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Josée Kurtz, la mujer que custodia la seguridad de los canadienses

Josée Kurtz. Foto: Jesús G. Feria
Josée Kurtz. Foto: Jesús G. Ferialarazon

La presencia de mujeres tanto en el Ejército como en la prevención y resolución de conflictos constituye aún un reto mundial al que hacer frente

¿De quién hablamos?

En 2009, Josée Kurtz rompió el techo de cristal en Canadá al convertirse en la primera mujer de la Armada en estar al mando de un buque de guerra. El año pasado ascendió a comodora y fue nombrada directora general de la Seguridad de la Defensa. La comodora no solo vela por la protección de los canadienses, sino que también tiene como misión que se unan más féminas a las filas del Ejército.

La presencia de mujeres tanto en el Ejército como en la prevención y resolución de conflictos constituye aún un reto mundial al que hacer frente. La comodora canadiense Josée Kurz –el equivalente a contralmirante en la Armada española– ostenta el cargo de directora general de la Seguridad de la Defensa y, entre sus muchos deberes y responsabilidades, está el de custodiar y asegurarse de que aumenta el número de féminas en las Fuerzas Armadas, pero además que «aquéllas que reclutemos tengan el incentivo suficiente para quedarse». En su caso, lo tuvo claro desde su infancia: siempre quiso vestir uniforme, anhelaba vivir aventuras (era de un pueblo pequeño a las afueras de Montreal), la disciplina le motivaba y el cliché del «deseo de servir a su país» también se hallaba entre los alicientes.

Kurtz, que logró ser la primera canadiense al frente de un buque de guerra y a la que le gustaría supervisar una flota entera, participa hoy en un acto sobre Mujeres, Seguridad y Defensa en Casa de América organizado por la Embajada de Canadá. En un encuentro con la Prensa escrita española, reconoce que los inicios no fueron fáciles. No por su familia, que siempre la ha apoyado, sino porque cuando se enroló en el Ejército hace 30 años, Kurtz era una «novedad», «una curiosidad». «Fui una de las primeras militares en incorporarme a la Armada canadiense y a la que permitieron servir en una operación a bordo de un buque de guerra. Éramos tres como máximo en una tripulación de 225». Recuerda cómo las fragatas y el entorno no estaban estructurados para ambos sexos, y las segregaron, por lo que no era fácil «hacer equipo». A veces las alojaban en la enfermería, sin apenas privacidad y con interrupciones constantes del sueño. «Era todo un reto, pero me di cuenta de que estábamos uniéndonos a un entorno que nunca había tenido mujeres. Durante cientos de años». Sin embargo, nunca exigió privilegios ni rivalizar con el resto de compañeros, «queríamos ser uno más». «Íbamos a trabajar y lo podíamos hacer igual de bien. Y poco a poco logramos su confianza y en mi caso no llevó tanto tiempo que ellos se acostumbraran». Aunque nunca hubo ningún problema de seguridad, algunos (muy pocos) fueron más reacios a recibir órdenes de una mujer, pues era diferente para ellos: «Estábamos rompiendo un molde». De hecho, hasta los uniformes no eran los más idóneos para que ellas fueran «uno más». En el de la Armada, los zapatos femeninos llevaban tacones, un calzado poco cómodo a bordo de una fragata. «También conseguimos que nos pusieran bolsillos, pues pensaban que no los necesitábamos al llevar bolso... Mi generación tuvo que hacer frente a esas batallas y cambios, pero ahora es mejor». Kurtz confiesa que se han puesto como meta «alcanzar un 25% de féminas en el Ejército en 2026, es decir crecer un 1% cada año, pues ahora estamos en un 15%». La comodora explica que es importante aumentar las cifras porque mejora el conjunto del Ejército, pero también insiste en que los perfiles se elijan y adapten bien a los puestos. En plena celebración del centenario del Armisticio de la I Guerra Mundial, al preguntarle que si hubiera habido más mujeres en los altos rangos militares se habrían evitado más guerras, Kurtz responde que: «Creo que podemos resolver problemas mejor si tenemos un mayor número de mujeres en las Fuerzas Armadas. Cómo se traduce eso en que los países decidan ir a una guerra o no requeriría un análisis más profundo, pero sin duda reconocemos el valor de que en Canadá nos aseguramos de que en nuestros planes operacionales se incluyan consideraciones de género para cerciorarnos de que reconocemos las realidades del área en el que llevamos a cabo las misiones, para que no impactemos de manera negativa a las mujeres u otros grupos. Es importante que institucionalicemos cómo gestionamos el Ejército y así reflejar el hecho de que necesitamos féminas en altos rangos. Somos mejores en resolver problemas y en evitar potenciales guerras a largo plazo. O ser más rápidos en cerrar conflictos bélicos». En la actualidad, el principal escollo es cómo una mujer hace malabares para combinar su carrera profesional con la familiar, porque el Ejército es «singularmente exigente». Y es que los números descienden conforme se aumenta de rango. Eso sí, Kurtz es optimista pues «Canadá tiene trece mujeres en puestos superiores: una general de tres estrellas, otra de dos estrellas y once generales de brigada.

Nunca habíamos visto eso. Y sirve de ejemplo a las jóvenes de que hay un modo de progresar».