Estados Unidos
Las siete vidas de Donald
El gato rubio y loco de la antipolítica estadounidense salta de todos los balcones y aterriza encima de sus adversarios
El gato rubio y loco de la antipolítica estadounidense salta de todos los balcones y aterriza encima de sus adversarios
Hay quien muere varias veces al día, dioses paganos que fundamentaban su poder en la repetición y el hastío. Hay equipos de fútbol que cuantas más finales palman más engordan su épica de héroes rotos pero agraciados. Donald Trump, astuto y cutre, adorador del triunfo aliado con el fracaso, sale a tres barahúndas por semana. Gazapos, errores, catástrofes y cintas de vídeo que laminan sus aspiraciones presidenciales durante media hora y le permiten rearmar el tuit con la perdigonada del adversario. Movidas con la Prensa, sus correligionarios, una Miss Universo, la comunidad islámica al completo, los partidarios del aborto y sus detractores, sus ex mujeres, su director de campaña y varios millones de mexicanos, para darle picante a la campaña y destruir su carrera política hasta que finalmente gane las elecciones.
Nadie como Trump ha comprendido el evangelio de los días del cólera y la fosa séptica de internet. Lo que no te mata lo encapsulas en un puñado de caracteres y alimentas el circo. Así fue en infinitas ocasiones. Está el día en que llamó violadores, depravados, narcos y sinvergüenzas a los mexicanos, la noche en que hizo mofa de la menstruación femenina a cuenta de una periodista de la Fox, la tarde en la que prometió que EE UU abandonaría la OTAN y dejaría a los países bálticos a merced de Putin, los días en los que aplaude el espionaje de los servicios secretos extranjeros a los servidores del Partido Demócrata, o aquellos, qué risa, en los que descubrimos que estuvo 20 años sin pagar impuestos. Están los polacos sin papeles en el andamio, los casinos quebrados y las bancarrotas y los pufos, los agravios machistas y las noches, acodado al atril como quien sujeta un Veterano, en las que aplaude el espectáculo de que sus seguidores apaleen a un disidente.
Trump, sin el ardid de las bufonadas y la vitamina del escándalo, se vería en la aciaga tesitura de hacer los deberes, leer informes y hasta documentarse. De ahí su pasión por el barro y la boquita de incomprensión que a cambio ensayan unos analistas patidifusos. Las palabras sirven para ganar corazones, y en el caso de Trump no es ya que el medio sea el mensaje. Es que no hay mensaje y puede que ni medio. Sólo un ogro sonriente, brusco, palabrón y viejo que parla en inglés pero perfectamente podría aullar en coreano. Da igual lo que diga. Importa que ladre.
El gato rubio y loco de la antipolítica salta de todos los balcones y aterriza encima de sus adversarios, reducidos a una pulpa muy dulce de incomprensión y heces. Lo del mito del gato y sus siete vidas lo vio claro Rafael Pombo: «Preguntó al gato Mambrú/ el lebrel Perdonavidas:/ pariente de Micifú,/ ¿qué secreto tienes tú/ para vivir siete vidas?/ Y Mambrú le contestó:/ mi secreto es muy sencillo./ Pues no consiste sino/ en frecuentar como yo/ el aseo y el cepillo».
Pero Trump ha leído como muy pocos las necesidades de un público que elige emocionarse, sea a favor o en contra, antes que leer. La política, cuando viaja hasta el territorio Alicia de la sentimentalidad y rechaza el raciocinio, queda a merced de magos, trileros, nigromantes y jetas. Gente que incluso puede equivocarse deliberadamente porque sabe que el meollo consiste en salir luego para pedir disculpas, mojar corazones y responder zumbando contra tus rivales.
Una teología de vinagre y azúcar en la que no sólo conviene tropezar, sino que resulta muy saludable hacerlo a menudo. Cuanto más caigas, más posibilidades de responderte a ti mismo después de diez minutos, sorberte los mocos y, burla burlando, darle otro empellón a los sondeos. Las penúltimas escandaleras, la grabación en la que afirma que él a las chorbas las trae del potorro y que la fama le permite marcarse todos los pasotes imaginables; y la otra, la del debate, cuando afirmó que si llega a la Casa Blanca lo primero que hará es enchironar a Hillary Clinton, demuestran que en el ciberespacio del delirio conviene derrapar a menudo. No es que Trump resucite. Es que sin matarse a cada instante no habría titulares, leña o contrarréplicas.
Abandonado a la insufrible aridez de una campaña convencional Trump boquearía como un ballenato en la arena. Sin alborotos, limpio de voces, bilis y exabruptos, luciría como el patán que es. Le va la marcha y le conviene la transformación de la política moderna en una versión psicotrópica de aquel humor amarillo con el que tanto reíamos. Es cierto que amenazar con meter en la cárcel a tu oponente y nombrar a un fiscal especial para que le investigue evidencian que desconoce los usos de la separación de poderes, no digamos ya la mera cortesía, pero lo principal es que son fuegos artificiales. Monerías propias de un falsario. No hay un gramo de fósforo en nada de cuanto dice. Si yo fuera Clinton estaría tranquilo. Las palabras duras, los juicios gruesos y los apocalipsis que Trump pronostica cumplen un papel ornamental. Maniobras orquestales que suman en la medida que llamen la atención, puro eslogan. Sus salidas de tono reman como la marabunta hacia las urnas, objetivo último de un atrabiliario grumete de Houdini que sabe escapar del agua en el último minuto y presentar cada marrullería como un catálogo de hazañas pop.
Las polémicas del empresario deslenguado
- Muro en México
Asegura que los propios mexicanos construirán un muro para evitar que entren violadores en EE UU.
- Cambio climático
Según el magnate, es un «truco» de China para minar la capacidad industrial de EE UU. «Esas teorías son una estafa», asegura.
- Estado Islámico
La solución de Trump es bombardear toda Siria para eliminar a los yihadistas.
- Dictadores
Según él, «el mundo sería mejor si Sadam y Gaddafi aún» siguieran en el poder.
- Musulmanes
Para evitar más atentados habría que prohibir la entrada de musulmanes.
- Impuestos
Se habría beneficiado de exenciones ficales desde 1995.
- Sobrepeso
«Nunca he visto a un gordo beber Coca-Cola light», dice.
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