Represión en Venezuela

La miseria de Yeniré Morales

Apenas supera los 30 años y tiene cuatro hijos a su cargo. Yeniré Morales no sabe qué es un «default parcial», pero sufre los efectos de una subida de precios vinculada al impago del Gobierno bolivariano

Yeniré Morales hace cola con una de sus hijas en brazos para comprar arroz en uno de los establecimientos de Caracas
Yeniré Morales hace cola con una de sus hijas en brazos para comprar arroz en uno de los establecimientos de Caracaslarazon

Apenas supera los 30 años y tiene cuatro hijos a su cargo. Yeniré Morales no sabe qué es un «default parcial», pero sufre los efectos de una subida de precios vinculada al impago del Gobierno bolivariano.

Desde que Venezuela pidió el refinanciamiento de sus compromisos en el exterior, el precio del dólar paralelo ha aumentado un 40% y con él ha aumentado todo. También la escasez. Venezuela está ahogada por la crisis económica.

En un recorrido por las calles de Caracas, LA RAZÓN documenta la abundancia de neveras vacías, las colas kilométricas para comprar huevos que cuestan el 40% del sueldo básico o la saturación de los bancos con los clientes reclamando dinero en efectivo. Yeniré Morales apenas acaba de cumplir 30 años y tiene cuatro hijos a su cargo. Confiesa que para racionalizar los alimentos hay meses que sólo hace la compra una vez. Esta familia numerosa venezolana solo cuenta con el salario mínimo que gana su marido para alimentar a los seis miembros. El dinero no le llega. Los precios de los productos aumentan cada semana, por no decir a diario. La joven y su esposo se han acostado a dormir sin comer e incluso han llegado a hacer una sola comida al día. Pesa unos 45 kilos y con uno de sus niños cargado en brazos hace cola en un establecimiento para comprar un paquete de arroz. Es poco lo que puede hacer, considerando que con los 177.507 bolívares del salario mínimo (2,7 dólares) puede comprar diez paquetes de arroz, a 17.000 bolívares cada uno, (0,25 dólares) sin nada más. Sin proteínas, sin vegetales, sin productos de aseo personal o el pago de transporte y servicios básicos. «Venezuela cada día está peor, yo salgo rezando poder volver a casa. Cada día nos alcanza menos el dinero, somos más pobres y hay gente que no se da cuenta de eso. No es fácil vivir en esta situación. Yo sacrifico unas cosas y solvento otras para poder sobrevivir. Antes que nada es la comida porque no se puede comprar en otras cosas; Si compro un pantalón o un juguete ¿cómo comemos? Todo está difícil, creo que para mí y muchas familias la Navidad estará difícil este año, será muy triste», afirmó la joven madre a este periódico. Yeniré no sabe de deuda externa, ni de refinanciamiento, ni que la firma Standard & Poor’s ha declarado el «default parcial» solo conoce las dificultades que pasa ella y su familia. Tampoco sabe cómo se podría resolver la crisis que atraviesa el país caribeño, pero considera que un cambio político es la esperanza de muchos. «Antes que nada pongo mi país en manos de Dios para que sea él, quien obre y convierta este país en algo mejor y por el otro pido que los políticos dejen de ser tan indiferentes, que dejen de buscar sus intereses propios. Hay gente que realmente está muriendo de hambre, estamos pasando calamidad. Esto es algo que no habíamos vivido y que no nos merecemos», sentencia Yeniré Morales.

Ángela Romero de 72 años es una de los casi tres millones de jubilados que hay en Venezuela. Recientemente los mayores cobraron la pensión y un mes de aguinaldos. Muchos hicieron cola desde la noche anterior para poder lograr el poco efectivo que hay circulando en el país. De los 461.519 bolívares (unos 6,7 dólares) que deben cobrar los pensionistas, apenas les pagaron la mitad, 200.000 bolívares (2,9 dólares), en dos billetes de los de reciente denominación 100.000 bolívares, el resto los tienen represados por la escasez de billetes de más bajo valor. Romero se desmayó en el banco porque no había comido. Lamenta que uno viva tan mal en una edad que debería ser para el descanso. «Pasé casi ocho horas de cola. Incluso me desmayé haciendo la cola porque soy diabética, me agarró la hora de comer dentro del banco y como no tenía nada en la casa de comer me dio un yeyo (mareo). De allí, salí a comprarme un pancito en la panadería. Con la pensión cubro los gasticos míos, necesito medicinas pero no se consiguen y cuando se consiguen, ¿quién las puede pagar al precio que están? Me toca orar todos los días para seguir viva», se queja.

Cuando le toca priorizar por comida opta por comer vegetales solos o quizás arepa sola, si corre con la suerte de encontrar la harina de maíz. No come frutas ni proteínas porque el dinero no le alcanza y argumenta que sus hijos no la pueden ayudar porque también tienen que sobrevivir con sueldo mínimo. «No pensé vivir esta crisis, Siempre pensé que cuando llegara este momento de destrucción de Venezuela al que la trajo el chavismo, yo iba a estar muerta. Esto no es como antes que con poco dinero podías comprar. Ahora todo da ganas de llorar», solloza Romero.

El Gobierno bolivariano a duras penas ha cumplido los compromisos de refinanciación de su deuda externa, pero quienes sufren las consecuencias son los ciudadanos venezolanos que en las calles de uno de los países con la mayor riqueza petrolera del mundo hacen cola para conseguir la escasa comida que se exhibe en los mercados, para conseguir dinero en efectivo o medicamentos para tratar sus enfermedades.

Maduro adelantó el pago de aguinaldos (equivalente a cuatro salarios mensuales para la Administración Pública) y de beneficios gubernamentales como el bono del «carnet de la patria», pero aun así, para la mayoría de los venezolanos el dinero es insuficiente para cubrir sus necesidades básicas. Una frase que se escucha constantemente entre los venezolanos es: «Ganamos en bolívares, pero compramos a precio de dólar». Pocos en Venezuela creen que se haya podido llegar a esta situación tan extrema y lo que es peor, menos albergan la esperanza de que la miseria se pueda revertir en un futuro cercano.