, y cualquier riesgo potencial moviliza respuestas rápidas.
Más al sur, en Taiwán, el Comando Central de Operaciones de Emergencia (CEOC) señaló zonas en riesgo, desde Chiayi hasta Hualien, pasando por Tainan, Kaohsiung, Pingtung, Taitung y el noreste de Nuevo Taipéi. Con 23 helicópteros y 14 embarcaciones en alerta, las patrullas marítimas blindaron puertos pesqueros e infraestructuras costeras, mientras las autoridades imploraban a la población mantenerse lejos de las playas.
"Un tsunami no es una sola ola"
En Hawái, el paraíso tropical se convirtió en un hervidero de acción. En Honolulu y otras islas, la orden fue clara: buscar refugio en terrenos elevados. En el atolón Midway, un oasis libre de vientos, se estimaron olas de hasta 1,8 metros, aunque las primeras, en la isla de Hilo, alcanzaron "solo" 0,9 metros. Sin embargo, las autoridades no bajaron la guardia: "Un tsunami no es una sola ola", advirtieron, alertando sobre las traicioneras corrientes que acechan tras el primer impacto. Puertos cerrados, vuelos suspendidos y buques mercantes alejados de la costa completaron un despliegue defensivo coreografiado.
En Colombia, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd) activó una alerta naranja para Cauca, Valle del Cauca, Nariño y Chocó, en la costa pacífica, ordenando evacuaciones a las 3:00 a.m. (10:00 a.m. en España peninsular). Pero este retraso, frente a la rapidez de Chile y Perú, desató una tormenta de críticas. Expertos alzaron la voz, preguntándose cómo un país en la cuenca del Pacífico pudo reaccionar tan tarde ante un evento de esta magnitud.
Y como si la tierra quisiera redoblar su espectáculo, despertó el Kliuchevskói, el titán volcánico más alto de Eurasia, en Siberia. Según el Servicio Geofísico Unificado de la Academia de Ciencias de Rusia, un río de lava incandescente se derrama por su ladera occidental, iluminando el cielo con explosiones. Este coloso de 4.800 metros, con un cráter de 700 metros de diámetro y unas 80 fumarolas humeantes, se alza a sólo 30 kilómetros de Kliuchi, un pueblo de 4.500 habitantes en Ust-Kamchatski.
El enigma de los tsunamis
Estos pulsos de energía, generados por fenómenos como sismos, deslizamientos submarinos o terrestres, erupciones volcánicas o, en casos extremos, impactos de asteroides, transforman el agua en un agente de inmenso poder. A diferencia de las olas comunes, los tsunamis son ondas extensas de baja pendiente que recorren miles de kilómetros, deformándose al interactuar con la topografía submarina o al aproximarse a las plataformas continentales.
La predicción de su alcance -la altura de las olas, la extensión de la inundación y las fuerzas que ejercen sobre estructuras costeras- constituye un desafío central para la mitigación de riesgos. Descifrar el impacto final de estos eventos sigue siendo una de las metas más esquivas de la geofísica. Las incógnitas persisten en tres frentes: la definición precisa de las condiciones iniciales del fenómeno, el modelado de su evolución a través del océano y la estimación de su recurrencia. Cada uno de estos elementos introduce márgenes de incertidumbre que complican la preparación y la respuesta.
En términos de devastación, los tsunamis superan a menudo a otros desastres naturales como sismos, huracanes o tornados. Aunque ocurren con menor frecuencia -con una incidencia global promedio de uno por año-, su impacto puede ser catastrófico. En regiones como Japón, donde los registros históricos son más detallados, estos eventos han dejado huellas tremendas. Sin embargo, en la mayoría de las costas del mundo, la documentación es fragmentaria, y numerosos eventos menores, de alcance localizado, han pasado desapercibidos o no han sido registrados.