Política

Estados Unidos

¿Hacia la implosión económica?

Bruce Thornton

La Razón
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Las actuales negociaciones para evitar las subidas tributarias y los recortes del gasto público que llamamos «abismo fiscal» son simplemente el último acto de un sainete de negación política interesada. Durante décadas, ambos partidos han recibido y alimentado el crecimiento del Estado del bienestar al tiempo que ignoraban por completo la lenta implosión económica cuyo final predecible podemos ver hoy en una Grecia arruinada que sobrevive en la actualidad a base de ayudas de la Unión Europea.

Pero los votantes y los políticos están tan familiarizados con la expectativa de las ayudas sin fin y la generosidad pública que la reducción más modesta del gasto público, como la propuesta a principios de este año del congresista Paul Ryan, es atacada como «recortes draconianos» que «destruyen» la red de protección social y dejarán a millones en una pobreza dickensiana. Y no se lleve a error. El «abismo» puede que no se alcance en enero, incluso si no hay acuerdo. Pero es cuestión de tiempo. La generación de los 60 (un total de 75 millones de personas), se jubila a un ritmo de 200.000 al mes, y cabe esperar que vivan una media de 84 años una vez alcanzada la edad de jubilación de los 65. Los grandes impulsores del gasto social, la seguridad social y las pensiones de la tercera edad, no se diseñaron para transferir dinero a los jubilados durante tanto tiempo, ni para pagar rodillas artificiales y prótesis de cadera a una generación que quiere permanecer activa con ochenta y tantos. Sin reforma, el gasto de la seguridad social y la tercera edad se comerá por sí solo el 14% del PIB en 40 años. No es un vacío, es un abismo económico. Poner orden en el gasto social es pues el principal problema en el que todo hijo de vecino tiene que poner el acento. Y un buen lugar para empezar es la obra de Nicholas Eberstadt «Un país de afiliados». El compendio triste que hace Eberstadt de la ampliación incesante de lo que llama «el enorme y colosal imperio de las ayudas que el Estado protege, gestiona y financia» y su análisis de los efectos nocivos que tiene sobre el carácter norteamericano debería ser leído por todo el que sea serio con la amenaza fiscal a nuestro estilo de vida.

Redistribuir la riqueza a través de programas como las ayudas, la seguridad social, las subvenciones a los pobres o la prestación por desempleo se ha convertido en la principal función del Gobierno federal. Este cambio habría resultado sorprendente a los artífices de la Constitución, que plasmaron en el texto la seguridad nacional y la defensa como principal papel del Estado. Y este cambio histórico ha conducido a que haya un número creciente de personas que viven del Estado. A principios de los 80, el 30% de los estadounidenses percibía alguna clase de ayuda del Estado. Para el año 2011 eran casi el 49%. La factura de este incremento también crece. En 1980, el gasto público en ayudas del Estado de todo tipo era de 24.000 millones de dólares ajustados a la inflación. En 2011, la factura fue casi de 2,2 billones. Como profetiza pesimistamente Eberstadt, vamos camino de «un día en el que el gasto público supere al gasto de todas las demás actividades de todas las instancias y ramas del Estado». El coste de tal generosidad, sin embargo, es más que económico. Esas transferencias de riqueza han surtido efectos nocivos sobre el carácter norteamericano tradicional. Los observadores del carácter nacional destacaban de forma tradicional lo que Eberstadt llama «la feroz independencia convencida» y «la independencia orgullosa». Esta independencia se extendía también al terreno económico. Los estadounidenses «se consideraban responsables de su situación a través de sus logros en un clima rebosante de oportunidades», escribe Eberstadt, y tenían «debilidad por la libre empresa y la actividad industrial» y «horror ante la dependencia y desprecio por cualquier cosa que oliera a mentalidad de pedigüeño». Aceptar ayudas o subvenciones se consideraba «una afrenta a la independencia y la dignidad». Eran los puntos fuertes del carácter y las virtudes que alumbraron al país más rico, libre y poderoso de la historia del mundo. Pero el permanente crecimiento de las ayudas del Estado está erosionando estas virtudes.